Por | 27/09/2021 | Economía
Nacida en 1947 en Baltimore y profesora de la New School de Nueva York, Nancy Fraser ha mantenido diálogos críticos con Judith Butler sobre las políticas de identidad y de clase. Entre sus publicaciones se destacan Dominación y emancipación, junto a Luc Boltanski (Capital Intelectual), Contrahegemonía ya (Siglo XXI) y Capitalismo: Una conversación en la teoría crítica, junto a Rahel Jaeggi (Morata). Sus investigaciones giran en torno a la problematización de sociedad y naturaleza, producción y reproducción, economía y política. Formada con Jürgen Habermas, pone en cuestión lo “publico” y ejecuta diagnósticos sobre los cruces entre las formas de producción y las de organización social.
Ante la pandemia ocurre cierta paradoja entre la igualdad (todas las personas son vulnerables al virus) y la diferencia (las personas se pueden proteger según el capital que tengan), atravesada por la gestión estatal que oscila entre la vuelta del Estado (como marco normativo e institucional) y la crisis del Estado (los Estados están limitados por la distribución geopolítica de las vacunas). ¿De qué modos es posible seguir pensando sobre la desigualdad estructural y la intervención estatal?
Es una pregunta excelente y empezaré mi respuesta diciendo que veo al COVID-19 como una tormenta perfecta de irracionalidad e injusticia capitalista. La pandemia es el punto en el que convergen todas las fallas y contradicciones del sistema, incluidas las que mencionás. A menudo se dice, y con razón, que el virus ha servido de diagnóstico perverso, al iluminar todas las grietas de nuestra sociedad. Pero no oímos hablar lo suficiente del sistema social que genera esas grietas, aunque es el mismo sistema que nos trajo el virus en primer lugar y que está bloqueando nuestros esfuerzos para enfrentarlo. Así que quiero insistir en este punto: lo que la pandemia diagnostica, en realidad, es la disfuncionalidad profundamente arraigada del capitalismo.
Para ver por qué, consideremos de dónde vino el virus. Resulta que el SARS-CoV-2 había sido albergado por los murciélagos desde hace mucho tiempo en cuevas remotas sin efectos nocivos para el ser humano. Sin embargo, recientemente el virus pasó a una especie intermedia y luego a nosotros/as. Entonces, ¿qué causó esta “transferencia zoonótica”? ¿Qué pasó para que los murciélagos entren en contacto con la especie intermediaria y luego con nosotros/as? Dos cosas, ambas resultado directo del capitalismo: el calentamiento global, en primer lugar, y la desforestación tropical. Juntos, estos dos procesos, obligaron a numerosos organismos a salir de sus hábitats naturales y a entrar en otros nuevos, donde empezaron a interactuar con especies que nunca antes habían encontrado, incluidas algunas que están en contacto con nosotros/as. El resultado ha sido toda una serie de epidemias virales entre los humanos, no “sólo” el Covid-19, sino también el SIDA, el Ébola, el SARS y el MERS. Podemos estar seguros de que vendrán más, gracias a la persistencia del cambio climático y la deforestación, que son impulsados implacablemente por el “desarrollo” capitalista.
De hecho, el sistema capitalista está diseñado para destruir el planeta. Incentiva a las empresas a que se apropien de la riqueza biofísica de la forma más rápida y barata posible, al tiempo que las exime de la responsabilidad de reparar lo que dañan y reponer lo que consumen. Empeñadas en aumentar sus acciones y beneficios, diezman las selvas tropicales, bombardean la atmósfera con gases de efecto invernadero y desencadenan una cascada creciente de plagas letales. En resumen, es el capitalismo lo que nos ha generado la pandemia, y nos traerá muchas otras, a menos que lo detengamos.
Ahora veamos el aspecto que has mencionado, es decir, el Estado. Lo que se juega ahí es el aspecto político de la crisis, que ha convergido con el aspecto ecológico de una manera que ha exacerbado a ambos, y nos ha puesto en peligro. Es cierto, por supuesto, que la pandemia hubiera sido horrible para los seres humanos en cualquier caso. Sin embargo, fue mucho peor debido a los 40 años de financiarización neoliberal que afectaron las capacidades políticas que, de otro modo, habríamos podido utilizar para controlar el COVID. Durante este período, “los mercados” exigieron y recibieron masivamente inversión estatal de la privatización de la infraestructura pública. Esto es cierto para la infraestructura en general, y para la infraestructura de salud pública en particular. Salvo algunas excepciones, los Estados redujeron las reservas de equipos para salvar vidas, destruyeron las capacidades de diagnóstico y redujeron las capacidades de coordinación y tratamiento. Y lo que acompañó a la desinversión estatal fue la privatización. Además, una vez destruidas las infraestructuras públicas, los gobernantes transfirieron funciones sanitarias vitales a proveedores y aseguradoras, empresas farmacéuticas y fabricantes con ánimo de lucro. Estas empresas ahora controlan parte de esas capacidades, incluyendo la mano de obra y las materias primas, la maquinaria y las instalaciones de producción, las cadenas de suministro y la propiedad intelectual, las instituciones de investigación y el personal. Y centrados únicamente en sus beneficios y en el precio de sus acciones, les importa muy poco el interés público. Los resultados son trágicos, pero no sorprendentes. Un sistema social que somete los asuntos de la vida y la muerte a la “ley del valor” estaba estructuralmente preparado desde el principio para abandonar a millones de personas a su suerte frente al COVID-19.
También mencionaste la desigualdad, que se ha hecho muy evidente bajo las condiciones de la pandemia. Uno de los aspectos que ha quedado expuesto es el racismo estructural, que impregna todos los aspectos de la crisis actual. A nivel global, tiñe la vertiente ecológica, ya que el capital sacia su sed de “naturaleza barata” en gran medida arrebatando la tierra, la energía y la riqueza mineral a las poblaciones racializadas, privadas de protección política y de derechos procesables. Desproporcionadamente vulnerables a los desechos tóxicos, a las “catástrofes naturales” y a los múltiples impactos letales del calentamiento global, ahora se encuentran en la última fila de la vacunación. Mientras tanto, a nivel nacional, a las comunidades migrantes y BIPOC [en inglés, negras, indígenas y de color] se les ha negado durante mucho tiempo el acceso a las condiciones que promueven la salud: acceso a una atención médica de alta calidad, agua limpia, alimentos nutritivos, condiciones de trabajo y de vida seguras. No es de extrañar, pues, que sus miembros se infecten y mueran de forma desproporcionada a causa del COVID. Las razones no son misteriosas: pobreza y atención sanitaria inferior; condiciones de salud preexistentes relacionadas con el estrés, la mala nutrición y la exposición a toxinas; sobrerrepresentación en trabajos de primera línea que no pueden realizarse a distancia; falta de recursos que les permitan rechazar trabajos inseguros y de derechos laborales que les permitan ganar protecciones; viviendas que no permiten el distanciamiento social y facilitan la transmisión; acceso reducido a la vacuna. En conjunto, estas condiciones han ampliado el significado del eslogan “Black Lives Matter” (“Las Vidas Negras Importan”), haciendo sinergia con su referencia original a la violencia policial y contribuyendo a alimentar las protestas actuales.
El color, además, está profundamente entrelazado con la clase, en el sistema mundial capitalista en general y en el período actual en particular. De hecho, ambos son inseparables, como demuestra la categoría de “trabajador esencial”. Si dejamos de lado a profesionales de la medicina, esa designación abarca trabajadores agrícolas migrantes, trabajadores inmigrantes de los mataderos y del empaquetado de carne, recolectores de los almacenes de Amazon, conductores de UPS (un sistema de envío de paquetes), auxiliares de las residencias de ancianos, limpiadores de los hospitales, repositores y cajeros de los supermercados, quienes reparten comida para llevar. Especialmente peligrosos en tiempos de COVID, estos trabajos son en su mayoría mal retribuidos, no sindicalizados y precarios, desprovistos de prestaciones y protecciones laborales, sujetos a una supervisión intrusiva y a una aceleración implacable. Aunque hay diversidad de personas, están ocupados de forma desproporcionada por mujeres y personas afroamericanas. En conjunto, estos trabajos, y quienes los desempeñan, representan el rostro de la clase trabajadora en el capitalismo financiarizado. Ya no se personifica en la figura del hombre blanco minero, operario de la fábrica y trabajador de la construcción, sino que esa clase también incluye a los trabajadores y las trabajadoras de servicios con salarios bajos y a la gran mayoría de cuidadores/as. Pagados por debajo de sus costos de reproducción, cuando se les paga, son expropiados/as y explotados/as. El COVID ha sacado a la luz también ese sucio secreto. Al yuxtaponer el carácter esencial del trabajo de esa clase con la infravaloración sistemática que el capital hace de él, la pandemia evidencia otra de las principales contradicciones de la sociedad capitalista: la incapacidad del mercado de la fuerza de trabajo para calcular con precisión el valor real del trabajo.
En general, el COVID es una tormenta perfecta de irracionalidad e injusticia capitalista. Al aumentar los defectos inherentes al sistema hasta el punto de ruptura, hace brillar un rayo de luz punzante sobre todas las contradicciones estructurales de nuestra sociedad. Sacándolas de las sombras y mostrándolas a la luz, la pandemia revela el impulso inherente del capital de canibalizar la naturaleza hasta el mismo borde de la conflagración planetaria; de desviar nuestras capacidades de las labores verdaderamente esenciales de la reproducción social; de eviscerar el poder público al punto de no poder resolver los problemas que el sistema genera; de alimentarse de la riqueza y la salud cada vez menores de las personas racializadas; de no sólo explotar, sino también expropiar, a la clase trabajadora. No podríamos pedir una mejor lección de teoría social.
De las distintas medidas de aislamiento anunciadas por el gobierno en Argentina, una de las que genera más expectativa ha sido la vinculada a las trabajadoras en casas de familia, si pueden o no trasladarse e ir a sus lugares de trabajo. ¿Cómo impacta esta crisis y esta pandemia en la revalorización de lo que has llamado la “reproducción social” y el problema de las “cadenas globales de cuidado” que advertían junto a Cinzia Arruzza y Tithi Bhattacharya en el Manifiesto del feminismo para el 99 por ciento?
Al igual que las demás dimensiones de la crisis, el aspecto de género también tiene sus raíces en el capitalismo, que infravalora crónicamente las tareas de cuidado y fomenta las crisis de reproducción social. Hoy lo vemos claramente. El mismo régimen neoliberal que se desprendió de la infraestructura de los cuidados públicos también quebró los sindicatos y redujo los salarios, obligando a aumentar las horas de trabajo remunerado por hogar, incluso de cuidadores/as principales. De este modo, descargó el trabajo de cuidados en las familias y las comunidades justo en el momento en que también estaba requisando las energías sociales que necesitábamos para realizar ese trabajo. El efecto fue una crisis de cuidados aguda, que surgió incluso antes de la pandemia y que se ha intensificado. Como sabemos, el COVID descargó nuevas e importantes tareas de cuidado en las familias y comunidades, ya que el cuidado de la niñez y la escolarización se trasladaron a los hogares de las personas durante el confinamiento. La carga recayó sobre todo en las mujeres, que siguen realizando la mayor parte de las tareas de cuidado no remuneradas. No es de extrañar, por tanto, que muchas mujeres empleadas acabaran dejando su trabajo para cuidar de sus hijos/as y otros familiares, mientras que otras muchas fueron despedidas por sus empleadores. Ambos grupos se enfrentan a importantes pérdidas de posición y de salario si se reincorporan al trabajo. Un tercer grupo, que tiene el privilegio de conservar su empleo y trabajar a distancia desde su casa, a la vez que realiza tareas de cuidado, incluso de niños/as confinados en casa, ha llevado el multitasking a nuevos niveles de locura. Un cuarto grupo, que incluye tanto a mujeres como a hombres, integra con honor los “trabajadores esenciales”, pero se les paga una miseria, se les trata como si fueran desechables, y se les exige que desafíen diariamente la amenaza de infección, junto con el miedo a llevarla a casa, para producir y distribuir las cosas que permiten a otros/as refugiarse en su lugar.
Está claro, pues, que las tareas de cuidado se intersectan con la organización del mercado laboral, la economía política, el cuidado social y las prestaciones del Estado. El problema principal es que la sociedad capitalista alberga una profunda tendencia a aprovecharse de la gratuidad del trabajo de cuidados, a canibalizar las capacidades de cuidados y a la repleción de las mismas. Esto aplica al capitalismo en general. Sin embargo, el actual capitalismo neoliberal es especialmente predatorio en este aspecto. Y la pandemia dejó en claro cuán importante es el trabajo de cuidados, cuánto lo necesitamos y cuán irracional es vivir en una sociedad que no lo valora.
Dos extremos para considerar con respecto a la política y la economía son la deuda y los subsidios. Argentina, por ejemplo, está negociando sus capacidades de pago. Por otra parte, hemos visto este año los anuncios históricos de Joe Biden sobre los subsidios. ¿Cuáles son las posibilidades de este capitalismo entre el equilibrio macroeconómico y la necesidad de la economía inyectada al bolsillo?
La deuda juega un papel especial en el capitalismo neoliberal. En las formas anteriores, las finanzas eran una rama de la economía entre otras. Apoyaban la rama productiva, suministrando créditos que permitían la innovación y el crecimiento. Pero ese no es el caso en el neoliberalismo. Ahora las finanzas no son simplemente una rama discreta de la economía capitalista. Por el contrario, sus tentáculos se despliegan por todas las partes de la economía. Éste es un ejemplo de ello: los fabricantes de automóviles hoy en día ganan menos produciendo y vendiendo autos que ofreciendo préstamos a los compradores para que compren autos. En otras palabras, están en el negocio del crédito, que es un negocio más rentable que el de la producción. La deuda circula por todo el sistema económico, no sólo a través de los bancos, sino también a través de las empresas, los Estados, los hogares y las instituciones financieras mundiales. Hablamos de “deuda soberana”, pero es irónico porque son los tenedores de bonos quienes determinan qué es lo que tienen que hacer los Estados para que siga fluyendo el crédito. Vimos muchos de estos ejemplos en la crisis financiera de 2008, cuando la Unión Europea le soltó la mano a Grecia para complacer a los acreedores. Esta forma de capitalismo cambió dramáticamente el balance de poder entre los Estados y los inversores, las corporaciones y los mercados financieros.
Al mismo tiempo, hubo un gran aumento de la deuda privada. Las familias trabajadoras no ganan lo suficiente como para soportar sus gastos de manutención a través de sus salarios. Dependen de tarjetas de crédito, de deudas estudiantiles, hipotecas y créditos para el auto. Éste es otro rasgo definitorio del capitalismo actual, que no sólo explota a las clases trabajadoras, sino que simultáneamente las expropia mediante el endeudamiento. Padres y madres ya no pueden esperar que sus hijos vivan mejor que ellos. Por el contrario, en muchos casos estarán peor. La deuda es una gran parte de esa historia.
Analizaste al capitalismo no sólo como un sistema económico, sino desde lo que denominaste la “visión expandida del capitalismo”. Las crisis que vivimos en la actualidad no son sólo parte de un sistema económico. ¿Cómo construir entonces horizontes emancipadores?
El capitalismo no es sólo un sistema económico; es una forma de organizar la relación del sistema económico con otras regiones de la sociedad en las que se apoya la economía. Organiza la relación de la economía con la naturaleza, con la vida familiar y la reproducción social, y con la esfera política. Todos estos elementos son soportes necesarios o condiciones de fondo para una economía capitalista. No puede existir sin el trabajo no remunerado que sostiene a los/as trabajadores/as, los procesos naturales que sostienen los sistemas ecológicos y una gran variedad de bienes públicos, incluyendo los marcos legales, las fuerzas represivas, la oferta de dinero, la infraestructura y las comunicaciones.
Sin embargo, la sociedad capitalista instituye una relación perversamente contradictoria entre su economía y estos apoyos necesarios. Incentiva a los capitalistas a canibalizar las mismas condiciones de fondo de las que dependen, para devorar nuestras capacidades políticas, ecológicas y asistenciales. Por eso, nuestra crisis actual lo es todo. No es “sólo” una crisis económica. También es una crisis ecológica, política y de reproducción social. No podemos entender lo que está pasando a menos que adoptemos una visión ampliada del capitalismo, que problematice la relación de la economía con sus condiciones de fondo no económicas. La visión tradicional del capitalismo como sistema económico no puede aclarar la situación actual.
En cuanto a la emancipación, debemos expandir nuestra idea de qué cuenta como lucha anticapitalista. No son sólo las luchas en las fábricas entre los/as trabajadores/as y patrones/as, aunque éstas sean muy importantes. Son también las luchas por la educación, por la vivienda digna y por la salud pública. Éstas son luchas sobre la reproducción social, que involucran al sector público y al privado. Son luchas sobre la disfunción capitalista, por un nuevo sistema social, que repensaría toda la relación entre la sociedad humana y la naturaleza no humana, entre la producción y la reproducción, entre la economía y la política.
En una de tus últimas obras te dedicaste a un análisis de los “límites”, y uno de los límites en tu trabajo se refiere al que existe entre los feminismos y la política. ¿Qué ocurre en ese “límite”?
Desarrollé esta idea sobre la lucha de límites para intentar conectar con esta visión expandida del capitalismo. Hay luchas no sólo dentro del sector económico, entre el trabajo y el capital. También hay luchas de límites entre el sistema económico y el Estado, y no sólo el Estado, sino también sobre capacidades estatales e instituciones públicas. Algunas de estas luchas ocurren a distintos niveles. El caso de la producción y la reproducción es de especial interés para el feminismo porque tiene que ver con límites de género. Históricamente, la reproducción era una esfera femenina, y la producción una esfera masculina. Hoy en día, esto no está delimitado de manera tan clara, y como las mujeres ingresaron de forma masiva al mercado laboral pago, tienen doble turno de trabajo.
¿Por qué las mujeres hoy día en muchos países están al frente de esta lucha de límites sobre la reproducción social? Las mujeres que enseñan no sólo luchan por mejores sueldos, más clases y más fondos para las escuelas. Se están alineando con los padres y madres, que tienen trabajos en otros sectores y que quieren una mejor educación para sus hijos/as. Las mujeres que trabajan en estos sectores, a diferencia de los trabajadores industriales que a veces solo luchan por mejores sueldos, luchan por la calidad del servicio. Las enfermeras son otro ejemplo: han estado luchando no solo por mejores sueldos, sino también por la cantidad de pacientes que pueden tratar para brindar mejores condiciones. Estos son casos interesantes, porque no son sólo luchas por las condiciones laborales, sino también por los recursos y por la calidad de los servicios. Involucra al Estado y a la reproducción social, a la esfera económica y a la social. Todo está relacionado. Las luchas por la reproducción social son también las luchas laborales.
Gran parte de la militancia laboral no parte de los trabajadores industriales, sino de quienes hacen trabajo de reproducción social. Ése es un gran cambio en la lucha de clases, en qué significa la lucha de clases. Todos estos cambios están transformando a la clase trabajadora, que no consiste ya sólo en los/as trabajadores/as de las fábricas, sino también en quienes trabajan en servicios, reproducción social, en las comunidades u hogares y que no reciben una paga. Estas personas también son parte de la clase trabajadora. No sólo sufren explotación, sino que también sufren la expropiación mediante la deuda. El problema de la deuda es también parte de la lucha de clases.
De nuevo, cuando tenemos esta visión extendida del capitalismo, hay que tener en cuenta las formas de opresión, explotación y expropiación. Se tiene un panorama más amplio de qué tipo de luchas son potencial o directamente anticapitalistas. Y luego se tiene un panorama aún mayor de cuáles serían las alianzas posibles. Si esta forma de capitalismo es la raíz de todas las crisis, irracionalidades e injusticias, entonces se tiene, por lo menos potencialmente, la posibilidad de tener personas que están situadas en diferentes lugares del sistema y por lo tanto diferentes preocupaciones existenciales por las que luchar; esto significa que sigue habiendo posibilidades de que estas personas vean las relaciones entre sí en este sistema predatorio.
Has escrito sobre donde halló el neoliberalismo su calvinismo, su carisma, y los vínculos entre neoliberalismo y progresismo. ¿Cuáles son los desafíos en 2021 para seguir leyendo desde la clase y desde la identidad, desde la “redistribución” y el “reconocimiento”, pilares de tu trabajo?
Tengo un diagnóstico completo, una suerte de diagnóstico a lo Gramsci, de cómo una filosofía económica tan dañina para tanta gente pudo haber conseguido suficiente apoyo político y legitimidad para convertirse en la fuerza dominante y hegemónica para adueñarse de los gobiernos en todo el mundo. Mi idea es que esto nunca podría haber ocurrido si la única historia valiosa hubiese sido el proyecto económico, ya que es perjudicial para los pobres, la clase trabajadora y la clase media. Nunca podría haber tenido éxito solo a partir de su filosofía económica. Necesitaban algo más. Y esto era lo que Luc Boltanski y Ève Chiapello denominaron como el “nuevo espíritu del capitalismo”, y gracias al cual el neoliberalismo logró cooptar, en mi opinión, un sector importante de los nuevos movimientos sociales que tienen carisma y legitimidad: el feminismo, los derechos LGBTQ, los derechos civiles, movimientos antirracistas y últimamente también los movimientos ecologistas.
Lo que hizo el neoliberalismo fue sacudir a los sectores liberales convencionales dominantes, que nunca fueron demasiado críticos ni anticapitalistas, y les dio una palmadita en la espalda, haciéndoles sentir que tenían poder. Tenemos al feminismo corporativo liberal, como por ejemplo a Hillary Clinton, que hizo todo lo que quería Wall Street y también promocionó un tipo de feminismo específico, enfocado en eliminar barreras discriminatorias para que algunas mujeres talentosas ascendieran en la jerarquía corporativa. Esta mirada feminista no tiene que ver con una igualdad social real; está relacionada con la meritocracia. Black faces in high places, un libro crítico sobre el racismo, señala también estos conflictos a partir de la presidencia de Obama. Es la vieja historia sobre cómo el neoliberalismo consigue su carisma. Denomino a esta alianza “neoliberalismo progresista”, porque es muy diferente a lo que ocurre con Bolsonaro, que es un “neoliberal reaccionario”.
Después de eso hubo algunos eventos importantes: 2016 fue un momento crucial en Estados Unidos y probablemente afectó a todo el mundo. En ese momento, Bernie Sanders se enfrentó a Hillary Clinton por la nominación demócrata para la presidencia, y por otra parte estaba Trump, que no era el republicano neoliberal típico. Había dos desafíos para el neoliberalismo, desde la derecha y la izquierda. Por ejemplo, algunos trabajadores blancos que votaron por Sanders en las primarias, no votaron por Hillary Clinton en las elecciones y sí votaron a Trump. Hubo un rechazo popular contra el neoliberalismo, que es el neoliberalismo progresista. La verdad es que el rechazo más fuerte partió de la derecha. La izquierda también se manifestó, pero la derecha lo pudo capitalizar mejor.
Ahora tenemos la pandemia, y como dije al principio, es una gran lección de teoría social. La pandemia nos muestra que el libre mercado no puede hacer lo que es necesario para garantizar que vivamos de manera decente. Creo que el neoliberalismo como filosofía hegemónica está muerto: sigue en el poder, pero ya no tiene credibilidad. Estamos en ese “interregno” de Gramsci, en el que aparecen todo tipo de síntomas mórbidos.
Joe Biden no es un neoliberal progresista. La acción transcurre en el Partido Demócrata, entre la vieja facción Clinton y la facción Sanders; Sanders tiene mucho más control que antes, aunque no tiene todo el control. Esta es una forma de ver el “interregno”. Las contradicciones son graves, pero es un momento importante y hay oportunidades reales para la izquierda. No creo que el fascismo esté a la vuelta de la esquina y que haya que correr a pedirle protección al liberalismo. Si llegamos a ese punto, pelearé junto a los liberales contra el fascismo, pero eso depende del momento y ahora no es el momento. El movimiento de Sanders debería construir un nuevo bloque antihegemónico con todas las facciones anticapitalistas que ya mencionamos.
Creo que tenemos un margen de acción, si no nos conformamos sólo con la política de reconocimiento. Hay que dejar de lado la cultura de la cancelación y las microagresiones. Sirven como proteína para la derecha. Hay que enfocarse en la estructura, en las instituciones, en las demandas y luchas que pueden realmente mejorar la vida en lo material para la clase trabajadora. Hay una oportunidad ahí.
Traductor: Ignacio Barbeito
Florencia Angilletta. Becaria doctoral del CONICET. Autora de Zona de promesas. Cinco discusiones fundamentales entre el feminismo y la política, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2021.
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