¿Poder constituyente o miedo?

 El pánico de la clase dominante es al pueblo movilizado y consciente reclamando sus derechos. Es miedo a la democracia



Federico García Naranjo
@garcianaranjo

“No es el pueblo el que se va, es la institución la que cambia. Esa es la historia de la democracia y de los pueblos libres. Y por tanto, si esta posibilidad de un Gobierno electo popularmente en medio de este Estado y bajo la Constitución de Colombia no puede aplicar la Constitución porque lo rodean para no aplicarla y le impiden, entonces Colombia tiene que ir a una Asamblea Nacional Constituyente. Colombia no se tiene que arrodillar, el triunfo popular del 2022 se respeta y la Asamblea Nacional Constituyente debe transformar las instituciones para que le obedezcan al pueblo su mandato de paz y de justicia. (…) Este presidente llegará hasta donde ustedes digan”.

Estas fueron las palabras que la semana anterior pronunció el presidente Petro en Puerto Resistencia, Cali, con las que convocó a un proceso de poder popular constituyente, propuesta que tiene con los pelos de punta a buena parte del Establecimiento. La propuesta de una reforma constitucional de fondo no es nueva, pues ha sido planteada por casi todos los presidentes, aunque con diversos alcances y para diversos fines, y siempre ha terminado diluyéndose ante la imposibilidad de su materialización o simplemente aplastada bajo la avalancha de hechos políticos que suceden como torrente en nuestro país.

La gran diferencia de la propuesta de Petro con las que se han hecho en el pasado es que no se trata de una convocatoria a un proceso que reforme la Carta Magna a la medida de las necesidades coyunturales del Gobierno de turno, como ocurrió por ejemplo con el fracasado referendo convocado por Álvaro Uribe en 2003, sino de algo de mucho más alcance. Estamos hablando no de un simple procedimiento que modifique la Constitución, sino de un proceso de movilización del poder popular que cuestione las estructuras mismas del régimen político en Colombia y las transforme para conquistar la paz y construir la democracia.

Poder constituyente

Por ello es tan llamativo que voces autorizadas y respetadas hayan expresado sus reservas frente a la propuesta, aduciendo que una Asamblea Constituyente es innecesaria y riesgosa, porque se supone que la Carta de 1991 contiene todos los mecanismos legales para hacer las reformas y su convocatoria podría abrir la puerta a contrarreformas antidemocráticas. Ello en parte es cierto, pero quienes así opinan están analizando la propuesta desde una perspectiva no solo demasiado jurídica sino, incluso sin darse cuenta, conservadora.

El primer error consiste en confundir una Asamblea Constituyente con el poder constituyente. La primera es una herramienta institucional que, como herramienta, puede servir para cualquier fin. El segundo es un atributo que adquiere el pueblo cuando se moviliza y expresa su voluntad de transformar el orden existente. La primera es apenas el procedimiento para materializar los cambios, el segundo es el impulso que provoca y legitima esos cambios.

El segundo error consiste en concebir la democracia como el imperio de las instituciones y no como un proceso de permanente cambio y adaptación de esas instituciones a la voluntad popular. Según esa visión conservadora, la ciudadanía debe estar sometida a un inamovible y sacrosanto poder político, mientras que una perspectiva democrática entiende que el Estado debe estar al servicio del pueblo, quien puede reformarlo según sus intereses.

Así, Petro no está proponiendo un mecanismo institucional ni tampoco una simple reforma al texto constitucional. Está convocando al constituyente primario, el pueblo, para que se movilice y defienda las propuestas de cambio que ganaron las elecciones de 2022, como respuesta al sabotaje desleal que la oposición ha hecho del proceso legislativo y de la gestión gubernamental. Esta propuesta tiene sentido si se comprende que las fuerzas retardatarias conservan aún la oposición, los medios de comunicación, los organismos de control y buena parte del empresariado, mientras el Gobierno cuenta solo con su legitimidad y con el apoyo popular en las calles.

Correlación de fuerzas

En ese sentido, comprender la política no como la búsqueda de un inexistente “bien común” sino como el ejercicio del poder en un escenario de correlación de fuerzas, permite comprender el alcance de la propuesta. Lo que el presidente está proponiendo es simplemente una radicalización democrática, una profundización de los cambios que el país pide a gritos y, en últimas, una legitimación del régimen político, no desde los acostumbrados dispositivos clientelistas sino desde la materialización del tan aplazado Estado social de derecho.

Eso es lo que, finalmente, tiene en pánico a la clase dominante. No es la propia convocatoria a una Asamblea Constituyente, algo que ya dirigentes de la derecha como Germán Vargas Lleras asumieron como un atractivo desafío, sino la convocatoria al poder popular, al constituyente primario, a la movilización consciente y determinada del pueblo para defender sus derechos. Porque una de los rasgos que siempre ha caracterizado a nuestra clase política es el miedo al pueblo, el pánico a la movilización.

Han estado acostumbrados a hacer la política a puerta cerrada, en conciliábulos donde al calor de unos whiskies deciden por todos nosotros según sus mezquinos intereses. Les produce una profunda molestia ver al pueblo de piel oscura y manos callosas defendiendo su dignidad y exigiendo a los políticos que hagan su trabajo. Solo admiten al pueblo en la calle cuando les vitorea y les ruega por sus favores. No quieren ciudadanos, quieren menesterosos.

Democracia radical

Por ello, por más que se llenen la boca definiéndose como demócratas, a lo que temen en el fondo es a la democracia, a que el pueblo los ponga en su lugar y les dé el carácter de servidores, de sirvientes, que todo político debe tener. Quieren al pueblo en silencio, metido en sus casas esperando una migaja del poder, en otras palabras, añoran a las “gentes mansas” que tanto alababa Álvaro Gómez en su momento.

El momento que vive Colombia es histórico. Por primera vez, las fuerzas populares y democráticas tienen la iniciativa y el entusiasmo para hacer posibles los cambios. Si bien no hemos ganado del todo, lo cierto es que se abre una oportunidad para que por fin comencemos a dejar atrás los cien años de soledad sobre la tierra.

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