Por Gianina Rodríguez Farina
Hace un par de meses estuve en Beijing y Wuhan, China. Esta es una síntesis de lo
que vi, aprendí y sentí en un país que desafía muchos de los prejuicios con los que
solemos mirarlo desde Occidente.
China es una civilización con más de tres mil años de historia, que hoy combina sus
tradiciones milenarias con un avance tecnológico acelerado.
En nuestra región, los medios occidentales dominan el relato público, imponiendo una
visión muchas veces fragmentada y negativa sobre el gigante asiático. La escasez de
corresponsalías y los reportajes selectivos contribuyen a este panorama. En América
Latina, la cobertura mediática sobre China resulta insuficiente y sesgada. Este
desequilibrio en la información limita el diálogo intercultural y la comprensión profunda
de un país que es a la vez antiguo y futurista, tradicional y disruptivo.
En 1978, con la política de reforma y apertura impulsada por Deng Xiaoping, China
inició un proceso transformador que la sacó del aislamiento y la pobreza extrema. A
partir de entonces, el país comenzó a insertarse estratégicamente en la cadena global
de valor, aprovechando su vasta mano de obra y accediendo a materias primas del
exterior.
El acercamiento con Estados Unidos, aunque lleno de tensiones, fue clave para abrir
canales diplomáticos y comerciales con otros países, pero lo más significativo fue que
China no imitó ciegamente ningún modelo, diseñó soluciones ajustadas a su propia
realidad histórica, social y cultural, forjando un camino propio hacia el desarrollo.
Para 2010 China ya se había consolidado como la segunda economía del mundo,
impulsada no solo por su capacidad industrial, sino también por sus crecientes avances
tecnológicos. Sin embargo, su modelo de desarrollo no se redujo al plano económico,
estuvo atravesado desde el inicio por una mirada política profundamente nacionalista,
pero también abierta al diálogo global.
Ya lo había dicho Mao Zedong décadas antes: “¡Viva la reunión de todos los pueblos
del mundo!”, una idea que hoy se mantiene viva en la diplomacia china, basada en
principios rectores como el respeto mutuo, la soberanía y la integridad territorial, la no
intervención, la igualdad, el beneficio mutuo y la coexistencia pacífica. Una filosofía
política que dialoga, a su manera, con la ética confuciana: “No impongas a otros lo que
no deseas para ti mismo”.
En la actualidad, bajo el liderazgo de Xi Jinping, China ha entrado en una nueva
etapa que refuerza su papel como actor global desde una lógica de diplomacia pacífica
de nueva era. Su propuesta para el mundo no se basa en la hegemonía, sino en cinco
principios que resumen su visión de futuro compartido: paz duradera, seguridad
universal, prosperidad común, apertura e inclusión, y un mundo regido por la belleza.
El vínculo China- América Latina se consolidó aún más en 2014, cuando se creó el Foro
China-CELAC, un espacio de diálogo entre China y todos los países miembros de
la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. Allí, ambas regiones
proyectan juntas nuevas rutas, no solo comerciales, sino también culturales y de
cooperación en áreas clave como la tecnología, la energía y la educación.
En 2013, China lanzó la Iniciativa de la Franja y la Ruta, un proyecto que revive
históricamente la antigua Ruta de la Seda, que en su momento conectó Europa y Asia.
Esta iniciativa se extendió a América Latina, marcando una nueva etapa en las
relaciones comerciales y de infraestructura.
Un aspecto fundamental de esta iniciativa es su énfasis en la interconexión, la fluidez
comercial, la circulación de fondos y el enlazamiento de la voluntad popular, buscando
no solo intercambios económicos, sino también una integración profunda entre los
pueblos y las regiones involucradas.
En 2023, Uruguay y China firmaron la Declaración sobre el Establecimiento de la
Asociación Estratégica Integral, con el objetivo de elevar las relaciones
bilaterales y fortalecer las sinergias entre sus estrategias de desarrollo. Este acuerdo
no solo refleja intereses económicos, sino también una apuesta compartida por
la cooperación, el beneficio mutuo y el respeto.
Actualmente, América Latina exporta a China principalmente cobre y soja, materias
primas estratégicas para la economía china. A cambio, China exporta productos
manufacturados que incluyen desde alta tecnología hasta recursos
energéticos y proyectos de infraestructura. Este último aspecto es clave, ya que la
región aún enfrenta importantes desafíos en materia de infraestructura digital y
desarrollo tecnológico, áreas en las que la cooperación con China puede tener un
impacto significativo.
En cuanto al desarrollo de la comunicación internacional y la aplicación de nuevas
tecnologías, China ha transitado de un papel pasivo a uno activo y de liderazgo.
Ejemplos emblemáticos son innovaciones que ya forman parte de la vida cotidiana y
que han impactado globalmente, como el tren bala, las bicicletas compartidas,
el código QR y el shopping online. Estas transformaciones tecnológicas, sin embargo,
no se desvinculan de su tradición cultural. Se mantienen arraigadas en principios éticos
y filosóficos del confucianismo, como la benevolencia, el enfoque humanista y el
énfasis en la educación para elevar las cualidades morales de las personas.
China es hoy el segundo socio comercial de América Latina, región donde mantiene
relaciones diplomáticas con 26 de sus 33 países. De hecho, Cuba fue pionera en este
vínculo, siendo el primer país latinoamericano en establecer relaciones diplomáticas
con China en 1960.
La modernización china, un proceso complejo y multifacético, se caracteriza por varios
elementos distintivos: la gran magnitud poblacional, la búsqueda de la prosperidad
común del pueblo, la coordinación entre lo material y lo espiritual, la coexistencia
armoniosa entre el ser humano y la naturaleza, y un desarrollo pacífico.
China apostó por un modelo que prioriza la estabilidad social, el desarrollo colectivo y
el concepto de desarrollo centrado en el pueblo. En apenas cuarenta años, pasó de la
pobreza extrema a convertirse en la segunda economía más grande del planeta (y la
primera en varios sectores estratégicos) gracias a una planificación a largo plazo y una
visión de futuro con identidad propia.
Bajo el marco de la cooperación Sur-Sur, se abre la posibilidad de reconfigurar el mapa
global, siendo más representativo de los países emergentes del Sur global.
Cabe destacar que más de 100 universidades chinas ofrecen la carrera de español, lo
que evidencia el interés por profundizar los lazos culturales y educativos. En Uruguay,
además, funciona un Instituto Confucio, que busca promover el aprendizaje del idioma
y la cultura china.
Pero más allá de los datos, acuerdos y desacuerdos, estar en China fue una
experiencia profundamente humana y transformadora. En Beijing la historia convive
con el futuro a cada paso, en un mismo día podés recorrer un templo confuciano con
siglos de antigüedad y subirte a un tren bala que atraviesa miles de kilómetros en
pocas horas. Muchas veces nos miraban con curiosidad. Algunos, especialmente niños,
nos pedían fotos. Éramos extranjeros y extranjeras, una rareza en ciertos lugares, pero
nunca me sentí en peligro ni rechazada. Por el contrario, sentí respeto, incluso
admiración.
Viajar a China fue abrir una puerta a lo desconocido. Al cruzarla entendí que hay
muchas formas de vivir, de pensar, de desarrollarse. Que el mundo es más complejo
que los titulares, más rico que las simplificaciones, y que hay países que están
escribiendo su historia desde otro paradigma, desde otras raíces.
Me llevo imágenes, conversaciones y amistades, pero, sobre todo, me llevo la certeza
de que viajar es también cambiar de mirada.
Conocer al gigante asiático de primera mano me demostró que respetar su riqueza y
su diversidad es un debe que tenemos de gran parte de Occidente.
Gianina Rodríguez Farina es comunicadora y estudiante de Psicología de la UDELAR. Actualmente desempeña funciones en la Oficina de Servicio Civil, pero este texto ha sido escrito en el ejercicio libre de su profesión, sin representar ni vincularse con la institución en la que trabaja.
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