Por Lautaro Rivara
Desde Asunción
Cierta desidia envuelve a la región en ocasión de las elecciones presidenciales y parlamentarias que tendrán lugar este 30 de abril en Paraguay. La ausencia de ciertos países, organizaciones y misiones de observación en la capital Asunción, es indicativa de al menos dos cosas. Primero, del optimismo más bien moderado que suscitan unos comicios que podrán colocar al país en el pelotón de los gobiernos, entre centristas y centroizquierdistas, que se han sucedido en la región en los últimos años.
En segundo lugar, del secular aislamiento político que aqueja a esta nación mediterránea, condenada por sus propios vecinos a un prolongado ostracismo continental, tras un encadenamiento de hechos que comienzan con la devastación causada por la Guerra de la Triple Alianza a fines del Siglo XIX, y conducen hasta el «stronato», una de las dictaduras más extensas y asfixiantes de todo el siglo XX.
La extensa hegemonía de la Asociación Nacional Republicana (nombre oficial del Partido Colorado) sólo fue contestada, en los últimos tres cuartos de siglo, por el breve interregno -mezcla de aquellas dosis de fortuna y virtud que invocara Nicolás Maquiavelo- del gobierno de Fernando Lugo. Ungido presidente en 2008, Lugo se presentó al frente de una amplia alianza política y social con dos claros accionistas mayoritarios: el Frente Guasú, su propia y heteróclita coalición de partidos progresistas y de izquierda, y el tradicional Partido Liberal Revolucionario Auténtico (PLRA), heredero del antiguo Partido Liberal e histórica segunda fuerza del país.
Pero el experimento luguista fue abortado por el golpe parlamentario que precipitó su destitución en el año 2012 (instrumentado, de hecho, por los propios “aliados” liberales), especie de globo de ensayo de un modelo de intervención que se aplicaría más tarde, con mayores repercusiones regionales, en el Brasil de Dilma Rousseff. Sin embargo, aún derrocado y con su salud gravemente disminuida por un accidente cerebro-vascular en agosto de 2022, el ex obispo sigue siendo la figura mejor ponderada del país, despertando una auténtica veneración en algunos departamentos, en particular en las zonas rurales y entre las clases populares.
Pero la baja temperatura que levanta el termómetro progresista no sólo se debe a la imposibilidad de candidatear a su líder histórico (problema que también enfrentan otras coaliciones en la región). El Frente Guasú-Ñemongeta --que incorpora bajo esa denominación a una mayor cantidad de formaciones políticas-- realizó en diciembre de 2022 una interna en la que resultó ganadora Esperanza Martínez, ex Ministra de Salud de Lugo y responsable de impulsar una serie de políticas sanitarias universales antes desconocidas en el país. Su aún discutida renuncia como presidenciable, así como el viraje de sectores de la propia coalición que apoyan la candidatura del perdedor de la interna Euclides Acevedo, dejó un vacío de expectativas difícil de llenar, generando cierta apatía en las bases progresistas.
A esto hay que sumar las propias contradicciones inherentes a la candidatura de Efraín Alegre, candidato por la Concertación Nacional para un Nuevo Paraguay (tal es el nombre del frente conformado por el PLRA, el Frente Guasú, el Partido Revolucionario Febrerista, el Partido Encuentro Nacional y el derechista Patria Querida). Alegre es un liberal histórico que se desempeñó como Ministro de Obras Públicas y Comunicaciones de Lugo, aunque acompañó su destitución, lo que aún genera escozor entre los luguistas.
Su perfil es el de un centrista nato, decididamente liberal en lo económico (hasta el punto de haber trabajado para el FMI) pero revestido de cierta pátina de progresismo a través de algunas propuestas de políticas universales en el campo de la salud, la educación y el transporte. Se suman a eso sus diatribas contra las “mafias” representadas por Horacio Cartes --ex presidente de la república, jefe de los colorados, y dueño de un formidable conglomerado de empresas-- así como cierta gestualidad en favor de las políticas de integración y de los gobiernos progresistas de la región.
Otro elemento de interés para poder calibrar el real horizonte de transformaciones que pueden abrir estas elecciones, es que la hegemonía colorada rebasa y con mucho su dominio casi ininterrumpido del ejecutivo nacional. Su capilaridad social y estatal es formidable: el parlamento, las gobernaciones y juntas departamentales, las principales empresas privadas, las más diversas instituciones del Estado, el funcionariado, los medios de comunicación, numerosas iglesias y una muy abigarrada estructura territorial clientelar, hacen que este partido conserve hoy un dominio ostensible, aunque algo menos granítico que hace algunos años. En ningún lugar el control del ejecutivo implica el control del Estado: en Paraguay, muchos menos.
Sin embargo, dos inesperados frentes de batalla se abrieron para los colorados. Uno es el de sus propias rencillas internas, desatadas entre los colorados “republicanos” del actual presidente Abdó Benítez, y los “honorables” de Cartes. Desde hace años, diferentes corrientes internas bregan por “modernizar” la vetusta estructura del partido. A su vez, el crecimiento incesante del contrabando y las economías ilícitas han penetrado a los colorados por todos los intersticios, en una formación en la que cada vez tallan más decididamente los dineros provenientes de las narco-estructuras.
Por otro lado, el “control de daños” impulsado por la administración demócrata de Joe Biden en los EE.UU. ha llevado a los norteamericanos a limpiar la imagen, o bien a deshacerse de antiguas alianzas consideradas hoy demasiado gravosas e inoportunas. Lo que sucedió con Juan Orlando Hernández en Honduras y hasta con el uribismo más irreductible en Colombia, parece replicarse ahora en Paraguay. Solo así puede explicarse que EE.UU. haya definido a su antiguo aliado Cartes como un personaje «significativamente corrupto», imponiéndole una serie de sanciones, congelando parte de sus activos y afectando gravemente la economía de un partido siempre holgado a la hora de financiar sus campañas.
Sin dudas incide aquí también la proyección exterior de la candente interna norteamericana, con un Donald Trump que se apresta a regresar a la Casa Blanca, mientras los demócratas intentan desalojar del poder a sus aliados naturales en una región cada vez más tironeada por la competencia estratégica entre China y EE:UU. Paraguay no es la excepción, en tanto se mantiene como uno de los escasos países de la región que no reconocen aún la política de «Una sola China».
Si América Latina y el Caribe siguen con apatía y distancia los comicios paraguayos, los grandes jugadores globales hacen todo lo contrario: observan con atención y operan de maneras que podrían ser decisivas a la hora de definir el futuro del país.
Twitter: @lautarorivara
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