Por Nicolás Sampedro
Xi llama a trascender conceptos obsoletos como el choque de civilizaciones, la mentalidad de Guerra Fría o la de suma cero, y afirma que se ha abierto un nuevo capítulo en las relaciones internacionales, en la antesala de la 25ª Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái.
Como ya se ha mencionado en anteriores oportunidades, este 31 se agosto y 1ro de septiembre tendrá lugar en la ciudad portuaria septentrional de Tianjin, China, la 25ª Reunión del Consejo de Jefes de Estado de la Organización de Cooperación de Shanghái. Un evento de gran importancia, fundamentalmente en Oriente, que este año podría cobrar una relevancia aún mayor, dado que reunirá a los presidentes y primeros ministros de los principales países de un mundo emergente: Rusia, China, India e Irán.
Si bien esta organización nació en Shanghái allá por 2001, con tan sólo seis integrantes (China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán), en el último tiempo se incorporaron otras naciones (India y Pakistán se unieron en 2017, Irán en 2023, y Bielorrusia en 2024) además de dos observadores (Afganistán y Mongolia) y 14 socios de diálogo (Azerbaiyán, Armenia, Bahrein, Egipto, Camboya, Catar, Kuwait, Maldivas, Myanmar, Emiratos Árabes Unidos, Nepal, Palestina, Sri Lanka y Turkiye), abrazando un total de 26 países de Asia, Europa y África, que la convierten –actualmente- en la mayor organización internacional regional por área geográfica y población.
Un encuentro que lógicamente tendrá a Xi Jimping como principal orador, pero que contará con las visitas estelares tanto del presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, como del Primer Ministro de la India, Narendra Modi, quien visitará China por primera vez luego de siete años de relaciones bilaterales prácticamente congeladas. Hecho que, claramente, es un mensaje sin precedentes de parte de Nueva Deli para la administración de Donald Trump, más allá del buen vínculo personal o la cercanía ideológica que puedan tener los mandatarios.
Cabe recordar que la confirmación de la participación de Modi en persona, se dio pocas horas/días después de que EEUU anunciara que impondría sanciones secundarias a la India, so pretexto de estar alimentando la maquinaria de guerra rusa, al comprarle hidrocarburos. Cabe destacar que India es el 2do mayor comprador de hidrocarburos rusos, tan sólo después de China. Hidrocarburos que refina y luego vende a otros estados, en su mayoría europeos.
La visita de Modi no es sólo muestra de que la India pretende seguir siendo una nación soberana a la hora de decidir con qué otros países vincularse, también es una muestra cabal de que la palabra de Trump es menos confiable que la de un mitómano. Hoy dice “A”, mañana dice “B” y pasado dice “C”, y lo hace sin ruborizarse. Cosa, que evidentemente ya han comprendido hace bastante tiempo tanto rusos, como chinos, iraníes, y ahora indios (¿?).
El resurgir del dragón
Y en este punto es importante hacer una breve referencia histórica: Si bien en los últimos dos siglos, China vivió un considerable declive en su influencia global, no hay que perder de vista que previo a lo que ellos llaman el “siglo de la humillación” (que esquemáticamente podría enmarcarse entre la Primera Guerra del Opio -1839- hasta unos años después de la Segunda Guerra Mundial -1949-), el gigante asiático representaba algo más del 30% de la economía global. Actualmente es la segunda economía en términos de PBI nominal y la más grande si se mide por paridad de poder de compra, representando entre un 18 y un 20%, por lo cual (en su lógica) aún les resta un buen camino para volver a ser lo que fueron.
Pero la pregunta inicial de si China podrá modificar o cambiar la forma en la que se comprenden las relaciones internacionales va un paso más allá de estos hechos particulares: en los estudios sobre relaciones internacionales, que nacieron hace relativamente poco tiempo, prácticamente todas las teorizaciones estuvieron, o producidas, o fuertemente influenciadas por Occidente. Ya sea la teorización de la considerada corriente realista (y sus derivaciones), la utopista (y sus derivaciones), las marxistas (y sus derivaciones), o la constructivista (y sus derivaciones), todas se han visto atravesadas por el prisma académico/político/económico/cultural impuesto por el sistema mundo llamado modernidad, del que ya se ha reflexionado en reiteradas oportunidades.
Con el capitalismo como ordenador, sobre todo de las formas de acumulación, pero también con toda una maquinaria simbólica detrás, todas las formas de pensar las relaciones internacionales estuvieron atravesadas por esas lentes.
El punto es que, en los últimos 50 años, más particularmente, en los últimos 20, el modelo chino logró sacar a más de 800 millones de personas de la pobreza y la indigencia, se convirtió en líder en desarrollo tecnológico, es el motor productivo del mundo, e hizo todo eso -como diría el dicho- “sin tirar un solo tiro”, demostrando que la cooperación, el respeto a la diversidad civilizatoria y el trabajo en beneficio mutuo, son mucho más rentables que las lógicas de imposición por la fuerza, los tratados donde solo ganan algunos, o las Guerras Eternas que propone Occidente.
¿Quién habría pensado que alguien osaría cuestionar el dólar como moneda de reserva o de intercambio comercial antes de que se produjeran las sanciones a Rusia por la OME en Ucrania? Quizás, prácticamente nadie. Y pese al crecimiento del oro y otros metales, hoy la crítica suena cada vez con más fuerza, sobre todo, entre las naciones que se ven afectadas por el uso cuasi militar del dólar, del sistema de pagos internacionales (SWIFT), o incluso de las medidas coercitivas unilaterales como la imposición de sanciones o aranceles.
Sin dudas, para comprender mejor la pregunta que se hacía algunas líneas atrás, habría que estudiar de manera más acabada cómo fue el proceso histórico que vivió China, cómo confluyeron su tradición y lógicas de gobierno milenarios con un Partido Comunista que ha sido flexible a los cambios de estrategias y de tácticas para alcanzar el punto en el que hoy se encuentra el país. Es una tarea, sin dudas, más que interesante para intentar comprender qué enseñanzas podemos aprender y en base a ellas, qué tipo de planificación y propuesta políticas podemos construir de este lado del globo.
Lo que sí es innegable es que China está cambiando las lógicas. No sólo de vinculación internacional, sino de comprensión de lo que implica un buen gobierno; si la democracia representativa liberal, tal y como la conocemos, es -efectivamente- el mejor sistema de gobierno, o no; entre un sinfín de prácticas y lógicas que se escapan a los modos de pensarnos bajo la lógica Occidental globalizada en los últimos siglos.
A modo de ejemplo, en una entrevista recientemente publicada por el periodista norteamericano, Ben Norton, el destacado politólogo y académico chino, Zhang Weiwei, explica que el modelo chino, políticamente, es un partido político (el comunista) holístico, a diferencia del modelo occidental, donde los partidos políticos son de interés parcial, o de interés partidista. China, fue unificada por primera vez en el año 221 antes de Cristo, “es un estado civilizatorio, lo que significa que es una fusión de cientos de estados en uno a lo largo de su larga historia”. Y detrás de esa unificación hay un sistema de lo que aquí se llamaría de “examen” de los servidores públicos. Según explica, “tenés que pasar todo tipo de exámenes y pruebas hoy: tu experiencia laboral, tu rendimiento”, y se elige a los que mejor resultados obtengan, por lo cual “si nos fijamos en los principales líderes nacionales de China, los siete primeros, los miembros del Comité Permanente del PCCh, la mayoría de ellos sirvieron a tres mandatos como el número uno de una provincia, secretario del partido o gobernador. Así que, literalmente, han gobernado a más de 100 millones de personas antes de llegar a la posición actual”.
Económicamente, China, se podría llamar “una economía de mercado socialista”, o un proyecto de “socialismo con características chinas”, o lo que el analista geopolítico, filósofo e influenser brasileño-mexicano, Diego Ruzzarín, cita permanentemente: la definición del destacado economista brasileño, Elias Rebbour quien afirma que la nomenclatura académica para definir a China es como “nueva formación socioeconómica con orientación socialista”. Un proceso de ensayo y error, de apertura y control, que encontró un equilibrio particular después de décadas de experiencias acumuladas.
Volviendo a Weiwei, este afirma que, socialmente, “en lugar del modelo occidental de enfrentar a la sociedad contra el Estado, China es un Estado y una sociedad que se dedica a relaciones mutuamente positivas”, por lo que es mucho más reactivo a los problemas que puedan surgir.
El destacado académico, de alguna manera, sintetiza la descripción señalando que la clave es el “equilibrio de poder”, donde “el dominio político, el poder social, el poder del capital y el poder político, están a favor de la mayoría de la población”, a lo que agrega que “China se centra en primer lugar en el propósito de la buena gobernanza y en cómo lograr la buena gobernanza”.
En definitiva, un proceso político, social, cultural y económico, donde el objetivo está puesto en resolver los problemas de su pueblo. Un proceso verdaderamente meritocrático, donde para llegar a lugares de decisión hay que demostrar resultados concretos; donde el mercado está subordinado a las definiciones políticas del Estado en post del bien colectivo (recordemos la frase de Deng Xiaoping: “El mercado es un pésimo amo, pero un excelente esclavo“); y donde lógicamente, el poder económico de los privados no tiene la influencia o el peso en la toma de decisiones políticas, como sucede en Occidente.
Más allá de la planificación concreta de los lineamientos de trabajo, para la próxima década, que surjan de esta reunión de la OCS, el slogan “El espíritu de Shanghai con renovada vitalidad” propuesto por la presidencia pro-tempore de China para esta 25ª cumbre de la OCS, pretende “trascender conceptos obsoletos como el choque de civilizaciones, la mentalidad de Guerra Fría y la mentalidad de suma cero, ha abierto un nuevo capítulo en las relaciones internacionales y se ha ganado un reconocimiento creciente por parte de la comunidad mundial“, tal como indicó Xi.
Pero no todos los ven como algo materializable, al menos no en el corto plazo. Uno de ellos es, por ejemplo, el profesor de seguridad internacional en la Universidad de Birmingham, Stefan Wolff, quien en su artículo “Xi, Putin, Modi no se pondrán de acuerdo sobre algo importante en la cumbre de la OCS”, afirma que estos mandatarios no presentarán los lineamientos concretos para un proyecto alternativo al dominante durante el “siglo americano”.
Y si bien nadie puede afirmar que no habrá obstáculos, o que el imperio americano (u Occidental y decadente) no luchará por seguir dominando el sistema, retomando a Weiwei, hay que decir que “es inevitable, la multipolaridad ya está ahí, pero lo que necesitamos es un orden mundial multipolar. Esto todavía está en ciernes”.
China está demostrando que se puede construir de otra manera, está dando el ejemplo. Es la primera vez en la historia reciente que un proyecto político, no capitalista, está disputando los sentidos a nivel global, incluso en el ámbito de las relaciones internacionales y sus posibles teorizaciones futuras. Y dado el descalabro generalizado que es el Occidente Colectivo, habrá que ver por cuánto tiempo siguen primando las especulaciones de un anquilosado póker con olor a pólvora (de cañones), y cuán rápido emerge una propuesta alternativa que mezcle los razonamientos de juegos como el ajedrez (Rusia), el tawlé (Irán), el Pachisi (India) y el Wéiqí (o “Go” chino).

Nicolás Sampedro
Prefiero escucha antes que hablar. Ser esquemático y metódico en el trabajo me ha dado algún resultado. Intento encontrar y compartir ideas y conceptos que hagan pensar. Me irritan las injusticias, perder el tiempo y fallarle en algo a les demás.
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