Tiempos mejores en América Latina

Por Paula Klachko

Con el triunfo electoral de Lula Da Silva en el gigante nuestroamericano, estamos en condiciones de afirmar que se consolida lo que veníamos advirtiendo desde 2018: el relanzamiento del ciclo progresista que comenzó con el inicio del siglo XXI.


Ponemos la fecha de 2018 porque es el año en el que asume como presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en un México sangrante y herido por mas de 30 años de neoliberalismo salvaje y violento en el que degeneró esa increíble primera revolución social del siglo XX.

Un país que no había disfrutado de esa primera etapa del ciclo progresista y que constituye la segunda economía de la región, al tiempo que comparte una frontera de mas de 3000 km con la potencia del norte, con la cual forma parte de un tratado de libre comercio junto a Canadá en una marcada asimetría económica y política que AMLO se propone cambiar.

Así lo demostró mientras fue presidente protempore de la CELAC apostando fuerte a un nuevo proceso de integración regional y al dejar bien claro las posturas soberanas de Nuestra América, condenando los bloqueos contra Cuba y Venezuela, y la exclusión de esos países y Nicaragua de la supuesta cumbre de presidentes de las Américas convocada por Biden en California a principios de este año, a la que el presidente mexicano se negó a ir en señal de digna protesta.


El ciclo progresista no había muerto, sobre todo por la permanencia heroica de los gobiernos populares de Cuba, Venezuela y Nicaragua aun bajo el fuego del empresariado mediático internacional, los bloqueos económico criminales y ataques de todo tipo. Pero sí sufrió un retroceso luego de la derrota electoral del kirchnerismo en 2015 y del golpe contra Dilma Rouseff en abril de 2016.

Sin embargo, en la actualidad son muchos los elementos que nos indican que estamos en presencia de una nueva etapa del ciclo progresista que genera condiciones para volver a mejorar la vida de grandes mayorías, al tiempo que relanzar la integración para convalidar procesos de mayor grado de independencia y soberanía.

Entre esos elementos los mas importantes son las rebeliones populares que alcanzaron momentos insurreccionales en Chile, Ecuador, Colombia y Haití a partir de 2019, todos países con gobiernos neoliberales, contra esas políticas y esos gobiernos.

Luchas que en los casos de Chile y Colombia (luego de mas de 6 décadas de terrorismo de estado y genocidio continuado), y en parte en Perú, se expresaron en los triunfos electorales de coaliciones o alianzas políticas progresistas, o bien, de neto corte antifascista.

En 2019 la derrota electoral de la derecha en Argentina, el rápido retorno del gobierno del MAS en Bolivia en 2020 luego de 1 año de golpe de estado oligárquico y conservador, la vuelta a la presidencia en este 2022 de quienes habían sido desalojados también por un golpe de estado en 2009 en Honduras, y, como comenzamos este artículo, el triunfo progresista en Brasil, son los elementos contundentes que muestran el reinicio del ciclo progresista que no había muerto, mas allá del deseo de las clases privilegiadas y algunxs confundidxs.

Si bien esta realidad despierta el salvajismo y revanchismo de los sectores dominantes y la consiguiente profundización del escenario de polarización política, la fortaleza de los sujetos populares en sostener a estos gobiernos y las medidas que adopten, serán, junto a la voluntad política de quienes encabezan esos gobiernos, lo que terminará de definir si esta nueva etapa del ciclo progresista en un marco internacional menos unipolar se consolidará de la mano de la imprescindible integración regional o naufragará en los mares de un posibilismo conformista con las relaciones de fuerzas preexistentes a este relanzamiento del ciclo.

El escenario nos ofrece buenas condiciones, esperamos que los pueblos de nuestra América y sus expresiones políticas sepan aprovecharlo.

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