Ricardo Carnevali|
El lunes 4 de octubre, las plataformas Facebook, Instagram y WhatsApp, todas ellas propiedad del megaconsorcio que encabeza el magnate estadounidense Mark Zuckerberg, quedaron fuera de servicio durante unas seis horas, lo que ocasionó problemas de distinta magnitud a miles de millones de usuarios de todo el mundo.
Problemas que fueron desde la interrupción de sus comunicaciones privadas hasta pérdidas en negocios que dan a tales plataformas un uso preponderante en sus actividades, causados –aparentemente- por una falla de configuración que generó una onda de choque en la programación de los servidores de las tres redes sociales. Y también contaminó al servicio de mensajería Telegram, que es ajeno al imperio de Zuckerberg pero que experimentó sobrecargas debido al éxodo de usuarios de WhatsApp.
Luego de que la pandemia de la covid-19 forzara a la cibercomunicación y por ende navegar cotidianamente en el mundo digital, la caída de esos servicios empujó a los usuarios a naufragar nuevamente en el mundo analógico, aferrados al salvavidas de los llamados telefónicos, los SMS o apps de mensajería alternativas.
La cantidad de memes que circularon (en otras redes) fueron una pequeña muestra de la ansiedad de una sociedad que se sintió como si la hubieran privado de uno de sus cinco sentidos y que olvidó cómo era no poder conectarse con cualquiera en cualquier momento. Los datos no son menores: Facebook tiene cerca de 2.895 millones de usuarios mensuales, más de un tercio de la población global. Whatsapp cuenta con dos mil millones, Messenger 1.300 e Instagram otros 1.000 millones.
La concentración no para de crecer pese a algunos tibios intentos de controlarla. Cuando Facebook compró Whatsapp en 2014, por 19.000 millones de dólares, prometió a los organismos reguladores europeos que no cruzaría los datos obtenidos por ese sistema de mensajería con los de Facebook. Pero lo hizo igual y en 2018 fue multado por cifras muy inferiores al dinero que el cruce de datos le permitía obtener.
La caída de los servicios en simultáneo demuestran, por si quedaban dudas, la simbiosis entre todas estas aplicaciones puestas al servicio de la gigantesca empresa de publicidad que es Facebook, de donde obtiene del 98 por ciento de sus ingresos.
No es la primera vez que se caen los servidores de una empresa del tamaño de Facebook. En diciembre de 2020 los servicios de Google dejaron de funionar por poco menos de una hora produciendo un sismo no solo en las comunicaciones, sino también en herramientas de trabajo que, para peor, eran vitales en tiempos de pandemia.
La caída de Google impactó en las posibilidades de enviar o recibir mails, pero también de estudiar, hacer reuniones, cargar datos en documentos compartidos o transmitir una obra por YouTube. De hecho, Google es parte de la infraestructura de otras empresas y cuando sus servidores caen arrastran, por ejemplo, a los mapas que usan los servicios de esta empresa para funcionar.
Esteban Magnani recuerda que casi sin darnos cuenta, por practicidad y una supuesta gratuidad (que en realidad se paga en datos, pero también en independencia), empresas, ciudadanos y hasta gobiernos utilizan de forma creciente estas infraestructuras que así concentran más datos, consiguen el dinero para mejorar sus desarrollos y hacen aún más dependientes a otros países.
Varios problemas a la intemperie
Los técnicos no son los únicos problemas de Facebook, Instagram y WhatsApp. La popular red social se ha visto afectada también por señalamientos de inmoralidad empresarial, especialmente los que formuló el domingo pasado Frances Haugen, quien fue gerente de producto en el equipo de Integridad de Facebook y que ha venido denunciando el nulo interés de la empresa por la seguridad de sus usuarios.
Según Haugen, la empresa de Zuckerberg ha privilegiado en todo momento la obtención de ganancias; por ejemplo, mediante la instalación de algoritmos que dan prioridad a los mensajes de odio y desinformación por sobre los demás, dado que éstos tienden a generar más tráfico lucrativo para la red social.
Unas semanas antes, The Wall Street Journal dio a conocer una investigación que subraya el impacto negativo de Instagram entre las adolescentes que emplean ese servicio, debido a que las hace sentir mal con respecto a su imagen corporal y propicia sentimientos de soledad, ansiedad, tristeza y trastornos alimenticios.
La investigación del diario neoyorquino, que tomó los documentos filtrados por Haugen como base, revela que dentro de Facebook existe un programa que perdona a los usuarios con más seguidores cuando publican contenido malicioso o con desinformación, que narcotraficantes mexicanos utilizaron la plataforma para contratar sicarios. Facebook respondió que la investigación era sesgada, porque no tenía en cuenta los esfuerzos de la compañía para solucionar los problemas.
The Wall Street Journal concluyó que los directivos de Facebook no se preocupan por prevenir, detectar ni erradicar perfiles de usuario empleados en actividades delictivas tales como incitar a la violencia, reclutar sicarios para grupos criminales y enganchar mediante engaños a mujeres para hacerlas víctimas de tráfico de personas y explotación sexual. Estas gravísimas omisiones ocurren principalmente en países de Asia, África y América Latina, donde la red social aún se encuentra en expansión.
El lunes, mientras los servidores de las tres plataformas se encontraban fuera de línea, diversos medios especializados informaron que en un foro de piratas informáticos se ofertaba la venta de datos privados (nombre, correo electrónico, número telefónico, ubicación geográfica, género e identidad de usuario) de mil 500 millones de usuarios de Facebook a razón de cinco mil dólares por cada millón de registros.
Aun antes del magno percance tecnológico experimentado por esta triada de servicios, las acciones de las empresas de Zuckerberg experimentaron una caída catastrófica cercana a 5 por ciento –equivalente a una pérdida de 6 mil millones de dólares–, con lo que se constituyeron, además, como un elemento tóxico para los mercados financieros internacionales.
Es claro, en suma, que las plataformas que dominan Internet –entre las que se cuentan también las de Google, Apple y Twitter– padecen una alarmante orfandad ética y que entre el músculo tecnológico y monetario de los grandes conglomerados informáticos y su capacidad de regulación interna hay un abismo peligroso para el mundo en general y no sólo por las caídas en sus sistemas.
*Doctorando en Comunicación Estratégica, Investigador del Observatorio en Comunicación y Democracia, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
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