Por Walter Wendelin
En el mundo “civilizado” (enriquecido), en Euskal Herria, existen dos posturas, contrarias solo en apariencia, ante las elecciones del 7 de noviembre en Nicaragua. Simplificando mucho, hay una a favor del FSLN, con Daniel Ortega como revolucionario o mal menor, y otra, que niega implícitamente ética y/o capacidad de raciocinio ideológico-político al FSLN y a una parte considerable del pueblo nicaragüense, en contra de Daniel Ortega por “dictador y violador”.
Entre los primeros están los románticos que añoran la Revolución Sandinista de los años 80 y los grandes aprendices de geoestratega. Entre los segundos está la inmensa mayoría de la ciudadanía progresista, socialdemócrata, liberal y de derechas, influenciada por los medios hegemónicos. Ambos se sitúan por encima del pueblo nicaragüense organizado y sus militancias en ética y/o en capacidad de análisis de su realidad local y global. Además, ocultan o justifican su desprecio con todo tipo de eufemismos, tópicos y mentiras para negar o proclamar su prepotencia eurocentrista, colonialista, racista o intereses inconfesables. De entre ellos, los mayores expertos en hacerse trampas al solitario u ocultar conscientemente su complicidad con el Gran Capital imperialista son los “equidistantes”. En resumen: alienación o fascismo, pero divididos por mil matices individualistas de grises.
La realidad nicaragüense – como cualquier realidad de cualquier proceso político en cualquier parte del mundo – es compleja. A esta complejidad se suma la de la subjetividad de quien analiza. Para analizar cualquier realidad desde el materialismo científico dialéctico del internacionalismo solidario debemos sacarla del limitado y limitador laboratorio virtual de nuestro análisis teórico-científico clásico, y considerar, dentro de nuestras limitadas posibilidades, todos los factores que inciden en estas elecciones y sus consecuencias, incluidas nuestras muchas ignorancias e irracionalidades subjetivas.
Esto no resuelve el problema de la polarización de intereses e ideológica emocional de nuestra “flor más linda […]abonada con la bendita sangre de Diriangén.”, de la “Nigaragua urgente” “de [nuestro] querer”, que abandonamos en las sucias manos del neoliberalismo que la volvió a violar una y otra vez. Abandonamos la Revolución, al FSLN y al pueblo en su derrota debido a su derrota y volvimos al cálido confort del saciador estómago del monstruo buscando anhelantes y desorientados cómo comprar nuevas ternuras y referencias.
Tampoco resuelve nuestro problema del ‘qué hacer’ solidario. Sin embargo, nos ayuda a evitar una complicidad implícita con “el yankee enemigo de la humanidad”. Para ello es condición sine qua non liberarnos de la utilización proselitista de la causa solidaria, y no seguir con la pretensión de agenciarnos victorias ajenas como propias y huir de las derrotas comunes. La insalvable diferencia entre el pueblo nicaragüense y la izquierda vasca radica en que las consecuencias de un error en el análisis del mal menor (Ortega o los otros) las sufrirá inexorablemente el primero, mientras que aquí podemos hacernos los suecos, y a otra cosa, mariposa. Este simple hecho no es solo una cuestión de respeto y autoridad, sino que trastoca contundente y categóricamente la percepción y valoración de quien observa, y, por ende, sus conclusiones.
Las graves deficiencias y errores estratégicos de la solidaridad internacionalista vasca no solo se han mostrado en el abandono de la causa sandinista después de las elecciones del 90, sino en el hecho de prescindir de una estrategia beligerante y efectiva contra el movimiento de ONGsD. “De buenas intenciones está empedrado el camino al infierno” de la ignorancia interesada y de la contrarrevolución. Independientemente de que no todas las ONG son iguales todas son parte del “equipo de natación sincronizada”, la herramienta del neoliberalismo en la lucha ideológica contra las naciones rebeldes. A la vez son licuadoras y alienadoras de la sociedad civil beneficiaria y cómplice del neocolonialismo. Cuando, por negligencia o intereses inconfesables, descuidamos este detalle no menor, la solidaridad ya no es internacionalista y deja de ser la ternura entre los pueblos.
Considerando todas las guerras, crímenes, chantajes, robos, créditos, ajustes, bloqueos, títeres, etc., que se le ha impuesto a Nicaragua y teniendo en cuenta el nivel de los políticos que nuestra propia sociedad demócrata vota, no tenemos, desde ninguna de las izquierdas vascas actuales, ni la menor autoridad moral ni para criticar ni para dar buenos consejos respecto a la ética, desarrollo económico, gobernabilidad, democracia o justicia y, mucho menos, para pretender condicionar las elecciones nicaragüenses ni a favor ni en contra de un Ortega y el FSLN.
En todo caso, debemos preguntarnos ¿qué no hemos hecho hasta ahora y qué estamos dispuestos a hacer para impedir la criminal injerencia política, financiera y cultural de la Unión Europea, del Reino y la República, de las instituciones vascas, y del empresariado y la banca local? No somos capaces de hacer avanzar a Euskal Herria hacia más socialismo y más independencia pero nos permitimos ser juez ¡y parte! para criticar y aleccionar sobre las elecciones, la democracia, los gobernantes, los políticos, los partidos y el pueblo nicaragüense. Humildad no solo es una hipocresía de las iglesias cristianas, también es un valor revolucionario. Mientras no sepamos ‘que hacer’ solidariamente calladitos estamos más guapos.
Es necesario insistir en que la solidaridad nunca puede estar “calladita”. Pero para poder hablar hay que actuar. Sin ‘qué hacer’, sin práctica concreta no hay solidaridad. Entonces ¿qué hacer si, por un lado, la coyuntura es demasiado compleja para que el limitado laboratorio científico nos dé una respuesta racional científica acertada y, por otro lado, la dialéctica marxista presenta contradicciones demasiado incompatibles para motivarnos a actuar? ¿Cómo superar el pesimismo de la teoría sin morir en el intento? La respuesta nos la da Gramsci: “Con el optimismo, que es cosa de la voluntad”, es decir, salir de la Torre de Marfil, destruir la Torre de Babel, negar a Dios y a cualquier Absoluto. Para ello sí necesitamos valor existencialista revolucionario. Enfrentarse activamente, en la práctica concreta, a lo ignorado, a aquello para lo que la teoría ya no nos da respuesta suficiente, dispuestos a ensuciarnos las manos, sabiendo que podemos morir socialmente, políticamente o incluso físicamente y conscientes, incluso, de que el camino práctico iniciado nos puede exigir sacrificios aún peores. Esto, aun siendo todo lo contrario, está a un solo paso del abismo del ciego fanatismo activista. Este paso decisivo es siempre el paso de vuelta a la teoría, al pensar bien en base a la nueva experiencia.
Defender en artículos y debates a Daniel Ortega y Rosario Murillo sin hacer nada, lo mismo que defender a la disidencia sandinista del FSLN, a las mujeres, al pueblo en la calle contra Daniel sin concretar nada en la práctica es dar palos al agua y solo mojarnos a nosotros y nosotras mismas, enfadarnos, polarizar y desactivarnos para la solidaridad, para la ternura entre los pueblos. No nos lleva a nuevos conocimientos y la teoría sin la práctica es solo una carga que inmoviliza. Nicaragua, la Nicaragüita de nuestro querer, necesita de nuestro valor para errar y nuestra humildad ante el error ajeno. El enemigo, la maquina capitalista, el monstruo imperialista es otra cosa. Nos quiere dando palos al agua, encerrados en Torres de Marfil, construyendo Torres de Babel. Hasta Dios tuvo que dar una práctica paliza a Saúl para que viera las estrellas, traicionara a Roma y se transformara en san Pablo.
Este artículo se publicó originalmente en euskera en Berria
Walter Wendelin es militante de Askapena (organización internacionalista de Euskal Herria – País Vasco
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