Inseguridad(es) y el miedo como ingrediente del fascismo.


La destitución del Jefe de Policía de Montevideo por parte del Ministro Jorge Larrañaga reavivó el debate sobre seguridad en una coyuntura donde el Covid-19 lo devora todo. La razón de su destitución fue haber consultado a un anterior jerarca frenteamplista sobre temas de seguridad. El Presidente Luis Lacalle Pou avaló la decisión del Ministro Larrañaga y echó por tierra su discurso de no promover la grieta y querer lo mejor para el país más allá de partidos políticos.



En campaña electoral y prácticamente durante los gobiernos frenteamplistas, la seguridad fue el caballo de batalla de la derecha que en este tema encontró una grieta para minar la imagen del centroizquierdista Frente Amplio. 


¿De qué hablamos cuando hablamos de inseguridad(es)? 

Cuando hablamos de inseguridad generalmente se hace en singular como si existiera un solo tipo. Por eso, una de las primeras barreras a saltar es la del lenguaje y su representación. Ya que opera y construye realidad, si entendemos que el lenguaje es la forma por la que  conocemos o por lo menos que codificamos. Ante esto tenemos que hablar entonces de inseguridades en plural. 

Existe una matriz que nos condiciona, dispositivos que producen sentido donde se visibilizan, se les da más foco, se hace hincapié y otras prácticas, que ponen en el centro de atención a algunos delitos y a otros no. Una maquinaria comunicacional que opera a gran escala, reforzando distintos valores y preconceptos sobre determinados sectores de la población. Generando procesos de subjetivación que terminan definiendo una perspectiva sobre más seguridad del país.


Se apela a sentimientos primarios: angustia, dolor, rabia. A situaciones donde se hayan tenido experiencias traumáticas. Las soluciones a las que se acude rápidamente son: cárceles, policías, penas más duras. Todo desde una óptica meramente punitiva. Se empieza a desplegar todo un mecanismo jurídico-policial para dar “solución” a un tema policausal y que se debe de intervenir desde distintas perspectivas.

Las soluciones que se plantean ante este fenómeno, son de tipo “mágico”, efectista, instantáneo e inmediato. Se pretende que ante penas más duras los delincuentes desistan de cometer delitos. Ante una policía efectiva en tema de arrestos y una justicia que condene con celeridad, los delincuentes opten por no delinquir más. 

A pesar de los gobiernos de distinto signo, los delitos siguen aumentando considerablemente. En el año 1987 el 80% de los uruguayos se sentían inseguros en su barrio. En la década del 90 se dispararon las cifras de ciertos delitos y además empezó a consolidarse la infantilización de la pobreza producto de las políticas neoliberales de los gobiernos de ese entonces. La década del 90 fue la antecesora a la crisis del 2002, donde se fue gestando un proceso de pauperización de la población y en varios ámbitos de la sociedad. Como ser la educación, la seguridad pública, la salud, etc.


¿Qué hace la crisis del 2002? Reaviva los viejos temores de la desidentificación. El peligro no es necesariamente la gente pobre, los sectores más postergados y vulnerados de este sistema, sino que el peligro sería quedar como ellos. El temor a la pérdida de un cierto status social, de una potencia económica, de un sistema de valores, el temor se vuelve hostilidad. En 2004 el 51% confesó miedo ante personas pobres que habitan ciertos barrios o asentamientos. El 8% ante desocupados o marginales. 


De la hostilidad a los discursos de odio, a los linchamientos, la justicia por mano propia. Se carga las tintas sobre un sector de la población que no es la que genera las desigualdades ni acumula riqueza sobre las espaldas de sectores empobrecidos. De allí el odio a los pobres, a los inmigrantes y a cualquier minoría. Se vuelven amenaza para sectores de la población que se autoidentifican dentro de la ficción de la clase media, pero que hasta hace no mucho engrosaban la lista de los sectores al que le echaban la culpa de todos los males de la nación. 


¿Dónde estamos?


Uruguay posee una de las tasas de encarcelamiento más altas de américa latina. Esto desmiente el imaginario colectivo de que la policía y el sistema judicial dejan libres a los delincuentes o entran por una puerta y salen por otra. De igual manera, no es algo de lo que estar orgullosos, porque las cárceles están atestadas de jóvenes pobres menores de 29 años. En un país donde seguimos siendo los mismos tres millones de siempre, tenemos el futuro obturado.



Varios sectores y votantes del Frente Amplio han caído en la trampa de la derecha casi que sin ayuda. El discurso del progresismo hoy se afilia a las tesis y la retórica de la derecha, con consignas punitivistas y que enrostra en la cara de los votantes de la coalición multicolor de derechas, cada vez que se comete un homicidio. Lo mismo que hacía la derecha y que pedía la renuncia de los ministros del Interior cada vez que se cometía un delito. 


La salida que se propone sigue siendo la misma por la que entramos en este problema. Más cárceles, más dispositivos punitivos, más policías, más militares, más represión, cortando por el lado más fino la cuerda y después nos asustamos cuando la bomba nos explota en la cara.


Por más que la derecha cuando gobernó y gobierna, sigue ensanchando la brecha de desigualdad en la población y alimentando las condiciones en las cuales se reproduce la delincuencia, y el progresismo haya tratado de paliar esa situación; las políticas en seguridad no han diferido mucho. Lo que en los 90 se llamaban razzias, en el período progresista eran “operativos de saturación”. Con la izquierda se construían planes de ayuda social y con la derecha se sostuvo el mismo garrote de los sectores concentrados de poder.


La derecha captó el descontento, se propuso como la salvadora de la República ante el “caos reinante de la delincuencia.” Hoy al ser gobierno, ajustan más la perilla y la represión es algo que les surge de los poros y más con una formación que tiene a la ultraderecha militar en su seno. Pero como decíamos, el progresismo se posicionó del otro lado del mostrador con un discurso “ asusta viejas” y no con una propuesta superadora del palo y la cárcel hacia los pobres. 


Como plantea el psicólogo y jesuita Martín -Baró precisamos “modelos de identificaciòn que, en lugar de encadenar y enajenar a los pueblos, les abra el horizonte hacia su liberación y realizaciòn.”


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