Por Adrián Gomez
En noviembre de 2024, la mayoría de los ciudadanos que acudieron a votar en los Estados Unidos de América lo hicieron por Donald Trump, un expresidente que, como aspirante a un segundo mandato no consecutivo, llevó a cabo una campaña política de cuatro años afirmando que las elecciones que lo desalojaron de la Casa Blanca habían sido un FRAUDE, repitiendo este mensaje a quien quisiera escucharlo.
Este suceso político socava definitivamente la autoridad de quienes defienden la concepción occidental de la "democracia liberal", ya que, en el país líder del "mundo occidental", la mayoría de los votantes eligió a quien había denunciado FRAUDE en las elecciones anteriores.
Por supuesto, al constatar este hecho político, no pretendo insinuar que todas las elecciones del mundo sean un fraude, ni que la palabra "democracia" haya perdido su significado, ni que todos los sistemas de gobierno sean igualmente legítimos. Sin embargo, lo que el filósofo español Gustavo Bueno caracterizó críticamente en el siglo pasado como "Fundamentalismo Democrático", en contraposición a la idea de la "democracia liberal" como la única legítima, hoy se percibe de forma masiva e intuitiva por miles de millones de personas en el mundo debido al hecho señalado. Personas que no necesitan conocer a Gustavo Bueno ni su crítica al "Fundamentalismo Democrático", pero que sí pueden reconocer lo evidente.
Este "Fundamentalismo Democrático" sigue vigente en la izquierda latinoamericana, especialmente en el marco de la discusión sobre la presentación o no de las "actas" de las elecciones en la República Bolivariana de Venezuela.
Esta discusión parece sacada del medievo, cuando la política aún no se había secularizado y la ortodoxia religiosa seguía teniendo un peso político que hoy resulta impensable. Por esta razón, la palabra "Fundamentalismo" en esta caracterización crítica adquiere un significado muy expresivo. No se trata de una discusión racional o materialista en un marco secular de ideas políticas, sino de una auténtica "cuestión de fe".
Algunos confían en los organismos del Estado venezolano, que legitiman la elección de Nicolás Maduro como presidente, mientras que otros creen en unas fotos de las "actas" que los partidos políticos de la oposición derechista afirman haber publicado en internet, y que supuestamente darían como ganador de las elecciones de 2024 a Edmundo González con un 90% o 99% de los votos.
Como ocurre con las reliquias y los fetiches religiosos, esas famosas "actas" son en realidad un ticket emitido por las máquinas de votación. Según denuncias de varios periodistas de investigación, muchas de estas fotos de los tickets, publicadas en internet, han sido claramente adulteradas.
Las denuncias de la oposición venezolana se asemejan cada vez más a las del trumpismo republicano gringo tras la victoria de Biden hace cuatro años.
Decir esto en Uruguay, donde la "democracia liberal" cuenta con el consenso político más amplio de todas las Américas, no es muy "popular". Sin embargo, a pesar de este consenso, hoy podemos observar en las "bases frenteamplistas" un áspero debate sobre la legitimidad del gobierno de Venezuela.
El problema de este debate radica en que está plagado de categorías posmodernas y contradicciones sin un reflejo político material. Un ejemplo de esto es la aparente contradicción entre "democracia representativa" y "democracia participativa". Un sistema político no debería caracterizarse por sus formalidades, sino por su carácter de clase.
La democracia "liberal", "representativa", "occidental" o como se le quiera denominar es, social y materialmente, BURGUESA, porque es esta clase social la que detenta las armas con SU ejército, los medios de comunicación en propiedad privada empresarial y todos los demás aparatos del Estado para garantizar SU poder político real.
En el sistema capitalista no puede haber ninguna democracia "participativa", "protagónica" o "popular", ya que la propiedad privada burguesa de los medios de producción tiene la capacidad económica de comprar todo lo necesario para garantizar que esto no exista más que como una ilusión que sustente su poder político real.
Todo este debate está lleno de fetiches idealistas y "Fundamentalismo Democrático", orientados a la búsqueda de "legitimidad", que se asemeja más a la de la religión que a la política.
Lo esencial parece estar ausente en este debate, o al menos en lo que de él se refleja en los medios de comunicación. ¿Qué relevancia tienen las actas de Venezuela para la vida material de los trabajadores latinoamericanos?
Es mucho más importante discutir cómo sacarnos la bota gringa del cuello en América Latina. También es fundamental comprender claramente el rol político de las oligarquías pro-gringas en nuestros países, a menudo balcanizados y enfrentados para impedir su integración y liberación.
Cuba, Nicaragua y Venezuela representan la punta de lanza frente a la decadencia gringa. Oponerse a estos tres países hoy en día equivale a trabajar políticamente para los gringos decadentes, quienes ya ni siquiera pueden sostener en condiciones, los lazos de dependencia tradicionales con los que nos oprimieron en siglos pasados.
Hoy el Poder se disputa claramente entre los gringos decadentes con Trump y su escudero Milei a la cabeza de sus alcahuetes, o los BRICS. Por fuera de esa contradicción material, económica, militar, Realmente Existente, cualquier apelación a entelequias y formalidades resulta, objetivamente, favorable a Trump, Musk y los gringos.
kuffo63@gmail.com
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