Por Gonzalo Armua
Nos han robado el sentido de la realidad. Nos bombardean con imágenes, discursos prefabricados y un desfile de datos diarios que, lejos de informar, hipnotizan. Nos han convencido de que el mundo es como nos lo muestran en las pantallas – las grandes y las pequeñas-, que el poder es omnipotente e inmutable, y que la política no es más que una estafa, sin distinciones de bandera e ideología. Esta es la esencia de la ipnocrazia, el concepto que el heterodoxo gramsciano, y actual referente intelectual de las nuevas derechas europeas, Diego Fusaro utiliza para describir el sistema de dominación contemporáneo basado en la manipulación mediática y cultural. No hace falta un golpe militar ni una dictadura explícita cuando la sumisión es inducida a través de la desinformación, el entretenimiento vacío y la resignación colectiva. Entender la batalla cultural no es un capricho académico para auscultar a la ultraderecha, sino una urgencia política de todo proyecto transformador y popular. No se trata solo de disputar el discurso, sino de reconstruir la capacidad de pensar, actuar de manera crítica y recuperar la capacidad de imaginar un futuro distinto y posible, con las herramientas teóricas conocidas y con las nuevas.
En el actual panorama político y social, marcado por el auge de las denominadas ultraderechas se hace necesario comprender las formas en que el poder se ejerce, se expande y se sostiene. Los análisis teóricos ofrecen un marco conceptual desde el cual analizar los mecanismos de control, así como los caminos posibles para su superación. Mientras Fusaro introduce el concepto de «ipnocrazia» para describir una forma de dominación basada en la manipulación mediática y cultural, Vivek Chibber recupera una visión materialista que enfatiza la centralidad de la coerción en la reproducción del capitalismo, en un diálogo crítico con la teoría de la hegemonía gramsciana. Jianwei Xun, por su parte, describe las estrategias del capitalismo contemporáneo para someter los cuerpos y moldear las mentes.
Ipnocrazia y Guerra Cognitiva
El problema de la ipnocrazia no es solo su capacidad de adormecer la conciencia crítica, sino su habilidad para generar falsas dicotomías que perpetúan la inacción: globalistas vs nacionalistas; pro vacunas vs antivacunas; progres vs conservadores; derecha vs izquierda; terraplanistas vs ciencia. Se nos hace creer que no hay alternativas reales, que la política es un juego cerrado donde solo pueden participar las élites. Así, la imposición de una única perspectiva posible es un arma de control mucho más efectiva que la censura explícita. Para Fusaro, la ipnocrazia alude a un régimen de control en el que las masas son mantenidas en un estado de letargo intelectual a través de los medios de comunicación, el entretenimiento y la sobrecarga informativa. La dominación no opera exclusivamente a través de la censura o la represión directa, sino también mediante una sobreexposición a narrativas preconfiguradas que generan una percepción distorsionada de la realidad. Esto se materializa en la imposición de un sentido común despolitizado, que bloquea la posibilidad de un pensamiento crítico.
En ese mismo sentido Janwei Xun, en su libro Ipnocrazia Trump, Musk e la nuova architettura della realtà, señala que el capitalismo globalizado no solo se impone a través de la fuerza económica, sino también mediante una sofisticada estrategia de anestesia social, donde la hiperconectividad digital y el entretenimiento superficial juegan un papel central. Esta forma de dominación, más sutil pero igualmente efectiva, configura una subjetividad conformista que dificulta la articulación de una resistencia política real. También puede relacionarse, aunque no está planteado explícitamente por Xun, con el concepto de Guerra Cognitiva, un proceso de militarización de la mente como nuevo domino bélico, donde el objetivo es la población civil. Esto se concreta con la producción de información y con el diseño de estrategias activas para condicionar la percepción de la realidad, eliminando el pensamiento del enemigo antes de que pueda materializarse en acción política o voluntad de resistencia.
¿Ciencia ficción o coerción material?
En otro orden de reflexiones, Michael Nieva, en Ciencia Ficción Capitalista, examina el modo en que la ciencia ficción ha servido como una fuente de inspiración y horizonte de sentido para los grandes magnates tecnológicos, en particular los mega empresarios de Silicon Valley. A través de su análisis, revela que la imaginación sobre el futuro que actualmente es hegemónica en nuestras sociedades ha sido moldeada por narrativas de exploración espacial, inteligencia artificial y transhumanismo, funcionales a los intereses de las élites tecnológicas occidentales. Nieva argumenta que estas visiones del porvenir no solo legitiman el poder empresarial, sino que también anulan la capacidad de imaginar un futuro alternativo fuera de la lógica capitalista. De esta manera, la ciencia ficción norteamericana no sería un mero género literario, sino una herramienta ideológica que influye en la política, la economía y la percepción del destino humano. Es decir, no solo es imposible pensar el fin del capitalismo antes que el fin de la vida en el Planeta Tierra, sino que tampoco se puede pensar en un futuro donde el capitalismo se expanda de forma inevitable por el sistema solar y más allá.
En discusión con las perspectivas antes mencionadas, Vivek Chibber, se distancia de una interpretación exclusivamente ideológica de la dominación y pone el énfasis en la coerción material como principal garante del orden existente. A diferencia de las lecturas que sobredimensionan el rol de la hegemonía cultural, Chibber sostiene que el capitalismo se mantiene no porque las masas acepten voluntariamente su explotación, sino porque las condiciones materiales las fuerzan a someterse a sus lógicas. En otras palabras, no es que la gente acepte con gusto su explotación, sino que la falta de opciones los obliga a sostener el sistema. Esta sería la hipótesis tatchereana : “There is no alternative (TINA)”. Este autor le agrega una tercera pata al centauro gramsciano, no solo habría consenso y coerción sino también, y principalmente, el descreimiento generalizado, creado por las paupérrimas condiciones de existencia de las mayorías. Se podría agregar a este planteo que la guerra cognitiva o la Ipnocrazia disfrazan de inevitabilidad a esas condiciones. “Todo es una mierda, para que preocuparme por algo más allá de mi supervivencia”.
Fundamentalismo fase superior del neoliberalismo
También hay que relacionar que el auge del fundamentalismo religioso evangélico ha emergido como un mecanismo clave en la producción de sentido que favorece a las nuevas derechas. Esta corriente, promovida desde el norte global desde los años ´80 en diversos países de fuerte raigambre cristiana, ha logrado consolidarse como un espacio de control ideológico que refuerza la obediencia a estructuras de poder existentes a través de la exaltación de la meritocracia y del éxito económico, lo que desmoviliza el potencial crítico y canaliza el malestar de habitar en sociedades invivibles hacia posturas conservadoras. A través del uso de discursos moralizantes y de una fuerte presencia en redes sociales, medios de comunicación y locales en barrios populares, el fundamentalismo evangélico modela subjetividades que favorecen la dominación y la canalización hacia proyectos políticos, que en algunos países como Brasil no requieren de otras mediaciones políticas, lo que les brinda un gran poder de lobby.
Hegemonía, heroicidad y proyecto
En este punto, la teoría gramsciana de la hegemonía sigue siendo fundamental para comprender la articulación entre consenso y coerción en la reproducción del poder. La hegemonía en tanto capacidad de una clase para presentar sus intereses particulares como intereses universales, logrando que amplios sectores sociales los asuman como propios. Para disputar este terreno, es necesario articular un proyecto cultural que no solo impugne el relato dominante, sino que también sea capaz de ofrecer una alternativa deseable y realizable. Pero la resistencia efectiva no puede limitarse a la disputa discursiva, sino que debe traducirse en prácticas organizativas concretas. La construcción de estructuras de participación democrática y de organización popular es parte de la respuesta, aunque no alcanza. Esto implica también el fortalecimiento de formas de acción colectiva que puedan disputar el poder en el terreno material.
La posibilidad de la transformación depende de volver a darle heroicidad a la política, pero sin caer en el mesianismo vacío. Se necesita un discurso político heroico y transformador que no solo inspire, sino que se sustente en prácticas concretas y legitimadas por la coherencia ética. No alcanza con la denuncia, ni con la indignación. Los condenados de la tierra necesitan un futuro para no ser barridos al margen de la “tierrra plana” o dejados atrás por la conquista de Marte.
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