Publicado el 2 de enero de 2019
Murió Agustín. Se suicidó a raíz de una falsa acusacion de acoso por
parte de su amiga. Era un joven de 18 años de Bariloche, provincia
argentina de Río Negro, que se quitó la vida el 22 de diciembre, semanas
después de haber sido acusado por una amiga suya de abuso sexual en una
marcha feminista.

Tremendo. Injusto. Lo que más indigna es la cantidad de personas
(hombres sobre todo) que ahora manifiestan su «indignación» por redes
digitales y medios de comunicación hgemónicos, por la muerte de este
muchacho, señalando, acusando, a todos los colectivos feministas como si
fueran una cosa sola, monolítica.
Los señaladores son las mismas personas que hacen mutis por el foro
ante los femicidios: más de 40 ocurrieron en Uruguay en el 2018, señor.
Dudo que estas personas hayan concurrido a alguna alerta feminista, dudo
de que hayan caminado por 18 de julio (NE: principal avenida
montevideana) el 8 de mayo.
Son los mismos que salieron a despotricar por redes sobre la supuesta
agresión a unos periodistas. En caso de que halla sido así, es
repudiable. No se respetó a una familia de rodillas, en la calle,
llorando la pérdida de un ser querido.
Y mientras ocurría eso, nos enterábamos de que una tercera mujer en
menos de 24 horas había sido asesinada por otro hijo del patriarcado:
incinerada por si hace falta recalcar y subir el grado de
espectacularidad a ver si mueve alguna fibra.
Ese mismo «periodismo» que pone en el grito en el cielo ante ciertas
acusaciones, que piden que no se generalice. Son los mismos que se
abroquelaron y cerraron filas para defenderse a ellos mismos. El
corporativismo brotó como el mejor retoño de primavera. El sistema
inmunológico del cuarto poder funciona a la perfección. Parece que la
libertad de expresión solo se ejerce por televisión o a través de medios
gráficos hegemónicos.
La hipocresía con que se lanzan a las redes los machos y las mujeres
impregnadas de patriarcado es algo vomitivo. Pareciera que están
esperando agazapados para ver por dónde falla la teoría, para ver por
dónde se persigue gente o intentan equiparar los femicidios a los
hombres que mueren en las guerras.
Luego están los otres, los que se asombran y escandalizan ante un
femicidio, una violación. Es lo más fácil sentirse atravesado por lo
escandaloso, lo asombroso, lo morboso. La punta del iceberg la vemos
todos, pero hay toda una estructura mucha más grande y consolidada que
la sostiene.
Pero
vayamos un poco más allá. Este primer grupo de gente son los mismos que
se indignan cuando roban y/o asesinan a un trabajador. Y está perfecto.
Pero tienen la indignación sesgada. Sumamente recortada y direccionada
hacia un lugar solo. Porque cuando por ejemplo en Uruguay se accidentó
un obrero en el Antel Arena, no se preocuparon por el trabajador. Se
preocuparon por sí el sindicato le iba a iniciar una demanda al Estado
por la ley de responsabilidad empresarial. Ley a la cual se opusieron.
Pero siempre marcando el error ajeno y tratando de que los demás tengan
una coherencia y una ética que seguir, ya que parece que ellos carecen
de las mismas.
Por eso cuando matan a un taxista en Montevideo por unos pocos pesos
salen iracundos. Es compartible. A nadie le gusta y nadie está a favor.
Pero cuando murieron unos jóvenes en un depósito clandestino de
pirotecnia, poco ruido hubo por esos lares.
Entonces la pregunta que surge es si urge la preocupación por la
salud y la vida de los trabajadores o interesa solamente todo lo que
sirva para pegarle a colectivos feministas, sindicatos y todo lo
relacionado al cambio, al campo popular. Y, además, parece que están
defendiendo a la propiedad privada y a los patrones de manera
encubierta.
No importa la vida entonces, parece. Parece que la muerte (ciertas
muertes) en determinadas circunstancias, son vehículos y excusas para
pegarle a un determinado gobierno de determinado corte ideologico, o a
determinados colectivos y organizaciones que pretenden cuestionar un
poco esta sociedad conservadora.
¿Vivir sin miedo? Las mujeres quieren vivir sin miedo. Transitar por
la calle sin miedo. Llegar a sus casas sin miedo. Y están “las
privilegiadas” que pueden tener a su casa como reducto y refugio de
protección porque otras ni siquiera eso. La calle no es nada agradable
para una mujer y para otras tantas la casa es peor, es un infierno.
Estan los que piden pruebas, los que demandan una rigurosidad
científica ante tamaña situación. Las que no le creen a las pibas y si
no aparecen con la cara amoratada y ensangrentada, dudan. ¿Tendrán que
llegar al extremo de que le pase a un ser querido para dimensionar lo
que nos esta pasando a todos como sociedad y que tiene a la mujer como
principal víctima?
¿Les importa la vida realmente? Entonces, ¿importan todas las muertes
por igual? O dicho de otro modo: ¿cuánto vale cada vida? ¿Hay
ciudadanos clase A y clase B?
La mezquindad humana no tiene limites. Tomar este caso de Agustín
para enchastrar luchas de décadas, cientos y miles de mujeres asesinadas
de las formas mas brutales y por las razones mas ilógicas que uno pueda
conocer es de una bajeza exasperante. De los defensores del
actor-violador argentino Juan Darthes, de los cómplices silenciosos de
tanta putrefacción. Y todos debemos hacer el ejercicio cotidiano de la
deconstrucción. Uno como hombre debe de hacerlo si pretende una sociedad
más justa.
¿Cómo conservar la ecuanimidad ante la maniquea postura de especular
con la vida? ¿Cómo sortear esas publicaciones y minutos en televisión
que en nombre de las buenas costumbres y los valores, lo único que hacen
es catapultar odio y más odio? “Hoy ya no se puede decir nada”, espeta
el macho por ahi. “Todo parece acoso” rebuzna un veterano de 60 mientras
tuerce las cervicales para mirarle el culo a una niña que podría ser su
nieta.
No solo tienen que cambiar las estructuras socio-económicas de este
sistema, sino la cultura y los valores, los vínculos de este capitalismo
también. Y allí radica y fermenta el peor de los machismos. El
patriarca de todas nuestras compañeras muertas. De nada sirve un sistema
social donde no haya explotados ni explotadores si se sigue matando
mujeres, si las siguen matando “porque era mía”.
Tampoco sirve que no exista el patriarcado si se sigue explotando
trabajadores y trabajadoras. No caigamos en esa trampa discursiva ni esa
falsa dicotomía. El capitalismo y el patriarcado se sirven uno de otro y
se potencian, se necesitan para ser y dominar. Vayamos por todo: Ni una
menos, ni un explotado más.
* Estudiante de Licenciatura en Psicología, Universidad de la
República, Uruguay. Analista asociado al Centro Latinoamericano de
Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)
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