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Haydée Santamaría: Pasión, Revolución y Cultura

 

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 Gabriel Vera Lopes

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Abel apenas podía esconder su sonrisa. Ya había caído la noche y, en tan solo unas horas, tendrían que irse. “¿Qué se supone que debía haber hecho?”, preguntaba, encogiéndose de hombros. Apenas podía disimular el gesto en su semblante ante la mirada severa —mezcla de fastidio y complicidad— de Yeyé.

Habían pasado varias horas sin que nadie supiera dónde se había metido. Y, de repente, toda esa preocupación que la fue invadiendo con el correr del tiempo se transformó en fastidio al verlo llegar.

“Abel, ¿tú estabas trabajando?”, lanzó Yeyé en un tono que, más bien, parecía un regaño. Faltaban solo unas horas para salir. Ya habían pasado las nueve de la noche. Nunca en su vida se habían enfrentado a algo así y, sin embargo, allí estaban.

“No, fui a llevar a unos viejos de allí enfrente a ver El Morro y los carnavales”, respondió Abel.

Yeyé simplemente no podía creer lo que escuchaba. Aun así, tenía esa sensación de que no era una respuesta que la sorprendiera, viniendo de su hermano. “¿Cómo? ¿Por qué?”, le preguntó, respirando profundo, casi como si no supiera qué decir. “Porque esos pobres viejos nunca habían visto los carnavales de Santiago de Cuba”.

Sería la propia Haydée Santamaría —a quien todos llamaban Yeyé— quien recordaría aquellas imágenes años más tarde, en 1969, durante una charla con trabajadores de la Casa de las Américas.

En cuestión de horas, ambos protagonizarían —junto con más de 120 jóvenes— el asalto al Cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, fecha considerada el inicio de la Revolución cubana.

Aquella madrugada, los combatientes no lograron tomar el cuartel. Alrededor de nueve moncadistas murieron en combate, mientras que otros 52 fueron apresados. La dictadura ordenó el asesinato ilegal de decenas de los combatientes capturados y desató una feroz represión en todo el país. Entre los asesinados estaban Abel Santamaría y el compañero sentimental de Haydée, Boris Luis Santa Coloma.

Haydée siempre recordó a su hermano sonriendo, hablando del futuro y haciendo planes. Un modo de evocarlo en el que, quizás, como si se tratara de un abrazo, también hubiera algo de lo que ella misma era. Aquella tarde, durante la charla, contó que, por más que los acechara, en ninguno de esos días, en la Granjita Siboney, la muerte apareció en sus conversaciones como una posibilidad.

“Arriesgarlo todo por conservar lo que de verdad importa”

Ese 25 de julio, todo parecía estar resuelto. Habían repasado el plan una y otra vez: cada detalle, cada posible imprevisto.

Durante semanas, el departamento donde vivían Haydée y Abel se había convertido en el centro de reuniones y conspiraciones. En un primer momento, Fidel y Abel pensaron en formar un grupo que les permitiera involucrarse en una resistencia armada más amplia contra la dictadura de Batista.

Sin embargo, con el correr de las semanas —y ante el quietismo de las fuerzas políticas tradicionales— se convencieron de que debían ser ellos —los jóvenes— quienes dieran el primer paso.

Conscientes de la historia, sabían que no sería la primera vez que un grupo de jóvenes enfrentara la tiranía. Veinte años antes, en 1932, la Unión Revolucionaria, liderada por Antonio Guiteras, había atacado el cuartel de San Luis, también en Santiago de Cuba, para enfrentar la dictadura de Machado.

Habían cambiado las circunstancias, pero no el espíritu. La Generación del Centenario —como se autodenominó ese grupo en honor al centenario del natalicio de José Martí (1853-1953)— asumía ese legado.

Haydée recuerda que Abel solía decir que su generación debía hacer “algo verdadero y real”. El objetivo era tomar el cuartel Moncada, conseguir armas y, desde allí, iniciar una rebelión armada que derrocara la dictadura de Fulgencio Batista.

Abel y Fidel organizaron en secreto pequeños grupos de no más de diez personas, que no se conocían entre sí. Eligieron la noche del 26 de julio, aprovechando el carnaval: el ambiente festivo permitiría moverse por la ciudad sin levantar sospechas. Las fuerzas de seguridad estarían distraídas, y el bullicio ayudaría a pasar desapercibidos. Además, el pueblo de Santiago ya había demostrado una fuerte vocación de lucha.

Esa madrugada, todos se reunieron por primera vez en la Granjita Siboney, a pocos kilómetros del cuartel. No solo era la primera vez que se veían las caras, sino también el momento en que escucharían, por fin, el plan del que formarían parte.

“Era la primera vez que esos 135 jóvenes, con una edad promedio de 26 años, se veían las caras. La mayoría eran obreros, campesinos o empleados que se habían sumado al movimiento.”

Haydée Santamaría, junto a la joven abogada Melba Hernández, fueron las únicas dos mujeres que participaron en la acción. Ambas jugaron un papel activo en los preparativos y en la organización.

“Hay ese momento en que todo puede ser hermoso y heroico. Ese momento en que la vida, por lo mucho que importa y por lo muy importante que es, reta y vence a la muerte”, escribiría años más tarde Haydée, luego del triunfo de la Revolución.

“Y en ese momento una puede arriesgarlo todo por conservar lo que de verdad importa, que es la pasión que nos trajo al Moncada, y que tiene sus nombres, que tiene su mirada, que tiene sus manos acogedoras y fuertes, que tiene su verdad en las palabras y que puede llamarse Abel, Renato, Boris, Mario, o tener cualquier otro nombre, pero siempre, en ese momento y en los que van a seguir, puede llamarse Cuba”, agrega.

Un ejercicio de amor

No se puede entender la Revolución Cubana sin considerar el papel que desempeñaron Haydée y Melba. En medio del desastre, los asesinatos y el encarcelamiento —entre ellos el propio Fidel—, fueron ellas quienes reorganizaron el movimiento tras la derrota.

Así lo afirma la socióloga e investigadora Ana Niria Albo Díaz, quien recuerda que ambas lograron sacar de la cárcel el alegato de Fidel, La historia me absolverá, y difundirlo por toda la isla.

“Haydée era una mujer completamente apasionada. Ponía mucha entrega —y no tengo miedo en decirlo—: mucho amor en cada cosa que hacía, hasta el final de sus días. Es decir, fueron ejercicios de pasión, sin duda, los que la llevaron a creer en el proyecto de justicia social que Fidel les compartía”, afirma.

“Siempre pienso que, para ella, lo del Moncada fue terrible. No solo porque perdió a su hermano y al gran amor de su vida, sino también porque —y eso lo decía— sentía que habían muerto demasiado jóvenes como para haber vivido el amor. Esa idea es extremadamente fuerte, sobre todo hoy, que se le da tanta importancia al cuerpo, al afecto, a la posibilidad de amar.”

La historia posterior lo demuestra: sobreponerse a la pérdida de su hermano y del gran amor de su vida, Boris Luis Santa Coloma, para continuar la lucha. Sobreviviente de las masacres, Haydée fue testigo fundamental de la crueldad de la dictadura.

Luego de cumplir siete meses en prisión, para principios de 1954 Haydée y Melba ya estaban en libertad, desde donde “tuvieron la valentía de reiniciar la lucha en la ciudad, lo cual era extremadamente peligroso”.

“Yo creo que eso, sobre todo, es un ejercicio de amor”, señala Ana Niria, quien afirma que toda la vida de Haydée fue la vida de una pasión.

La divulgación de La historia me absolverá, verdadero testimonio de las injusticias de la época, permitió transformar la derrota militar en una victoria política.

“Haydée es la única mujer que estuvo en todas las etapas de la revolución”, subraya Albo Díaz. “Participó en la clandestinidad, en la lucha armada urbana —que era lo más peligroso—, combatió en la Sierra Maestra y también estuvo en el exilio. Fidel le pidió que fuera a Estados Unidos para conseguir fondos cuando ya no tenían recursos.”

Esa participación continua en todas las etapas le otorgó una posición de enorme autoridad entre sus compañeros. Tras el triunfo de la Revolución, Haydée se convirtió en una voz escuchada, y fue encomendada con una de las creaciones culturales más importantes del proceso revolucionario: la Casa de las Américas.

Todo es una sola cosa

Después del triunfo revolucionario en 1959, Haydée se convirtió en un pilar de la construcción cultural. Fundó y dirigió durante más de 20 años la Casa de las Américas, punto de encuentro para intelectuales, escritores y artistas de toda América Latina y el Caribe.

“Hablar de Haydée”, sostiene Ana Niria, “es hablar de la construcción de una política cultural en Cuba. Sin estudios formales, siendo una mujer campesina, de un pueblo pequeño, llegó a ocupar un lugar de diálogo, de escucha, pero también de toma de decisiones. Y todo eso en un contexto profundamente patriarcal y heteronormativo.”

La Casa de las Américas no solo permitió que cientos de intelectuales y artistas se vincularan a la Revolución —en tiempos de fuerte aislamiento impuesto por EE. UU.—, sino que también ayudó a que el continente se reconociera como latinoamericano y caribeño.

“Sin duda, toda la vida de Haydée fue un ejercicio de aprendizaje y transformación. De lo nuevo que puede ofrecer un proceso revolucionario. Un ejercicio siempre acompañado de una enorme sensibilidad.”

Ana Niria recuerda unas palabras de Haydée, en las que cuenta que primero supo que era una niña de una central azucarera; luego, que era de la provincia de Villa Clara; y solo después comprendió que era cubana. Y en algún momento, al leer a Martí y Bolívar, entendió que también era latinoamericana.

Fue desde ese lugar de auto-reconocimiento que, al igual que la revolución, fue ampliando su voz.

Recientemente, Casa de las Américas realizó la tarea de publicar textos inéditos de Haydée. Junto a Jaime Gómez Triana, Ana Niria Albo Díaz fue una de las compiladoras de esa obra.

Al preguntarle por sus motivaciones para indagar en la vida de Haydée, Ana Niria dice que rescatar su figura es “volver a ubicar el papel de la cultura nuevamente en el lugar que debe estar dentro del proyecto revolucionario cubano”. Algo que, afirma, Fidel siempre tuvo claro.

Pero también —añade— es “rescatar la figura de una mujer inscrita en una macrohistoria que muchas veces sigue invisibilizando a las mujeres, y tratar de encontrar nuestra conexión con esos ideales y sueños de justicia de esa generación”.

Artículo publicado originalmente en Brasil de Fato

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