Por Gonzalo Armua
La reciente decisión del gobierno de los Estados Unidos de retirar a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo es un acto que merece ser destacado y analizado con cautela. No porque no sea una buena noticia, sino porque podría ser interpretado como una concesión benevolente, una maniobra diplomática para lavar la cara de una política históricamente intervencionista y deshumanizante. También es importante desatacar el papel central del Papa Francisco, un líder que, a diferencia de tantos activistas del mero discurso que firman proclamas y organizan foros sin resultados, logró con su mediación un avance concreto y palpable. Su liderazgo representa un ejemplo de acción efectiva, demostrando que, en tiempos de promesas vacías, la verdadera diplomacia de la paz no se construye con palabras huecas, sino con gestos valientes y decisiones que abren caminos.
Una etiqueta falaz y su trasfondo histórico
La decisión tomada por la administración Trump en 2021 de incluir a Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo fue un acto cínico que respondió a un guion conocido: el imperialismo justificando sus agresiones bajo un lenguaje que invoca la «seguridad» y la «democracia». En el ocaso de su mandato, no fue más que un castigo político dirigido a bloquear cualquier posibilidad de un nuevo acercamiento diplomático. Pero retrocedamos un poco: ¿cuál fue el «delito» de Cuba?
La Revolución Cubana no solo desafió al capitalismo en su propio patio trasero, sino que también generó un sistema de solidaridad internacional que resultó intolerable para las élites del poder mundial. Brigadas médicas cubanas atendiendo emergencias en los lugares más remotos del mundo, misiones educativas que erradicaron el analfabetismo y un modelo de resistencia frente al hambre y las crisis económicas. Este es el tipo de «terrorismo» que molestaba a Washington. Ser un modelo alternativo de soberanía en un continente dominado por la lógica neoliberal.
Las consecuencias de estar en la lista negra
La inclusión en esta lista implica consecuencias devastadoras para cualquier nación, pero en el caso de Cuba, profundizó un escenario ya crítico por el embargo económico. Este bloqueo, que algunos medios eufemísticamente llaman «embargo», es, en realidad, una forma de terrorismo a lo largo de décadas. La lista negra implica:
Asfixia financiera internacional: Cuba quedó aislada del sistema financiero global, imposibilitada de acceder a créditos, inversiones y transacciones con instituciones que temen represalias de Estados Unidos.
Dificultad para importar bienes esenciales: Al etiquetar al país como un promotor del terrorismo, se restringen incluso las importaciones de productos básicos, desde alimentos hasta medicamentos.
Estigmatización diplomática: La etiqueta busca que otros países duden al momento de fortalecer lazos con Cuba, generando un cerco económico y diplomático.El resultado es una economía paralizada y un pueblo que ha debido enfrentar carencias en condiciones injustas, agravadas por la pandemia del COVID-19 y por los efectos del cambio climático. La resistencia del pueblo cubano frente a semejante adversidad es admirable, pero no se le debe exigir más sacrificios.
La mediación del Papa Francisco y el terrorismo del bloqueo
La intervención del Papa Francisco en este proceso fue clave. El Papa ha demostrado ser una figura capaz de tender puentes donde otros solo construyen muros. Francisco habla de un «Jubileo de 2025», pero el verdadero jubileo será cuando se levante el embargo que condena a un país entero al ostracismo económico. A pesar de que la administración Biden ha tenido “el gesto humanitario” de quitar a Cuba de la lista de países terroristas no hay que olvidar que el bloqueo económico sigue en pie, asfixiando las posibilidades de desarrollo de la isla.
La salida de la lista de países patrocinadores del terrorismo representa un avance, pero no podemos perder de vista el contexto general. La Ley Helms-Burton, la Ley Torricelli y toda la maraña legislativa que sostiene el bloqueo son los verdaderos instrumentos de dominación. Estos marcos legales hacen que el levantamiento total del embargo sea un camino empinado. Por eso, es fundamental comprender que esta medida no soluciona los problemas estructurales que genera la política hostil de Estados Unidos hacia Cuba.
Si algo debemos tener claro es que el bloqueo económico es la forma más cruel y sistemática de terrorismo. Se trata de un castigo colectivo que viola los principios más básicos del derecho internacional y los derechos humanos. El relato oficial intenta presentar a Cuba como un país marginal, «enemigo de la libertad», pero la realidad es que las políticas imperialistas de Washington han buscado permanentemente ahogar a cualquier modelo alternativo de sociedad.
Mientras los cubanos resisten y luchan por una vida digna, las grandes potencias mantienen un doble discurso. Se llenan la boca de democracia y derechos humanos mientras aplican sanciones económicas que matan lentamente a los pueblos. Resulta paradójico que quienes acusan a Cuba de terrorismo sean los mismos que invaden países, saquean recursos y mantienen bases militares en cada rincón del planeta.
¿Y ahora qué?
El retiro de Cuba de esta lista debe ser el primer paso hacia un cambio real. Hay medidas concretas que pueden adoptarse sin depender del Congreso estadounidense:
1- Restablecer los vuelos directos y ampliar las licencias de viajes para estadounidenses;
2- Permitir el envío de remesas sin limitaciones y facilitar los trámites para el comercio bilateral;
3- Eliminar las restricciones a la importación de alimentos y medicinas.
Pero, sobre todo, se necesita voluntad política internacional para exigir el fin del bloqueo. La comunidad internacional ya ha expresado su rechazo en la Asamblea General de la ONU de manera casi unánime, pero hace falta que los países adopten medidas concretas para contrarrestar los efectos de estas sanciones unilaterales.
No basta con condenar el bloqueo; es hora de activar la solidaridad efectiva con Cuba. Los países latinoamericanos debemos reforzar los lazos de cooperación en áreas como salud, educación y energía. Organizaciones y movimientos populares tienen un rol crucial en la denuncia permanente de esta injusticia y en la creación de redes de apoyo que ayuden a paliar las consecuencias del asedio económico. La exclusión de Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo es una gran victoria, pero parcial y frágil. En unos días asumirá el nuevo presidente de EEUU y todo indica que no respetará ninguno de los avances en las negociaciones y volverá a una política hostil hacia la isla.
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