Por Jorge Mari
El virus, la vacuna y ciertos intereses personales y corporativos convergen en esta historia con las peripecias de un grupo de jóvenes obsesionados con un oscuro tebeo que posee, según ellos, cualidades proféticas
Título de la serie: Utopia (versión americana)
Género: Acción / thriller / drama / humor negro
Guión: Gillian Flynn
Año: 2020
Número de temporadas / episodios: Una temporada, 8 episodios
Plataforma: Amazon Prime
¿Qué hacer cuando una serie se propone sacudir, aturdir y sobrecoger al espectador mediante un retrato oscuro y violento de la realidad y se encuentra con que la realidad es más oscura, violenta y sobrecogedora que el retrato? ¿Cómo reaccionar ante una ficción que pretende desenmascarar tramas de engaños y conspiraciones y ella misma queda enredada en la trama de posverdades, “hechos alternativos” y paranoias colectivas que definen la “nueva normalidad” pandémica de la tercera década del siglo XXI? Aún más que la versión original británica en la que se basa, la serie americana Utopia está marcada, dentro y fuera de su universo ficcional, por el signo de la contradicción, la ironía no intencionada y la paradoja. Paradójicos son sus personajes, paradójica es su historia, paradójica es la relación de la serie con la realidad cultural y política en la que se inscribe. Paradójico será también el presente texto, que, aclaro, no es tanto una reseña de la serie como un hilo de reflexiones alrededor de la misma.
Una de las claves del éxito de una serie o película es su sentido de la oportunidad. En el caso de Utopia, cuya historia tiene entre sus elementos centrales un virus altamente contagioso y una aparentemente milagrosa vacuna de la que no se sabe lo suficiente, su lanzamiento en septiembre de 2020, en plena ebullición de la pandemia del covid, ¿fue oportuno o inoportuno? ¿Tal vez demasiado oportuno, y por ello –de ahí la paradoja– desastrosamente inoportuno? A pesar de la increíble advertencia incluida al inicio de cada episodio de que se trata de una serie de ficción “no basada en ninguna pandemia”, la decisión de Amazon de suspender la serie en noviembre de ese mismo año tras emitir los primeros ocho episodios parecería indicar lo segundo. En cualquier caso, el estallido de la pandemia poco antes del estreno de la serie fue una coincidencia menos improbable de lo que podría pensarse. Los últimos años han visto una sucesión de virus como el SARS, MERS, ébola, zika, y ahora la covid-19. La Utopia británica, de hecho, precedió en pocos meses al brote del ébola en África occidental en 2014. Lo cierto es que esta clase de coincidencias son y serán cada vez más probables en la medida en que las condiciones que propiciaron el contagio y la rápida propagación de los citados virus se acentúan cada año por efecto de la globalización y el cambio climático.
En Utopia, la pandemia, la vacuna y ciertos intereses personales y corporativos convergen con las peripecias de un grupo de jóvenes obsesionados con un oscuro cómic que posee, según ellos, cualidades proféticas. Para este grupo de fans, la primera parte del cómic, titulada Dystopia, había anunciado crípticamente los virus ébola y zika y varios desastres ambientales. Los jóvenes creen que en la segunda parte, titulada precisamente Utopia, de la que no existe más que un muy codiciado ejemplar, hallarán las claves para evitar los desastres venideros, o al menos salvarse ellos y sus seres queridos. La imbricación entre ambos hilos argumentales se va revelando a medida que la serie avanza, al tiempo que se desvelan las dimensiones más siniestras de la historia –una historia que viene envuelta en un rumor de profecías, teorías conspiratorias, violencia extrema, y por encima de todo, la sombra del colapso planetario–.
Las teorías conspiratorias desempeñan un rol central en esta serie, pero es que la realidad –por lo menos la realidad sociopolítica estadounidense de hoy, de la que Utopia quiere ser un reflejo– está dominada por tribus, sectas y cultos, cada uno de ellos más extremo que el anterior en sus teorías conspiratorias, sus paranoias, sus mitos y sus rituales. Frente a la sórdida realidad del trumpismo en la América de hoy –no digo post-trumpismo, porque el culto sigue vivo aunque el becerro de peluquín dorado haya sido destronado– las teorías conspiratorias de Utopia se antojan ingenuas y hasta infantiles. Pensemos en QAnon, el grupo de conspiranoicos que controla la franja más ultraderechista del Partido Republicano, según los cuales el Partido Demócrata y los medios de comunicación afines a él están dominados por una élite satánica y caníbal de traficantes de niños; una encuesta realizada hace unos meses por la cadena de radio pública NPR reveló que el 17% de los estadounidenses creía en esa teoría –sin prueba alguna, por supuesto. También sin la menor prueba, un tercio de votantes estadounidenses siguen convencidos de que Biden ganó las últimas elecciones a causa de un masivo fraude electoral. Estados Unidos es el paraíso de los terraplanistas, los creacionistas, los negacionistas del cambio climático, los sovereign citizens, los anti-vaxxers y los anti-maskers –que llaman “plandemia” a la pandemia porque creen que es parte de una conspiración liberal–. Frente a todo esto, ¿quién se va a asombrar de que el grupo de jóvenes protagonistas de Utopia busque revelaciones sobre el mundo en las páginas de un cómic? ¿A quién le va a escandalizar aprender que varios personajes de la serie esconden sus propias obsesiones y paranoias? ¿Qué espectador mínimamente familiarizado con el contexto social, cultural e ideológico estadounidense contemporáneo se va a sorprender al saber que ciertas decisiones corporativas pueden estar basadas en teorías social y ambientalmente cuestionables? Vuelvo a la pregunta con la que inicié este artículo: ¿Qué pasa cuando la realidad es más tremenda que el retrato?
Es verdad que el retrato, en algunos aspectos, es casi fotográfico: el magnetismo que el villano de la serie –el enigmático Dr. Christie, interpretado por John Cusack– tiene sobre sus acólitos es similar al que el anterior presidente americano tenía y sigue teniendo sobre los suyos, como también es similar la violencia que unos y otros están dispuestos a ejercer bajo el influjo de sus líderes. En la serie televisiva, nadie queda fuera de ese influjo, ya que la fascinación de los jóvenes protagonistas por lo que consideran los mensajes ocultos de los cómics Dystopia y Utopia es comparable al fanatismo del bando al que se oponen, tanto por su intensidad como por la violencia –por cierto, atroz y muy explícita– que llega a provocar. El retrato es particularmente fotográfico en la construcción de un personaje como el hijo del Dr. Christie, minuciosamente caracterizado a imagen y semejanza de Jared Kushner, el yerno de Trump y asesor de éste durante su etapa presidencial: los mismos rasgos físicos, la misma pose acartonada, la misma frialdad psicótica –características, por cierto, que comparte en buena medida con los hijos mayores de Trump, Eric y Donald Jr.–. Por su parte, el aura inquietante, la hipocresía y el calculado cinismo del personaje de Cusack evocan no tanto al propio Trump como al billonario Bill Gates –quien por cierto, ya que hablamos de cinismo, acaba de publicar un libro sobre cómo salvar el planeta– y a los también billonarios (y turistas espaciales en sus ratos libres) Richard Branson, Elon Musk y, muy particularmente, Jeff Bezos. La ironía de que el villano de una serie producida y distribuida por Amazon Prime evoque –y no precisamente de forma aduladora– al fundador y director general de dicha compañía no nos debe pasar inadvertida; tampoco debe hacerlo el hecho, igualmente irónico, de que los peores vicios, hipocresías y excesos corporativos denunciados por la serie encuentren, en el mundo real, una de sus máximas manifestaciones precisamente en una compañía como Amazon.
¿Lo mejor de Utopia? Seguramente la interpretación de Cusack y algunas más –Christopher Denham, por ejemplo, está espléndido en uno de los papeles más siniestros de la serie–. ¿Lo “menos mejor”? Su pereza para indagar, cuestionar y sacar más jugo a las profundas, significativas y urgentes cuestiones que plantea. Lo peor de todo, tal vez, su conformismo, su falta de imaginación o de voluntad para sugerir alternativas o vías de transformación. Las referencias a la emergencia medioambiental no pasan de ser cosméticas, y en última instancia, a-ideológicas. La serie sitúa la raíz de los conflictos en el desequilibrio psicológico, el fanatismo o la ambición desmesurada de individuos aislados en vez de afrontar las fallas del sistema, la disfuncionalidad, la perversión y la pulsión destructiva inherentes al capitalismo.
No podemos cambiar la serie, pero sí podemos y debemos actuar para acelerar el colapso del sistema y para cambiar la realidad. No hay fórmula ni vía única, pero entre muchísimas otras cosas, podemos empezar por mirar menos series de televisión, menos películas en línea y mucha menos televisión en general. Las industrias del cine, la televisión y las tecnologías digitales devoran cantidades extraordinarias de energía y son fuentes no menos extraordinarias de basura, contaminación y gases de efecto invernadero. Para 2025, las tecnologías digitales serán responsables del 8% de las emisiones de dichos gases a nivel mundial. El 80% del tráfico mundial de datos corresponde al vídeo digital, incluyendo en igual medida plataformas como Amazon Prime y Netflix, youtube y la pornografía. Para poner esos datos en perspectiva, las emisiones producidas por la industria del vídeo digital son equivalentes a las emisiones totales de un país como España; otra forma de decirlo es que las emisiones producidas por el vídeo digital son equiparables a las que causan todos los automóviles del mundo. Los lectores apreciarán sin duda la ironía de consumir por vídeo digital una serie que finge abordar aspectos de la emergencia socioambiental a través de una de las plataformas más destructivas para el medio ambiente y que a su vez depende de una de las corporaciones más nefastas socioambientalmente a nivel planetario. Desmontemos ese absurdo, practiquemos la sobriedad digital: apaguemos televisores, ordenadores, tabletas y teléfonos y leamos libros, caminemos, cuidémonos unos a otros, mimemos las plantas y a los animales no humanos, charlemos, escribamos, pintemos, toquemos música, bailemos, besémonos y hagamos el amor. Apaguemos las pantallas y abramos puertas y ventanas. La utopía no llegará por internet y mucho menos de la mano de Amazon.
Parecerá una contradicción, y sin duda lo es, escribir lo que acabo de escribir como colofón a una reseña de una serie de televisión. Pero al mismo tiempo, qué mejor sitio para transmitir este mensaje que un espacio como este, dirigido, en principio, a aficionados a las series de televisión. Les avisé que esta reseña iba a estar llena de paradojas.
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