Por Alejo Brignole

La historia de los colonialismos, de las injerencias perpetradas por potencias hacia las periferias, aportan un catálogo muy extenso y rico sobre las paradojas existentes en estas relaciones. La Rebelión de los Cipayos de 1857 ocurrida en la India, podría ser un excelente modelo de este tipo de tensiones de difícil conciliación, en donde los servidores voluntarios de un colonialismo luego lo enfrentan por razones que exceden esa cuestión colonial o hegemónica.

Probablemente el ejemplo más emblemático en este sentido ocurrido en América Latina en los últimos cincuenta años, haya sido la Guerra de Malvinas o Guerra del Atlántico Sur, que enfrentó a Argentina y Gran Bretaña en 1982, por la posesión  de un territorio argentino usurpado desde 1833.

Anteriormente a ese año, los británicos y franceses le disputaron a España la posesión y asentamiento de las islas en una serie de escaramuzas sin relevancia y esgrimiendo mutuamente argumentos contrarios. El propio descubrimiento de las islas estuvo siempre en entredicho, pues para los españoles se produjo hacia 1520 por una nave que desertó de la expedición de Fernando de Magallanes y que era pilotada por el español Esteban Gómez. Para los ingleses, en cambio, el archipiélago fue avistado por primera vez en 1592 por el marino John Davies, o bien por el corsario Richard Hawkins, en 1594.

Las islas Malvinas fotografiadas
desde el espacio muestran claramente que están dentro de la plataforma continental argentina.

En cualquier caso, el conflicto por las islas siempre estuvo presente y a partir de la independencia americana de la corona española, su soberanía se convirtió en un anatema diplomático entre Inglaterra y Argentina. De todos modos, las razones profundas o coyunturales de la Guerra de Malvinas exceden las intenciones de este artículo, teniendo en cuenta que existe una incalculable información y bibliografía sobre el conflicto bélico, tanto del lado argentino como del británico y de otras fuentes, además de gran cantidad de relatos y análisis publicados por sus propios protagonistas, estrategas y veteranos del conflicto. Lo importante a destacar en este excurso sobre la primera y única guerra latinoamericana contra una potencia europea en el siglo XX,[1] serán sus derivaciones políticas y dialécticas, que son las que nos ocupan.

Cuando Argentina invadió el archipiélago el día 2 de abril de 1982, estaba gobernada por una dictadura militar (1976-1983) que era, en rigor, un gobierno impuesto y sostenido por Estados Unidos en el marco de la Doctrina de Seguridad Nacional. Es decir, la cúpula militar argentina que había usurpado el poder político era, apenas, una fuerza ejecutora de los diseños neocoloniales estadounidenses y cuya misión era aplicar las políticas hemisféricas de Washington, a saber: aniquilar fuerzas sociales y movimientos armados revolucionarios de orientación izquierdista, someter y reorganizar jurídicamente al país para la penetración económica de las corporaciones norteamericanas, y desindustrializar la economía para facilitar un capitalismo extractivo funcional a esos intereses corporativos, entre muchas otras metas estratégicas.

Estos diseños se llevaron a cabo simultáneamente en casi todos los países de América Latina mediante los procedimientos afines: el terrorismo de Estado, la desaparición física de militantes, sindicalistas, estudiantes, intelectuales y cualquier persona o grupo que manifestara una oposición orgánica o personal a estos diseños. Estas actuaciones, que eran articuladas y monitoreadas desde el Pentágono a través de las diferentes embajadas y de los asesores militares estadounidenses repartidos en toda la región, fueron el claro signo de una relación neocolonial cuasi formal, pues el nivel de obediencia a los dictados norteamericanos era prácticamente absoluto en todos los órdenes de la vida institucional latinoamericana. De esta manera, las Fuerzas Armadas de todas nuestras naciones actuaban como meros apéndices ejecutivos de estrategias surgidas verticalmente desde la hegemonía dominante. En rigor, los mandos militares latinoamericanos eran un poder análogo a los ejércitos de cipayos hindúes, pues estaban al servicio de una fuerza colonizadora que los dirigía y regulaba, completamente subordinados a ella.

Estos cuadros militares luego elaboraban recursos dialécticos atenuantes de esa subordinación y de los crímenes cometidos para satisfacer a esa imposición hegemónica. Así, la “lucha contra el comunismo ateo” y “la preservación de los valores nacionales y occidentales” que argumentaban nuestros ejércitos, de alguna manera borraban del plano consciente esta relación colonial que cumplían con verdadero goce, pues era su propia estructura de pensamiento la que estaba fuertemente colonizada, y por tanto era acrítica e idealizante. En su precario sistema dialéctico, los militares sudamericanos creían luchar por la libertad de Occidente y sus valores cristianos, y no como una fuerza de choque colonial para facilitar el bienestar de la opulenta sociedad estadounidensem de sus corporaciones y de su sistema económico, que era el fin último.

Una lógica que resultaba muy semejante a la imbuida a las tropas estadounidenses que luego lucharían en Irak y Afganistán a partir de 2003, supuestamente inmersas en una cruzada contra el terrorismo islámico y a favor de ideales democráticos, cuyo relato ideológico también se nutría de los viejos paradigmas pre renacentistas de una Europa amenazada por el Islam. Sin embargo, pocos advertían que en realidad estaban dando la vida simplemente para servir a las corporaciones petroleras estadounidenses y británicas, y sus planes corporativos de índole puramente económica.

Imagen que recorrió el mundo, tomada por el fotógrafo argentino  Rafael Wollman que estaba en visita en las islas antes de la invasión. Aquí se ve como un oficial argentino de Infantería de Marina lleva a los marines ingleses rendidos tras el desembarco.

 

De manera análoga, la Guerra de Malvinas hizo evidente estas contradicciones y sometió a los militares argentinos a una paradoja de difícil solución; estaban combatiendo a una potencia mundial como Inglaterra que usurpaba colonialmente territorio argentino, pero al mismo tiempo se identificaban como aliados –neocoloniales– de una potencia homóloga a Inglaterra. Comprendían que desde una perspectiva latinoamericana y estratégica global, Estados Unidos y Gran Bretaña son potencias complementarias fuertemente unidas por intereses comunes puestos a prueba muchas veces durante la transición hegemónica entre ambas naciones a partir de 1945. Una verdadera entente anglosajona, un eje estratégico-militar que se asiste mutuamente y toma beneficios. Alianza que en este siglo XXI se ha acentuado en múltiples aspectos.

En su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura 2005, el dramaturgo inglés Harold Pinter se refirió a esta unión táctica binacional, afirmando que los EE.UU.“tienen su propio perrito faldero acurrucado detrás de ellos, la patética y supina Gran Bretaña.”

Fieles a esta dinámica estratégica, Estados Unidos actuó en el conflicto bélico de Malvinas en favor de su verdadero aliado, que era Inglaterra, y no dudó en vulnerar Tratados y protocolos celebrados con gran número de países latinoamericanos en el marco del  Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), dejando en evidencia la condición periférica y alianza desdeñable que le reservaba a Argentina y a todo el sur continental. Ello patentizó una realidad dolorosa para las Fuerzas Armadas sudamericanas: que eran consideradas como colaboradoras unidireccionales al servicio estadounidense, pero no a la inversa. Una alianza de tipo colonial sin deberes recíprocos. Esta relación perversa que quedó manifiesta en toda su complejidad y desviación dialéctica durante la Guerra de Malvinas, no invalidó del todo muchas de las actuaciones militares argentinas, que fueron heroicas y muy eficaces, sobre todo por parte de los Batallones de Infantería de Marina y fundamentalmente de la Fuerza Aérea, que sacrificó naves y pilotos e infringió a la armada británica severos daños y cuantiosas pérdidas, demostrando que América Latina puede tener una capacidad ofensiva nada desdeñable frente al poderío militar del mundo sumergente. Los pronósticos a priori que surgieron a nivel mundial cuando estalló el conflicto, sostenían que Inglaterra iba a darse un paseo dominical en el Atlántico Sur e iba a volver luego de derrotar sin mayores dificultades a una nación del Tercer Mundo. Sin embargo, esta creencia generalizada quedó hecha trizas ya en las primeras fases de la guerra. La Guerra de Malvinas sigue siendo hoy motivo de orgullo en Gran Bretaña, precisamente porque es también un recuerdo doloroso y trágico que estuvo al borde del desastre.[2]

Para Inglaterra no fue una victoria fácil y dejó un regusto agridulce en la dilatada memoria de la historia naval británica.

De manera inversa, la Fuerza Aérea Argentina, que tuvo su bautismo de fuego durante esta guerra aeronaval –cuyo desarrollo superó cualquier previsión de los analistas internacionales debido a que no se repetía desde la II Guerra Mundial durante la guerra en el Pacífico contra Japón– inscribió una página intachable de su historia. Existe hoy un común acuerdo a nivel internacional, en que la aviación de guerra argentina defendió con maestría y eficacia el archipiélago. Demostró -una vez más- que ninguna fuerza militar hegemónica resulta invulnerable cuando se la combate con decisión y entrega, a pesar de existir desproporción de fuerzas.

Algunos de los aviones Hércules C-130 que operaron en Malvinas para sostener un heroico puente aéreo, habían sido utilizados en los años previos en los llamados “Vuelos de la Muerte” para arrojar jóvenes desaparecidos a las aguas del Río de la Plata o del Atlántico. Muchos de los oficiales ahora llamados “héroes de Malvinas” fueron parte de la maquinaria genocida diseñada por Washington para someternos.

El desempeño de los pilotos argentinos en este conflicto obligó a revisar todos los manuales de táctica y estrategia en la guerra aeronaval, pues la ejecución de los ataques a la flota británica resultó un compendio magistral de rupturas formales sobre cómo atacar naves y sortear radares u obstáculos electrónicos.

Sin embargo, este valor demostrado por los pilotos argentinos en defender un ideal paradigmático (el suelo patrio), pudo ser fácilmente entendido desde su dialéctica militar e institucional, precisamente por su carácter arquetípico. El valor en combate encauzado en un ideal que carece de fisuras, resulta así una cuestión ausente de conflictos filosóficos. Defender la soberanía territorial se presenta como una causa que contiene todos los elementos primordiales incuestionables para un soldado. Representan, en realidad, su realización y su cenit.

Pero la gran paradoja de estos hombres que arriesgaron o dieron su vida por este ideal heroico, consistió en que mientras luchaban por su territorio, es decir, contra una colonización formal; por otro lado consentían y apoyaban formas neocoloniales mucho más nocivas y brutales, pues esos mismos pilotos militares que defendieron las Malvinas con tanto ahínco, también eran los que desde sus mismos aviones arrojaban vivos al mar[4] a sus compatriotas opositores, sindicalistas e intelectuales, llevando a cabo una tarea criminal de terrorismo de Estado, ordenada por una potencia estrechamente ligada a la potencia que combatían en la guerra. Mientras eran capaces de inmolarse en los implacables ataques a las naves británicas, sometían mediante el terror a su propio país para propiciar una subordinación económica y una entrega soberana de dimensiones históricas a multinacionales estadounidenses y también británicas.

La paradoja de estos hombres –y de muchos otros colonizados bajo múltiples formas– podría sintetizarse en la pregunta retórica… ¿Por qué soy capaz de dar la vida por mi país en un combate, cuando he vivido dedicado a servir a los enemigos de mi propia nación y he colaborado en su destrucción, que es también mi propia derrota?

Por supuesto que esta formulación retórica tiene múltiples respuestas, dependiendo la perspectiva del que la resuelva. Para nuestros militares, colaborar con Estados Unidos ha significado la salvación de la patria y no su destrucción, lo cual también evidencia el nivel de penetración cultural enquistada en los propios razonamientos, incapaces de vislumbrar las relaciones causa-efecto de estas interpretaciones. En cualquier caso, la paradoja sigue en pie, pues luchar contra Gran Bretaña y obedecer a los Estados Unidos constituye un mismo anatema filosófico y argumental.

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CITAS: 

[1] A excepción del bloqueo a Venezuela de 1903 organizado por Alemania, Gran Bretaña e Italia, en compensación por el impago de la deuda soberana con las fábricas de acero Krupp. Sin embargo el caso Argentino difiere en cuanto fue Argentina la atacante y Gran Bretaña la defensora.

[2] No se sabe exactamente la cantidad de aeronaves perdidas por el Reino Unido, ya que como en el caso de las bajas de personal, las cifras oficiales son dudosas. Los registros propios de la Fuerza Aérea Argentina hablan de las siguientes cifras: 47 aeronaves derribadas, entre aviones de combate Harrier GR.3, helicópteros para el traslado de tropas tipo Chinook HC-1, Sea King HC-4/HAS,y ofensivos como el 342 Gazelle AH-1, entre otras, sumando el total de 47 aeronaves ya señaladas. Los buques hundidos o totalmente destruidos fueron 8: el HMS Sheffield, el HMS Coventry, el HMS Ardent, el HMS Antelope, el RFA Sir Galahad, el RFA Sir Tristam y el portacontenedor de gran porte, Atlantic Conveyor. A los que hay que sumar los 11 buques averiados de consideración, entre ellos los dos portaviones: el HMS Invincible y el HMS Hermes (nunca confirmado oficialmente, pero inoperativo desde el momento del ataque). El resto fueron fragatas y destructores de diverso tipo, como el HMS Antrim, el HMS Glamorgan, el HMS Glasgow, el HMS Exeter, el HMS Brilliant, el HMS Argonaut, el HMS Arrow, el HMS Plymouth, y el submarino clase Oberon S-21, HMS Onyx que sufrió un accidente no adjudicable a la acción militar argentina mientras operaba en el conflicto. Fuente: Fuerza Aérea Argentina.

Enlace web: http://www.fuerzaaerea.mil.ar/conflicto/las_cifras.html / Para una mayor información, consúltese los libros La Guerra Inaudita, de Rubén Moro, Ed. Pleamar. Buenos Aires, 1986. También Guerra Aérea en las Malvinas, de Benigno Héctor Andrada, Emecé Editores, 1983. Y Batallas de Malvinas de Pablo Camogli. Ed. por Penguin Random House, Buenos Aires, año 2011, entre otros.

[3] véase: Megacausa de la ESMA (Escuela Superior de Mecánica de la Armada). Para una consulta ampliada, véase la exhaustiva investigación contenida en el libro El Vuelo, de Horacio Verbitsky, Ed. Planeta – Espejo de la Argentina (1995).