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Varoufakis… ¿El capitalismo ha muerto?

 Por Nicolás Sampedro

“El capitalismo ha muerto. Vivimos en el tecnofeudalismo, que es algo mucho peor”. La afirmación de Varoufakis, da inicio a una de sus publicaciones más recientes. ¿Realmente ya no es capitalismo? ¿No hay nada distinto en el planeta? ¿No hay matices?



Según sostiene el economista griego y ex ministro de economía de su país, Yanis Varoufakis, en algún momento, aunque el capitalismo lo infecta todo, al menos teníamos unas cuantas horas al día en las que “éramos autónomos”; podíamos pretender ser individuos liberales. Usa la anticuada idea liberal de que la casa de una persona es una especie de castillo, donde hay una valla que nos aísla del resto y nos permite ser. Bueno, esa ilusión según sostiene, se ha ido.

Desde el momento en que las grandes tecnológicas se convirtieron en “faros” laborales o ideales en la sociedad, los jóvenes se preocupan las 24 hs del día de sus redes, ya que saben que, cuando publican un video en Tik Tok, un mensaje en twitter, o una fotografía en Instagram, pasará a formar parte del portfolio de su yo autopercibido y será utilizado por ese entrevistador de una gran tecnológica, o de un banco, o de la empresa que sea. Material que investigarán antes de la entrevista o incluso durante la entrevista, lo que podrá determinar su futura carrera. Nos convertimos en productores del “yo” que creemos que querrán que seamos. Una “distopía de ciencia ficción que desafortunadamente hoy se ha convertido en realidad”, según afirma.

Y si bien reconoce que la cuestión de la vigilancia en las plataformas, el llamado Big Brother, es un tema de preocupación recurrente entre quienes leen su libro, asegura que hay algo mucho más amenazante. En lugar de perder el sueño por lo que saben, debería quitarnos el sueño lo que poseen. Las tecnológicas, principalmente con máquinas, software e inteligencia artificial, se han convertido en dueñas de nuestra identidad digital y además tienen la capacidad de modificar nuestra manera de pensar y nuestro comportamiento para convencernos de hacer cosas que son de interés de los dueños de esas maquinarias, lo cual es bastante más aterrador que un “Gran Hermano” vigilándonos.

Siempre hemos estado sujetos a la propaganda, pero lo que el tecnofeudalismo ha hecho es ponernos en contacto muy estrecho con interfaces digitales con las que interactuamos, de tal manera de entrenarlas para que nos entrenen, para que las entrenemos para que nos entrenen, para que las entrenemos para que infecten nuestras mentes con deseos que son funcionales a los intereses de los dueños de la nube, de los dueños del “capital de la nube”. Según afirma, es la primera vez que tenemos esta relación dialéctica con aquellos que ahora son dueños de nuestras mentes o que poseen un poder sustancial sobre nuestras mentes.

El capitalismo de la nube se basa en algoritmos, y los algoritmos son asombrosos para infectar nuestra alma con deseos que se basan en una comprensión profunda de nuestro pasado y que capturan nuestra atención, para luego mercantilizarla y venderla a capitalistas vasallos que pagan a los dueños de los algoritmos una renta en la nube por ese privilegio.

El economista griego sostiene que una vez que internet fue privatizada en este contexto de capital de la nube, el tecnofeudalismo ha matado al capitalismo. Y lo ha hecho de una manera que es consistente con el triunfo del capital y nuestra subyugación como proletarios (trabajadores asalariados), como gente de clase media, incluso capitalistas vasallos, al poder de unos pocos concentrados principalmente en Silicon Valley (EEUU) y en las grandes tecnológicas chinas que poseen los instrumentos del tecnofeudalismo, y por ende el capital en la nube.

Veamos: Durante mucho tiempo, los Estados tenían la obligación de proporcionarle a cada persona un pasaporte, una licencia de conducir, un documento de identidad. Con esa identificación entrábamos a cualquier lugar y nadie dudaba de quiénes éramos. ¿Se dan cuenta que esto no lo podemos hacer en internet? No somos dueños de nuestra identidad “en línea”. No hay forma de que demostremos quienes somos. La única manera de hacerlo es “rogándole” a algún conglomerado que testifique quienes somos. Por ejemplo: Si queremos identificarnos con Google, tenemos que usar nuestra tarjeta de crédito, lo que implica que en realidad es el banco o quien nos provee la tarjeta quien testifica quienes somos. Si después vamos a otro sitio y para identificarnos usamos nuestro ID de Google, por supuesto utilizará la ID del banco que testificó quienes somos. Bajo esta ecuación las grandes tecnológicas y las grandes financieras son dueñas de nuestra identidad, y ese es el principio de lo que Varoufakis denomina tecnofeudalismo.

Si lo miramos desde una perspectiva histórica, en el feudalismo, el poder, la cultura política y la económica emanaron o surgieron de la posesión de la tierra. Aquellos que eran dueños, la nobleza terrateniente, se quedaban con el excedente de renta a costa de la explotación de quienes no la poseían, pero si la cultivaban: campesinos y vasallos. Simplificando la ecuación, el capitalismo surgió de la sustitución de la propiedad de la tierra por la de las máquinas. Fueron los dueños de las máquinas, y ya no solo los dueños de la tierra, los que produjeron más capital y crearon el mundo moderno que hoy conocemos.

Según Varoufakis, el tecnofeudalismo ha estado suplantando al capitalismo durante los últimos diez años, con una nueva forma de capital, una forma mutante de capital que él llama “capital de la nube”, que es lo que vive en nuestros teléfonos, computadoras portátiles o de escritorio, o en todas las aplicaciones. Es un capitalismo que vive en cables de fibra óptica, que recorre el mundo por el fondo de los océanos, en torres de telefonía celular, en granja de servidores, en algoritmos (que en realidad producen los trabajadores que los escriben). Es una nueva forma de capitalismo que ha dado poder a sus propietarios como Bezos, Musk u otros, para modificar nuestros comportamientos de tal manera que esos propietarios del capital en la nube, pueden extraer riqueza de un nuevo tipo de renta, tanto de los trabajadores, como de nosotros cuando compramos cosas a través de ellas, incluso cuando usamos estas plataformas y producimos capital para ellas, incluso sin siquiera saber que lo estamos haciendo. Incluso, los viejos capitalistas, ahora son los vasallos de esas grandes tecnológicas ¿Por qué? Porque cada vez que compramos algo en estas plataformas estamos permitiendo que el dueño del capital de la nube, cobre el 40% de lo que pagamos al capitalista que explota a trabajadores que son quienes producen y vende sus productos. Antes los señores feudales tenían la tierra, ahora los tecnofeudalistas tienen un tipo de tierra digital, construida por enormes cantidades de capital en la nube, y la renta de la nube es lo que les permite la acumulación.

El economista sostiene que el primer experimento de este tipo fue el Apple Store de iPhone. Sus diseñadores en un primer momento crearon algunas apps. A su entender, la genialidad de Steve Jobs fue abrir su creación para que otros desarrolladores realizaran apps. Sin importar el tamaño, a estos, desde individuos hasta grandes compañías, se les cobraba un 40% de lo que pagaban los usuarios de iPhone, por esas apps. Así produjo de la nada una enorme cantidad de dinero, tan solo por tener la exclusividad de ser dueño de ese repositorio de aplicaciones al que sólo podían acceder los usuarios que tuvieran iPhone. Este modelo, sería replicado luego por Google y otras tecnológicas.

Según relata, el gran impulso del capital en la nube fue posterior a la crisis financiera de 2008 en la que prácticamente todos los grandes bancos de EEUU, Gran Bretaña y Europa terminaron quebrados. Todos, en mayor o menor medida, tuvieron que ser rescatados por los Estados, o sea, por los pueblos de esos países que pagan religiosamente sus impuestos. Sus gobiernos emitieron alrededor de 35 billones de dólares (trillions en anglosajón, millones de millones en criollo), para reponer el capital financiero que la especulación e irresponsabilidad de los banqueros habría destruido. En simultáneo impusieron las famosas medidas de austeridad.

En este contexto, los capitalistas tomaron ese dinero que los gobiernos habían dado a los bancos y lo utilizaron para comprar sus propias acciones, porque de esa manera, el precio de sus acciones, subían, aunque no produjeran o vendieran mucho, dado el contexto austericida. Sus bonificaciones estaban atadas al precio de sus acciones. Los únicos capitalistas que tomaron el dinero del sector financiero, impreso por los bancos centrales para invertirlo realmente en capital real fueron los Jeff Bezos, los Google y los Appel del mundo. Y lo invirtieron en capital en la nube. Por el devenir histórico, éstos seguramente habrían crecido de todas formas, pero la gran crisis financiera y el modo en que los gobiernos respondieron a ella provocó que crecieran cien veces más rápido.

Por otro lado, Varoufakis afirma que hay una suerte de creencia de que capitalismo y democracia son, de alguna manera, compañeros o socios, cuando es ciertamente lo opuesto. El capitalismo surgió en el siglo XIX, precisamente en un momento donde no había democracia. El liberalismo, que defiende el derecho de los propietarios, tergiversó la narrativa al respecto. La democracia es un sistema donde gobiernan los pobres por ser la mayoría. Es por ello que el término “democracia liberal” es un absurdo, una contradicción histórica. Lo que ha existido, según este pensador griego, es una autocracia del capital, donde transcurren elecciones más o menos regularmente, que a su vez han legitimado la ausencia de democracia y la completa dominación y hegemonía del capital. Cuando el capitalismo mutó al capital en la nube, la ilusión de la “democracia liberal” comenzó a fragmentarse y en su lugar tenemos lo que todos reconocen como un sistema de vigilancia perfecta que ha provocado que vivamos en una servidumbre voluntaria: una transferencia voluntaria de nuestros datos a ese “gran hermano”, que ya no son los Estados, simplemente es una nueva clase dominante que controla y posee los medios de computación, los medios de modificación del comportamiento, a los que llama el Capital de la nube. Y el mayor truco de éstos es darnos la sensación de tener el control sobre nuestras aplicaciones, de amar lo que hacemos y de compartirlo en la nube.

Así como el marxismo siempre ha dicho que la peor servidumbre, la peor esclavitud, es aquella a la que nos sometemos voluntariamente, el capital de la nube es la apoteosis de esa servidumbre voluntaria porque nos da las herramientas que deberíamos tener, que nos merecemos tener. La pregunta no es si deberíamos o no utilizar estas herramientas, sino ¿Quién es su propietario y cuál es el efecto de estos derechos de propiedad para estos muy pocos, en la distribución desigual del capital de la nube para la sociedad, para la naturaleza, para la catástrofe climática y para la forma en la que organizamos nuestra vida cotidiana individual y colectivamente?

Y según entiende, todo este preámbulo, es el origen para comprender la guerra planetaria que hoy enfrenta a EEUU y China. Ésta no es ni por la disputa con Taiwán, ni por qué en China gobierne el Partido Comunista; es el choque tectónico por el control del capital de la nube, porque sólo estos dos países han desarrollado esas gigantescas nubes ficticias.

La diferencia que se destaca es que en EEUU el sistema financiero especulativo representado por Wall Street, nunca estuvo de acuerdo con ceder el monopolio del sistema de pagos dolarizados a las grandes tecnológicas. En China, aplicaciones como WeChat de la empresa Tencent, permite hacer todo lo que hacen Netflix, Airbnb, Uber, Facebook o cualquier otra app además de tener todas las funciones de una aplicación bancaria gratuita, que además está respaldada por el Banco Central chino, lo cual otorga una seguridad que ninguna app en occidente podría garantizar.

Lo que a su criterio aceleró el crecimiento chino fue, fundamentalmente, la guerra en Ucrania y la utilización del dólar y el sistema de pagos SWIFT como arma de guerra para sancionar a Rusia (al igual que la confiscación de entre 350 y 400 mil millones de dólares pertenecientes al Banco Central ruso). Ese hecho provocó que el sur global comprendiera que lo que estaban haciendo a Rusia, tranquilamente se lo podían hacer a cualquiera de sus países. Y eso, entre otras cosas, provocó que monarquías históricamente aliadas a EEUU, como Arabia Saudí o Emiratos Árabes Unidos, se unan a los BRICS, que en realidad es (según este economista), acercarse a China, que creó un mega sistema de pagos mucho más avanzado que el norteamericano.

Para Varoufakis, estas son dos expresiones de “ladrones de la nube”. No distingue diferencia entre EEUU y China. Según afirma, el gran juego está dado en cómo se posicionan los demás actores respecto de este choque de tecnofeudalismos. Quizás esta sea una de las pocas discrepancias que tengamos con el análisis que realiza, dado que no se diferencia en el uso o beneficio social de una u otra experiencia, que, lógicamente, está dada por quien controla o condiciona a esas Big Tech, propietarias del capital de la nube: el libremercado representado en una decena de magnates en el caso Occidental, y el Estado chino gobernado por el Partido Comunista por el otro.

La solución que encuentra a este gran problema que enfrenta la humanidad, no es desaparecerla ni luchar contra ella dado que ha significado un gran aporte en muchos sentidos para la humanidad, sino socializarlas. Tomar el control de los derechos de propiedad sobre ellas y redistribuirlas entre quienes producen, porque hoy todos producimos capital en la nube con nuestras publicaciones, nuestros videos, nuestras codificaciones, con educación pública que contribuye al conocimiento colectivo que es necesario para programas de inteligencia artificial. Su propuesta es crear una sociedad donde estas aplicaciones, estos algoritmos, estas inteligencias artificiales sean de propiedad común, dado que se han convertido en un bien común. Y, según afirma, proponer y pensar en esa socialización resulta menos utópica que intentar regularlas mediante un Estado nacional. Es por ello que a su entender debería gestarse un movimiento progresista internacional que tome el control de esas máquinas, algoritmos e inteligencias artificiales y las ponga a trabajar arduamente en nombre de la humanidad.

Volviendo a discrepar con Varoufakis, quizás sea el prisma eurocéntrico y occidental el que no permita ver que, en ese proceso de socialización, China no sólo nos está marcando y compartiendo un posible camino, sino que además nos lleva décadas de ventaja.


Material de consulta:
https://www.youtube.com/watch?v=wBPX2fHJAMA&ab_channel=DoubleDownNews


Nicolás Sampedro

Prefiero escucha antes que hablar. Ser esquemático y metódico en el trabajo me ha dado algún resultado. Intento encontrar y compartir ideas y conceptos que hagan pensar. Me irritan las injusticias, perder el tiempo y fallarle en algo a les demás.

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