Esta pregunta sencilla suele desconcertar a los libertarios.
Quizás uno de los defectos más llamativos del pensamiento libertario sea su incapacidad de justificar coherentemente la adquisición inicial de la propiedad. ¿Cómo es que cosas que en principio no tenían dueño se convierten en propiedad sin atentar contra la libertad de otros de forma no consensuada? Es imposible. Eso significa que los sistemas de pensamiento libertarios enfrentan un obstáculo básico que imposibilita su despegue. Están atrapados en el tiempo cero de una historia hipotética sin posibilidades de avanzar.
No hace falta conformarse con mi palabra. Son muchos los libertarios serios que exponen este problema. Por ejemplo, Robert Nozick:
No es plausible considerar que mejorar un objeto concede total propiedad sobre él, si el lote de objetos no poseídos que se pueden mejorar es limitado. Pues si un objeto cae bajo la propiedad de una persona, cambia la situación de todos los demás. Mientras que, antes, todos los demás se encontraban en libertad (en el sentido de Hohfeld) de usar el objeto, ahora ya no lo están.
También Matt Zwolinski:
Si pongo un cerco alrededor de un pedazo de tierra que antes estaba disponible para que cualquiera pudiera utilizarlo, lo reclamo como propio y anuncio que utilizaré la violencia contra quien camine por ese lugar sin mi consentimiento, sin duda parece que soy yo el que empieza a usar la fuerza contra los otros (o, como mínimo, soy el primero que amenaza con usarla). Estoy restringiendo la libertad de movimiento de la que los otros gozaban antes. Estoy haciéndolo mediante una amenaza de coacción física en caso de que no obedezcan a mis exigencias. Y lo estoy haciendo, no en respuesta a una provocación de su parte, sino simplemente porque, sin su interferencia, sacaré más provecho de la utilización de ese recurso.
De nuevo, lo gracioso de estas explicaciones, no es solo que representan un contrapunto persuasivo frente al mismísimo pensamiento libertario, sino que parecen sugerir que sus principios vetan desde el inicio la propiedad privada.
Es cierto que los filósofos libertarios desarrollaron toda una serie de rodeos para lidiar con este problema. Célebre es la condición planteaba por Locke: toda adquisición es justa siempre y cuando quede propiedad «suficiente y de la misma calidad» disponible para otros. Nozick muestra que es imposible satisfacer la condición de Locke, pero plantea un límite similar: la adquisición de la propiedad no debe empeorar «la posición» de otros (la definición de «posición» remite vagamente al Estado de bienestar). Zwolinski avanza un paso más y sostiene que los perjuicios de la adquisición inicial de la propiedad deben ser compensados por un ingreso básico.
Pero ninguna de estas maniobras resuelve el problema fundamental de que la adquisición de la propiedad viola necesariamente la libertad de otros. Solo intentan compensar esta violación de distintas maneras y producen algo así como una versión del derecho de expropiación en el caso de la adquisición inicial de la propiedad. Aun suponiendo que todo esto es correcto, el problema es que la mayoría de los libertarios se oponen al tipo de transferencias que implican estos esquemas de compensación.
El humo de Caplan
En el debate que sostuvieron en el Liberty Con, Elizabeth Bruenig le preguntó a Bryan Caplan cómo es que alguien logra apoderarse de una propiedad que antes no tenía dueño. La pregunta lo descolocó, pero al final su respuesta, que elaboró con el mismo nivel de elocuencia en su página web, apeló a una serie de bagatelas intuitivas bastante imprecisas (bautizadas en otro lugar como la «moral de la gente»):
Existen muchos casos claros de adquisición justificada; una vez que logramos comprenderlas, podemos utilizarlas para analizar las situaciones más borrosas. ¿Cuáles son los casos claros? Un individuo que vive solo en una isla produce alimento, construye una casa, talla una escultura o abre una cantera. Si otra persona llega a la isla, todo indica que está moralmente obligada a respetar esa propiedad. No es solo que «a mí me parece justo» o que «los libertarios creen que es justo»; es la impresión que tiene casi todo el mundo, salvando el caso de unos cuantos filósofos socialistas. Otros casos claros: Cuando dos personas acuerdan juntar sus recursos y su esfuerzo para luego dividir las recompensas según una fórmula explícita (sin importar si es 50/50, 90/100, etc.). O: Te pago 10 kilos de comida para que me construyas una nueva cabaña.
Hay dos cuestiones en juego, una vinculada estrechamente con los casos elegidos y otra que tiene que ver con el método.
En el primer caso, el problema es que, al suprimir la existencia de otras personas en la isla, se elimina también el atentado contra la libertad que hace que la adquisición de la propiedad sea tan problemática. ¿Qué sucede si son diez los individuos que trabajan en la isla? ¿Entonces uno tiene que afirmar que ciertos recursos y ciertas áreas de la isla son suyas y que aquellos que no respeten sus límites serán violentamente atacados? Eso es más parecido a lo que sucede en los casos de adquisición de la propiedad de la vida real, donde existe más de una persona. De hecho, en vez de intentar sortear el problema que plantea la adquisición de la propiedad mediante la invención de una hipotética sociedad constituida por una persona, el último ejemplo lo plantea con claridad.
El problema con el método es que la moral de la gente común, tomada en su conjunto, no es libertaria. Cualquier valoración de las impresiones que la economía genera en las personas nos llevaría lejos de la afirmación indisputada del capitalismo de laissez-faire. Lo sabemos porque, a fin de cuentas, ninguna sociedad opta por ese tipo de instituciones y porque los libertarios están siempre escribiendo libros que pretenden demostrar que la democracia no sirve, precisamente porque la gente no siente ninguna simpatía espontánea por la cosmovisión libertaria.
Una valoración más honesta del lugar que ocupa la «moral de la gente» en la economía concluiría que las personas tienen ideas más bien contradictorias sobre la economía, que tienden a confluir más o menos en la idea de que debería haber derechos de propiedad, pero también que estos derechos deberían dar lugar, hasta cierto punto, a la justicia y al bienestar. No estoy diciendo que acuerde con esta perspectiva, ni que uno debería fundamentar su orientación normativa en función de este modelo. Pero, si uno afirma –como Caplan– que la «moral de la gente» es el método normativo adecuado, entonces debería esforzarse por tener una perspectiva amplia de dicha moral y no tomar la parte que más le conviene de forma oportunista.
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