Cuando el contexto es más importante que el resultado

 Por Ana Dagorret

Escrito por Ana Dagorret

El escenario que quedó expresado el 2 de octubre da cuenta de un fenómeno que está lejos de diluirse con una eventual derrota de Bolsonaro.

Faltan pocas horas para la elección en Brasil y si algo quedó establecido con la primera vuelta el pasado 2 de octubre es el hecho de que existe en la sociedad una profunda división. Por momentos parece vivirse como una disputa entre dos equipos de futbol rivales a punto de disputar una final. Sin embargo, se trata de una elección con el potencial de definir el rumbo político y económico del país, donde la apuesta por la profundización de un modelo ultraneoliberal ha ganado el apoyo de 51 millones de personas, dos millones más de las que votaron por Bolsonaro en 2018

A simple vista y desde lejos la disputa parece estar reducida a la oposición democracia versus fascismo, como la campaña del candidato y ex presidente Lula Da Silva se empeñó en instalar desde el comienzo de la disputa. Sin embargo, mirando más en detalle y conversando con las personas es posible reparar en la complejidad que implica dicha polarización.

Muchos de los que expresan voto en el candidato Bolsonaro lo hacen por convicción. Independientemente de la clase social, aunque en su mayoría trabajadores en relación de dependencia o incluso autónomos, argumentan que el país pasa por un buen momento económico sólo interrumpido por factores externos que actuaron como trabas en el camino de la reconstrucción planteada por el bolsonarismo. A su vez, cuando cuestionados por cuestiones más internas como decisiones del Ejecutivo y escándalos de corrupción, muchos insisten en la idea de que nada de eso compete al presidente, cuyo mandato se habría visto limitado por la acción de otros actores.

Dicho argumento, cuando presentado en relación a Lula, es automáticamente descartado. El rechazo a la figura de Lula y el Partido de los Trabajadores, aún con las condenas del ex presidente anuladas por la Corte Suprema y la evidencia de las motivaciones políticas de la operación Lava Jato, ayuda a sustentar el voto por Bolsonaro. Bajo esa lógica, la idea de que es necesario acompañar el intento de reelección para impedir la vuelta de la corrupción al gobierno es el principal argumento de quienes dicen optar por el voto al presidente.

Entre esos 51 millones de electores que acompañaron a Bolsonaro el pasado 2 de octubre también están los más radicalizados, aquellos que apoyan incondicionalmente al presidente y que justifican hasta los escándalos de corrupción más evidentes en nombre de la lucha contra la corrupción y el comunismo. Estos dificilmente sean la mayoría aunque sin dudas son los más ruidosos e inclusive los más peligrosos. Sin embargo, tanto durante la campaña como en los actos del 7 de septiembre convocados por el presidente en Brasilia y Río de Janeiro, lo que se vio fue un público moderado en sus formas y convencido de la causa defendida por el presidente.

Otro de los perfiles que se advierten entre el electorado bolsonarista es el público evangélico. Lejos de ser violentos o agresivos, los evangélicos que apoyan la reelección del presidente manifistan profunda preocupación por cuestiones como la legalización del aborto y las drogas, así como también el combate a lo que llaman «ideología de género» y la instalación de baños unisex en escuelas y dependencias públicas en caso de que Lula sea electo presidente. Aún siendo confrontados con los hechos que demuestran la falsedad de dichas acusaciones, los bolsonaristas evangélicos parecen estar aferrados a estas banderas levantadas constantemente por los pastores de los templos a los que acuden y defendidas por la comunidad a la que pertenecen.

Entre el electorado bolsonarista también es posible advertir otros perfiles: el del votante de clase media alta que se ve interpelado por la defensa de la propiedad privada y hasta por cierta impunidad que le ha permitido escalar de clase social. El de los policías militares, funcionarios públicos de las clases populares con cuya categoría dialoga permanentemente el presidente al justificar las masacres contra poblaciones perifericas y al defender el asesinato de personas pobres en la guerra contra el crimen organizado. El del paramilitar -policía que conforma grupos de tareas conocidos como milicias cuyo modus operandi ha llevado al control por parte de estos grupos de comunidades enteras, principalmente en el estado de Río de Janeiro- que se vio beneficiado con las normas que flexibilizan la compra y porte de armas de fuego. El de los militares de carrera y sus familias, que aumentaron sus ingresos a partir de la obtención de cargos en el gobierno y de conseciones a la categoría por parte del presidente.

Se trata de varios perfiles, los cuales conforman la sustentación al proyecto bolsonarista que, más allá del resultado que arrojen las urnas, ya se presentan como un escollo para la gobernabilidad en caso de una victoria de Lula. Si algo queda claro en dicho contexto es que no importa la inocencia de Lula y la utilización política del discurso de la lucha contra la corrupción. Existe un rechazo que está instalado y cuyas raíces son más profundas y complejas que la dicotomía entre democracia y fascismo.

El escenario que quedó expresado el 2 de octubre da cuenta de un fenómeno que está lejos de diluirse con una eventual derrota de Bolsonaro. Más allá del resultado del domingo, existe en Brasil una grieta que comenzó a abrirse en 2013 y que no sólo está lejos de cerrarse en los próximos años sino que tiene el potencial de profundizarse. El próximo paso para que eso suceda parece ya estar siendo dado por el presidente: el no reconocimiento de los resultados, caso se trate de una derrota de Bolsonaro, habrá pavimentado el camino para un descontento que puede darle gas a un proyecto político autoritario.

*Ana Dagorret es periodista de política internacional, coautora del Manual breve de geopolítica y parte del equipo de PIA Global.

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