Uruguay: La isla artificial. Otro fetiche rimbombante.

Por Diego Tardeo

Desde hace algunos meses, pero sobre todo en estas últimas semanas, hemos visto en todos los medios de prensa la “discusión” que gira en torno al proyecto MVD 360 promovido por Jirkel S.A. Se trata de una isla artificial  que pretende ser levantada a la altura de la rambla de Punta Gorda, al este de Montevideo. Un predio de treinta y seis hectáreas (para una comparativa dimensional tangible, el Parque Rodó concentra unas cuarenta y dos hectáreas), con puerto deportivo, un puente de cuatrocientos cincuenta metros de extensión, talludas torres de vivienda y oficinas y demás tautologías del estilo.



La luna de miel de Fetiche y Progreso.  

No se pretende aquí añadir corolarios a las exposiciones tecnicistas o semi-tecnicistas. La crítica es, fundamentalmente política y no pretende ser amigable con los cuidados a herir la sensibilidad de una urna electoral, que es básicamente una forma de cosificación de la gente. De tanta terapia en la materia, hemos desarrollado una especie de patología que se acobija en su disfraz de “democracia republicana”.

Es entendible que, cuando una persona habla desde cierta posición, sus exposiciones deben ser medidas. Sin embargo, pareciera que, al exponer, la injerencia de esta dosis de un cóctel entre suavizante y lavandina, acaba paradojalmente por erizar y hacer fuliginoso lo que leemos o escuchamos. Lo que vemos es, en síntesis, una mera superficie. No se ataca el fundamento de la discusión. De esta forma, caemos en un discurso que no solo queda lejos de la esencia del problema, sino que, termina siendo irresponsable, racionalmente irracional.

En diversos artículos se expresan manifiestos de contrariedad al proyecto girando en torno a términos cliché como “segregación social” o “afectación de la vida comercial y el desarrollo de la centralidad de Montevideo”. Es que, según las y los expositores el comercio tiene vida. 

Parecería ser descabellada la idea de entender que esto es una cosificación enmarcada bajo el mito del progreso. En términos antropológicos, la vida la constituyen los seres humanos, sus relaciones y la subjetivación del medio en que viven o lo que en ciertos postulados teóricos se entiende como materialismo. Cuando esta dialéctica se invierte y, “de la nada” los objetos, las cosas (desde un simple producto, a un artilugio, hasta el mercado, desde lo tangible a lo intangible) “cobran vida”, se produce y se reproduce una fetichización. 


Ahora bien, ¿podemos decir entonces que tanto quienes están a favor de MVD 360 como quienes están en contra, son fetichistas? Pues, sí. El fundamento es que, quienes están a favor, validan el capitalismo a través del fetiche y, quienes no, validan el capitalismo a través del mito del progreso, otro fetiche. Ambas posturas alimentan una terminología de encubrimiento.

Puede que este contraargumento al aclamado Singapur Criollo sea abstracto, pero, cuando pensamos en una isla artificial con enormes torres subyacentes en el Río de la Plata, no parecería ser tan absurdo preguntarse, ¿para qué? El argumento, creo que no es más que afirmar que no hay argumento. No hay razones para dar una discusión tecnicista sobre el sí o el no, porque el punto de partida ya expone una falacia. 

Estamos antes del contrato, previo a discutir la “viabilidad” del proyecto, y solamente es concluyente que no tiene la más mínima coherencia la materialización de este debate. Corrijamos entonces, el argumento es claro si podemos abstraer la mente del mercado, del “progreso” o el “desarrollo”, y más que una argumentación fenomenológica es un una fundamentación; el proyecto es un fetiche y su objeto es el aumento de la tasa de ganancia de capital.

Es moneda corriente que, anulando la discusión antes de darla por entender que tiene un origen que de por sí es estúpido, hay quienes pueden tildar este tipo de crítica como idealista (tanto quienes están a favor como quienes están en contra de MVD 360) y caerán en los márgenes de otros cliché como “el mundo es así, sé realista”. Precisamente, el materialismo radica en la negación del discurso derrotista que hace de este una especie de gran roca insuperable, inmutable. Es imprescindible evitar caer en la problematización de problemas que no existen. Es necesario elevar la discusión y ponerla al servicio de los conflictos reales que deben ser atendidos en nuestras ciudades. 

Volviendo al origen, apelando a una respuesta que prescinda de ahondar en un proyecto como este, aparece nuevamente el sentido común evadiendo cualquier verborragia técnica, ese que cualquier vecina o vecino con un titular que anuncia una isla artificial fácilmente puede preguntarse, ¿acaso tenemos una situación de escasez de suelo en Uruguay?

Por otra parte, se ha hecho mención también a la promoción de “turismo”. Si al menos nos queda algo de indignación, no colaboremos con más bloques para el edificio de cultura imbécil que globalmente estamos levantando como sociedad productivista. Por supuesto, puede entenderse que desde Europa o desde el Imperio yankee o incluso el Chino, no haya más que ponerse a pegar bloques con fetiche, porque de otra forma sería insostenible la estructura de tamaño disparate. Pero sería prudente pensar, que desde Uruguay, desde los pueblos americanos, negados ontológicamente, somos capaces de salirnos de ese eurocentrismo colonialista. Hablamos de un turismo que no es otra cosa que el síntoma de una cultura enferma que, despatarrada en su creencia popular de imposibilidad, ha sido despojada de todo acto que se incline hacia un avance en términos de humanidad como manifiesto de vida en última instancia. Hablamos sin más, de otra historia desapasionada.


Síntesis.

Al no haber nada para argumentar por entender que no hay argumentos presentados para contraargumentar o elogiar, tampoco hay síntesis. Es de sentido común, o “de filosofía de un no filósofo” como tal vez diría Gramsci.

Es importante aclarar que se toma este ejemplo por tratarse de un caso en que, para una lejana apreciación del rubro, de tanto maquillaje al fetiche, les quedó terraja. Es un ejemplo irrisorio. Pero fetiches sobran y, a veces, son de corte más fino, su superficie está mejor ornamentada y su esencia está más oculta. Es común denominador el interés por los márgenes del territorio, los enormes capitales inversores y son comunes en la mayoría de los casos sus objetivos; la especulación del suelo costero, su urbanización al servicio del goce burgués y el aumento de las tasas de ganancia en términos de capital. Más acá o más allá, el barco encalla con el agua tan próxima a la superficie. 

Para no subtitular “síntesis” como mero formalismo, hagamos el intento de ir a lo que nos compete. Es fundamental la denuncia popular, la crítica puertas afuera del poético mundillo que se vive en el academicismo. Es de primer orden, salir del encasillamiento de los márgenes economicistas que evaden cualquier transversalización de problematización verdadera, de fundamento y no de fenómeno, de esencia y no de apariencia. 

Contribuyamos a la construcción de una hegemonía popular, politicemos sin miedo a quienes se apropian de nuestra potentia y se disfrazan de falsos laicos, tildando de hacer ideología al pueblo organizado, cuando en realidad, no es este el gesto de otra cosa que hacer ideología para los intereses de las minorías de siempre, escondidas en capuchas “neutras”. 

Reclamemos arquitectura y ciudad, reclamemos educación, reclamemos cultura. 


Diego Tardeo es estudiante de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República (UdelaR)

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