Una Nueva Reacción: “El Liberalismo Muscular”, o el “Anti-Multiculturalismo”

 Por Juan Manuel Acero (2011)


¿Están en entredicho los valores de 1789? 

En una entrevista publicada en diciembre de 2007 en el diario “La Vanguardia” de Barcelona, el historiador Eric Hobsbawn, preguntado acerca de cuál sería la mejor receta para estos tiempos de crisis, respondía: ” … En mi opinión, el mundo necesita recuperar los valores de la Ilustración para afrontar el futuro.” De ello el lector puede inferir que los valores de la Ilustración, se encuentran en peligro. De otro modo, ¿cuál sería el sentido de pedir un retorno a aquello que no hemos abandonado, quién necesita recuperar lo que no ha perdido?



En cualquier caso, ¿de qué habla Hobsbawm cuando se refiere a los “valores de la Ilustración”? Un poco más adelante, el historiador da una definición: “Aquellos que creen en el progreso humano, de toda la humanidad, a través de la razón, la educación y la acción colectiva” (Soria). Podríamos, entonces, tomar como punto de partida el producto más acabado de la Edad de la Razón en lo que hace a delimitar los derechos y obligaciones de cada ser humano: la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789. Es con ella que los ideales de la Ilustración rompen la barrera del papel y la tinta, escapan del escritorio del homme des lettres y salen a la calle a cambiar la vida del hombre corriente. Es, seguramente, la primera declaración de su tipo que representa un anhelo universal más que una expresión de intereses de clase, como lo fuera la Bill of Rights (Declaración de Derechos) inglesa de 1689. Este documento, que a su vez sirvió de fuente de inspiración a su homónima norteamericana de un siglo más tarde, desmiente cualquier pretensión de universalidad en el goce de los derechos en ella proclamados, por ejemplo al impedir a los católicos, o a quien se casase con un/a católico/a, el desempeño de cualquier puesto público. 1

Pero volvamos a 1789: la Declaración francesa, pregona en su Artículo 4 “… La libertad política consiste en poder hacer todo aquello que no cause perjuicio a los demás. El ejercicio de los derechos naturales de cada hombre, no tiene otros límites que los necesarios para garantizar a cualquier otro hombre el libre ejercicio de los mismos derechos; y estos límites sólo pueden ser determinados por la ley”.. ¿Están estos derechos en peligro, o acaso Hobsbawm, cuya autoproclamada filiación marxista no es un secreto para nadie, desvaría, o quizás está, como el tero, gritando en un sitio distinto al que eligió para anidar?  

Es verdad que Hobsbawm es un escritor ideológicamente “flechado”. Es verdad, también, que él mismo confiesa ser un producto de la muy burguesa “Edad de los Imperios” (título, además, de una de sus obras). Estamos más ante un “intelectual comprometido” que ante un revolucionario puro y duro. Pero entonces… ¿de qué está hablando Hobsbawm?


Seguridad vs. Libertad: 11/9 + 7/7 + 0? 

El día 7 de Julio de 2005, tres artefactos explosivos de fabricación casera, ocultos en sendas mochilas, estallaron en otros tantos puntos neurálgicos de la red de transporte público de Londres, causando un total de 56 muertes, incluyendo las de los terroristas suicidas. Dos semanas más tarde, un joven brasileño llamado Jean Charles de Menezes era abatido por la policía londinense, que lo había confundido con uno de los sospechosos de haber participado en los atentados del llamado 7/7. De Menezes tenía sus buenas razones para eludir el control policial que lo terminó asesinando: creía encontrarse ilegalmente, “sin papeles”, en Gran Bretaña. El hecho de que, por un subterfugio legal cuya existencia ignoraba, Menezes no tuviera razones para temer su deportación no hace más que añadir una negra ironía al incidente. Pero insistimos, ¿qué tiene esto que ver con una advertencia hecha por un escritor nonagenario y filocomunista acerca de lo próximo que se encuentra el mundo a retroceder más allá de 1789? Lo cierto es que sobre la cabeza de Menezes convergieron, además de las siete balas policiales que le causaron la muerte, las dos caras de un dilema que, particularmente a partir de los atentados de 2001 en New York, viene imprimiendo un giro casi de 180º al discurso de las “Democracias Occidentales” en torno a los Derechos Humanos: Libertad vs. Seguridad; Derechos Individuales vs. Orden Público.

Hasta ese momento, al menos, el dilema se venía planteando más en lo atinente al orden jurídico que en el campo de las ideas: los intelectuales pertenecientes a las naciones democráticas de Occidente, evaluaban la dudosa compatibilidad de las nuevas “medidas de seguridad nacional” tomadas por sus gobiernos con sus constituciones nacionales, emanadas, prácticamente todas ellas, de estos valores que, a criterio de Hobsbawm, están en riesgo. Si bien algunas voces de alerta, como la del escritor norteamericano, expatriado en Italia desde hace décadas, Gore Vidal, se alzaron por el intento de “destrozar la Declaración de Derechos” (inse (Vidal), nadie, por más extremista, militarista, intervencionista, por más “halcón” que fuere, se atrevía a cuestionar oficialmente la vigencia del ideal de “iguales derechos para todos los individuos”. Entonces… ¿dónde está el lobo contra el que nos advierte nuestro insigne historiador? 


La Utopía Multiculturalista de una “Europa Crisol de Razas” 

Amparados en la política de descolonización operada por los languidecientes Imperios coloniales europeos a partir del final de la 2a Guerra Mundial, cientos de miles de inmigrantes provenientes de las antiguas colonias se establecieron en Gran Bretaña y Francia en las décadas de 1950 y 1960. Desde las llamadas “West Indies”, las islas caribeñas a las que, a lo largo de la década de 1950, se les había otorgado la independencia, llegaron aquellos descendientes de los esclavos importados desde el África por los mismos amos coloniales. Llegaron, también, indios y pakistaníes, provenientes de la antigua Joya de la Corona, la India á, a partir de la cual la ingeniería geopolítica inglesa se había sacado de la galera un Estado hinduista-brahmánico y otro musulmán2 . Llegaron a Francia los argelinos musulmanes, resentidos por las tácticas de contrainsurgencia aplicadas en su pais de origen por los invasores franceses (que fueron fuente de inspiración para las dictaduras latinoamericanas de los 1970s y 1980s), pero también llegaron los “pieds-noirs” (pies negros), los argelinos de origen europeo, resentidos por el “abandono” que la orgullosa Madre Francia había hecho de sus hijos pródigos. 

Por añadidura, entre las décadas de 1970 y 2000, un nuevo e ingente flujo migratorio hacia Europa tuvo lugar, causado por el colapso, primero político y luego económico, de las naciones de América Latina, sumado a un sinnúmero de holocaustos en el África subsahariana, motejados por la prensa occidental como “conflictos tribales”, tratando así a la vez restarles de entidad y de disimular la responsabilidad que en ellos cabía a Occidente en tanto responsable del trazado del mapa geopolítico post-colonial del África.

En las vísperas del cambio de siglo, la población proveniente de la oleada inicial de inmigracion se hallaba integrada, en gran parte debido a que la expansión económica de Europa en la mitad final del S. XX, sumada a la baja tasa de natalidad entre la población europea originaria, favorecieron su inserción laboral (ya que no cultural o social). 3 Al fin y al cabo, el coste de la mano de obra se estaba manteniendo en niveles “tolerables” (siempre desde el punto de vista de la patronal) debido, en parte, a que los inmigrantes nivelaban dicho costo a la baja al ser empleados en condiciones inferiores (en ingreso y en derechos tales como cobertura sanitaria y contra siniestralidad laboral, entre otros) a las demandadas por la población originaria de Europa.

Por decirlo claramente, la inmigración, en el mercado laboral de Europa, llenaba huecos que la población originaria europea no tenía intención de llenar, ya fuera por poder aspirar a mejores puestos laborales, o porque gozaban de una batería de prestaciones monetarias por parte del Estado que, de hecho, oficiaban de piso salarial por debajo del cual no era redituable para ellos trabajar. A la vez, el mayor índice de nacimientos ocurridos entre inmigrantes permitía cubrir los huecos dejados en los sistemas de previsión social europeos, permitiendo mantener el equilibrio fiscal entre aportantes activos y beneficiarios pasivos sin el cual se torna difícil cumplir con el pago de prestaciones (jubilaciones, etc.).

Los recién llegados establecieron zonas de mayor concentración dentro de sus lugares de residencia, en gran parte debido al menor valor de la renta inmobiliaria en las mismas. En ellas, sin llegar a configurar ghettos, la proporción de habitantes provenientes de otras culturas era sensiblemente mayor a la existente en otros áreas del mismo centro poblado. Esta disparidad en la distribución de la población migrante facilitó la inserción económica del colectivo, al permitir el funcionamiento de redes solidarias (primero informales y luego formales) que paliaran la dificultad inherente al proceso de adaptación, a la vez que hizo más lento y gradual el proceso de homogeneización sociocultural que había caracterizado a otras oleadas migratorias del pasado, como ser la gran inmigración europea a los Estados Unidos y América del Sur (con especial acento en el Río de la Plata) en las décadas finales del S. XIX y las primeras del S. XX. En muchos casos, para un inmigrante asiático, africano o latinoamericano, era posible vivir en Europa sin conocer el idioma nacional de su país de residencia. 

De todas maneras, el mestizaje cultural se fue dando por el mero contacto entre las capas sociales más bajas de cada nación: no son pocos los productos de este contacto que han enriquecido el panorama cultural de las respectivas Madres Patrias, como lo puede reconocer cualquiera que haya prestado un oido atento a la musica popular proveniente de Europa en las tres últimas décadas.4 No fue un proceso instantáneo, y definitivamente no contó con el beneplácito de “toda” la población nativa europea: el surgimiento y ascenso, en el último cuarto del S. XX, de los respectivos Frentes Nacionales de extrema derecha en Inglaterra y Francia lo prueban. 

Sin embargo en todo momento, incluso por vía de gobiernos difícilmente calificables de “progresistas” ( como ser el de Margaret Thatcher en Gran Bretaña entre 1979 y 1990, o el de Jacques Chirac en Francia entre 1995 y 2007), el espectro político, social e intelectual europeo se mantuvo, al menos por la vía de los dichos, favorable a la inclusión de estas minorías etnoculturales, creándose así el paradigma del “multiculturalismo”: “un corpus de ideas [en torno a cómo] ... responder ante la diversidad cultural y religiosa”, que oscilaba entre la “mera tolerancia”, a la que algunos grupos consideraban “insuficiente para tratar a los miembros de grupos minoritarios como ciudadanos iguales”, y la noción de los llamados “group-differentiated rights”, derechos específicos para determinadas minorías a quienes se les reconocen excepciones a las generales de la ley, ya fuere por sus diferentes creencias religiosas, o por la falta de integración linguística de sus miembros en su comunidad de residencia. Aquí, algunos grupos minoritarios dentro de la población originaria de los países de acogida (v.g.: vascos y catalanes dentro de España, escoceses y galeses dentro del Reino Unido) favorecían la integración de los inmigrantes sin forzar homogeneización cultural como forma de robustecer sus propias pretensiones de autonomía política, estableciendo así un curioso vínculo entre multiculturalidad y nacionalismo regionalista.  

Todo ello mientras el barco navegase seguro y a buen puerto. Pero Europa iba a despertar de su agridulce sueño de una Europa multicultural. Si bien había experimentado algunos temblores como el segundo puesto del Frente Nacional en las elecciones presidenciales francesas de 2002, con el consecuente eventual acceso al ballotage de su fundador y candidato Jean-Marie Le Pen, el cimbronazo final vendría con los atentados del 11/9 en Nueva York. Las tres potencias-motor de la Unión Europea (Alemania, Francia, Gran Bretaña) cerraron sus filas en torno a la defensa de su alianza con Estados Unidos, encarnada en la Organización del Tratado del Atlántico Norte: con mayor o menor grado de entusiasmo (oscilando desde el apoyo incondicional del premier británico Tony Blair hasta la cautela del presidente francés Chirac) los tres países prestaron su apoyo o su anuencia a la invasión de Afganistán. Que los tres países albergasen en su seno una importante minoría de población étnica y culturalmente similar a la del país invadido no iba precisamente a facilitar la convivencia.

Los atentados del 11 de marzo de 2004 en la red de transporte público de Madrid, llevados a cabo contra uno de los aliados menores de la intervención en Afganistán, fueron ejecutados por células integristas musulmanas compuestas por ciudadanos marroquíes con una residencia en España de relativa larga data. Pero el papel secundario de España dentro del andamiaje político e ideológico de la UE demoró la respuesta ideológica intelectual organizada ante una cada vez más generalizada noción de tener “el enemigo dentro”. Incluso, un año más tarde, en los ya mencionados atentados de Londres, el accionar policial en el caso De Menezes será analizada bajo la luz del conflicto entre los derechos individuales de la víctima y la potestad del estado de ejercer la fuerza en defensa de los derechos de la generalidad. Tendrán que pasar otros tres años para que la actual crisis económicofinanciera ponga en entredicho la estabilidad del modelo europeo, siendo entonces cuando la reacción europea comience a calentar motores.

Primero fueron exabruptos provenientes de algunos personajes marginales del mundo político europeo, como el holandés Pym Fortuyn, calificando al Islam de “cultura retrógrada” en 2004. Luego, slogans electorales oportunistas como los utilizados por la coalición catalana Convergencia i Unió: en campaña para las elecciones regionales de 2006 en Cataluña, el candidato a presidir el gobierno (la llamada “Generalidad de Cataluña”) por esta, la fuerza política mayoritaria de la región, postulaba la instauración de un “Carné por Puntos”5 por medio del cual “... Llegar a Catalunya de forma legal a través de un contrato laboral en su país de origen, demostrar una voluntad por conocer la lengua y la cultura catalana” serían formas de premiar la intención de lograr una "integración real" , que, a guiarse por los términos del “contrato”, se parece bastante a la homogeneización cultural. Esa misma fuerza, mientras proponía en el Parlamento catalán “una ley marco que establecerá un contrato de derechos y deberes de los inmigrantes, de carácter voluntario, que ofrecerá 'ventajas' al que lo firme”, (Agencia EFE) , hacía campaña con una conmovedora alusión a la inmigración en uno de sus afiches proselitistas: “La gente no se va de su país por ganas sino por hambre, pero en Cataluña no cabemos todos. Que respeten a Cataluña”. La resistencia de los inmigrantes a permitir que su cultura de origen sea fagocitada según la receta marcada por el “carné por puntos”, entonces, sería una forma de no respetar al lugar de acogida. El Leviatán todavía no levantaba la cabeza, pero ya se oía su respiración, aún cuando se vivían tiempos de bonanza, en los que el Primer Ministro español, José Luis Rodríguez Zapatero, celebraba a los cuatro vientos que en la “Champions League de las economías mundiales, España es la que más partidos gana, la que más goles marca y la menos goleada" (Cadena SER) 

A partir de 2008, con el sacudón financiero causado por la llamada “crisis de las hipotecas sub-prime” en los Estados Unidos, extendida por la mayor parte de las economías del llamado Primer Mundo, comienza a tomar forma la doctrina del “aquí no cabemos todos”, articulada en torno a dos sensaciones de inseguridad concatenadas que acechan a la gran mayoría de la población europea: el temor por la integridad física amenazada por el terrorismo, y el temor a la pérdida de medios de subsistencia a manos de la crisis económica generalizada. El sueño de la Champions League de la economía tocaba a su fin. Por ese entonces, la Generalitat (gobierno regional) catalana publicaba su Pacto Nacional Para la Inmigración, en el que, a más de establecer su más firme rechazo a los estereotipos respecto de la población foránea, se hace la salvedad de que “Estos estereoptipos no son solamente aquellos que excluyen las diferencias (…) sino aquellos que toman una postura paternalista y buenista, hasta llegar a folklorizar la pluralidad” (Generalitat de Catalunya, Departament d'Acció Social i Ciutadania, Secretaria per a l'Inmigració ).

El 11 de octubre de 2010 Horst Seehofer, presidente del gobierno regional de Bavaria, en Alemania y uno de los principales aliados políticos de la actual canciller alemana Angela Merkel, postuló en una entrevista a la prensa que "testá claro que los inmigrantes de otros círculos culturales como Turquía y los países árabes tienen más dificultades” de integración, no sin además abogar por una mayor dureza con aquellos que se rehúsen a “integrarse”. (Connolly) 

Hay que recalcar otra vez el uso de la palabra “integración” como símil de “asimilación” u “homogeneización”. Aquí tenemos el reverso de la aparentemente ingenua propuesta del “Carné por Puntos”: en ambos casos se parte de la noción de establecer un “ideal de integración” como base de un sistema de premios y castigos para los inmigrantes. Un mes antes, el economista Thilo Sarrazin, miembro del directorio del Bundesbank (Banco Central alemán) había publicado un libro en el que, entre otras ideas, responsabilizaba a la inmigración por “debilitar la fortaleza económica e intelectual alemana”. (Connolly, guardian.co.uk) Sarrazin fue obligado a dejar su puesto en el Banco, una medida sin antecedentes en Alemania, como consecuencia de estas declaraciones.

Las declaraciones de Seehofer, por cierto, coincidían en el tiempo con la visita a Alemania del Primer Ministro de Turquía, país que constituye el principal colectivo inmigrante en Alemania. Tanto el Presidente de la República Federal como la propia canciller Merkel tuvieron que relativizar el exabrupto de quien no es menos que el gobernante de la segunda región más poblada de Alemania. Pero las buenas intenciones duraron solamente seis días: el 17 del mismo mes, la misma canciller Merkel, en un discurso a las juventudes de su partido, proclama el “completo fracaso” del modelo multicultural. (Weaver) Todo esto en un marco en el que, de acuerdo con una encuesta efectuada por un “think-tank” cercano al principal partido de oposición en Alemania, el 30% de los alemanes abogaban por la “repatriación” (eufemismo por “deportación”) de los extranjeros, al tiempo que el 10% de ellos manifestaba ver con buenos ojos la llegada de un “Fuhrer”, y el 55% veía a los árabes como “gente desagradable”. (Dempsey) Todo ello en un país donde, de acuerdo con fuentes del Ministerio del Interior alemán, entre un 4% y un 5% de la población es musulmana; una nación que es el tercer receptor mundial de inmigrantes, dando acogida al 5% del total de inmigrantes del planeta, de acuerdo con estadísticas sobre inmigración de la ONU. 

Pero, después de todo, se trata de Alemania. Muchos de los alemanes de cierta edad son producto de la educación impartida por el Tercer Reich, puede alegarse. Algunos fantasmas del tenebroso pasado alemán pueden estar, aún, anidados en el inconsciente colectivo de su población.

Pero ante el discurso, pronunciado el 05/02/2011 por el Primer Ministro Británico David Cameron en ocasión de la Conferencia Multilateral de Seguridad en Munich (Alemania), ya no cabe subterfugio alguno para resguardar las buenas conciencias europeas ante los desbordes anunciados por sus propias máximas autoridades, no ante un puñado de jóvenes adeptos cuya voluntad seducir con promesas altisonantes. No, acá es un Jefe de Estado hablando ante sus iguales, con la seguridad de que sus palabras son un trasunto de la voluntad de esos mismos iguales. Vale la pena citar el discurso con cierta extensión. “Bajo la doctrina del Multiculturalismo de Estado, hemos alentado a que diferents culturas lleven vidas separadas (…) unas de otras y separadas de la generalidad. […] Incluso hemos tolerado que estas comunidades segregadas se comporten de forma tal que entran en complete oposición con nuestros valores”. Siempre de acuerdo con Mr. Cameron, “en vez de alentar a la gente a vivir apartada, necesitamos un claro sentido de identidad nacional compartida (…) construir sociedades e identidades más fuertes” Luego se nos advierte acerca de la amenaza que ciertos grupos islamistas, radicales aunque no violentos, representan como posibles sitios de reclutamiento de futuros terroristas, y haciendo la distinción entre el Islam, “una religión pacíficamente y devotamente observada por más de mil millones de personas” y el Islamismo, “una ideología política apoyada por una minoría [a cuyo extremo s hallan] los que apoyan el terrorismo para promover su fin último: un reino totalmente islamista, gobernado por una interpretación de la Sharia” (ley religiosa musulmana).

Finalmente, se nos revela la nueva doctrina, que además recibe su nombre en el mismo acto: “Francamente, necesitamos bastante menos de la pasiva tolerancia de los años más recientes y un mucho más activo Liberalismo Muscular. Una sociedad pasivamente tolerante le dice a sus ciudadanos ‘mientras obedezcan la ley los dejaremos tranquilos’. Permanece neutral entre valores distintos. Pero yo creo que un país genuinamente liberal hace mucho más; cree en ciertos valores y los promueve activamente. Le dice a sus ciudadanos: ‘esto es lo que nos define como sociedad: ser de acá es creer en estas cosas… (Debemos) dejarnos de ambigüedades (….) en la defensa de nuestra libertad” Para ello, propone “que los imnigrantes hablen la lengua de su nuevo hogar” y que se asegure que ¨la gente sea educada en los elementos de una cultura común” para así “ayudar a construir un orgullo más fuerte de la identidad local… [como la manera clave de lograr] auténtica cohesión.” 

En resumen, Cameron remata su alocución advirtiendo que “No sólo nuestras vidas están en riesgo, sino también nuestra forma de vida. Por ello es que éste es un reto que no podemos evitar; es un reto que debemos afrontar y ante el que debemos triunfar”. (Cameron) 

Estamos, entonces, ante una nueva concepción del liberalismo, ese “liberalismo muscular” que toma una posición bien clara ante el dilema de sostener los principios que detenta (enunciados en ese mismo discurso: libertad de opinión y de cultos, igualdad de derechos sin distinción de género, raza o religión) o conculcar derechos (de reunión, de libre asociación y expresión, e incluso de permanencia en el suelo en donde residen) a quienes no expresen abiertamente compartir esos mismos valores.

El retroceso, a pesar del llamado a combatir en nombre del respeto a la diversidad racial, de género, etc., está en que el liberalismo pasa ahora no por la racionalidad iluminista de respetar la ideología ajena aunque no se compartan sus postulados: el nuevo “Liberalismo Muscular” desciende a la altura de los enemigos del liberalismo clásico, negando el reconocimiento de sus derechos a quienes no piensen como nosotros y convirtiéndose en un fundamentalismo más. Un extremismo que troca el ideal revolucionario de “iguales derechos para todos los individuos” por la defensa de “nuestro modo d vida”. Un salto que opone la civilizada tolerancia hacia quienes quieran vivir de acuerdo con nuestros valores encarnados en un discurso político a la intolerancia de aquellos que quieren que todos vivamos de acuerdo a su propia escala de valores encarnada en el Corán. Un fanatismo surgido de las entrañas de la misma Europa que diera a luz la primera declaración de derechos con pretensiones de universalidad, y que ahora, atenazada por el temor, quiere poner punto final a la utopía nacida en 1789. 

Es verdad, Mr. Hobsbawm: estamos en peligro.  

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1- Incidentalmente, la Constitución de la República Oriental del Uruguay establece (Art. 76) una moratoria de tres años en cuanto  al ejercicio de derechos políticos y puestos públicos a aquellos ciudadanos “legales”, es decir naturalizados. 

2- Es curioso como nadie ha notado la omisión o el fracaso de las potencias coloniales europeas en imponer sus valores a las poblaciones nativas de los territorios colonizados por ellas: el sistema de castas en la India sobrevivió los tres siglos de dominación británica, mientras los fundamentalismos musulmanes no parecieron ser detectados ni por ingleses ni por franceses ocupando los países que hoy son vistos como “amenazas para la Seguridad Mundial”

3- Especialmente en el caso británico, y merced a su peculiar legislación en materia de concesión de la ciudadanía, los recién llegados eran una especie de “ciudadanos de segunda”, con menor peso político (derechos electorales restringidos) que los nacidos en la Metropoli. 

4- Uno de los productos de ese mestizaje cultural, el grupo musical franco-magrebí Zebda, editó un álbum titulado “Le Bruit et l'Odeur” (“El Ruido y el Olor”) en alusión a un discurso del entonces alcalde de París Jacques Chirac, en el que decía comprender como “el trabajador francés se vuelve loco” ante la proliferación y prosperidad relativa de los inmigrantes.

5- Alusión a un sistema, por entonces de reciente introducción en España, según el cual cada titular de una licencia de conductor tiene asignado un determinado “puntaje”, el cual se iría perdiendo al cometer diversas infracciones de tráfico, hasta llegar a una eventual quita de la licencia.

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