Edgar Isch L.
Está bastante claro que este es el momento de mayores niveles de explotación capitalista de la naturaleza y los daños que ella conlleva, al grado de poner en riesgo la vida humana y de innumerables especies vivas. Y lo es también de la mayor explotación de la fuerza de trabajo, aunque parecería ser menos visible, más intencionalmente oculta desde el poder y sus medios de comunicación. Pero todos los datos indican lo grave de la situación y cómo ella está llevando a un claro despertar de la clase obrera a nivel internacional.
Iniciemos señalando que mientras los poderosos cada día concentran mayor riqueza, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y el Banco Mundial reconocen que se vive a escala global, tras la pandemia como agravante de la crisis, el mayor aumento de la pobreza a nivel mundial posiblemente desde la Segunda Guerra Mundial. Tener trabajo no significa salir de la pobreza. Al menos un 8% de empleados en el mundo están en pobreza extrema con menos de 1,9 dólares al día y un 13% más viven con ingresos inferiores a 3,10 dólares, lo que implica ser pobres.
Eso se refleja en el mundo del trabajo donde además se encuentra a 207 millones de trabajadores visiblemente desempleados y un 60% de la fuerza laboral en actividades informales, viviendo de día en día. Así la burguesía tiene un enorme ejército de reserva que utiliza para bajar los salarios y derechos de los trabajadores y sus familias, encontrando que la mitad de la población mundial, 4.000 millones de personas, están excluidas de cualquier forma de protección social.
Años atrás, como consecuencia del neoliberalismo y mecanismos como los “círculos de calidad total”, en los países asiáticos se impuso el sobre trabajo como la ética del trabajador. En Japón de debieron inventar un nuevo término, “Karoshi”, que se traduce como muerte por exceso de trabajo y hoy se destacan porque en el 37% de sus empresas los empleados cumplen hasta 80 horas extras impagas al mes.
El aumento de horas de trabajo es la manera más directa de lograr un incremento de la plusvalía, esa riqueza creada por el trabajador pero que, tras la reducción de salario, llega íntegramente a los bolsillos de la clase dominante. En estos meses estamos viendo que es una de las medidas deseadas por la burguesía al grado que, en Corea del Sur, pocos meses atrás se planteó subir el máximo de horas de la semana desde las 52 actuales hasta la increíble suma de 69 horas semanales, arruinando totalmente la vida de trabajadores de ambos sexos. Fue la enorme oposición de la juventud la que impidió este despropósito en un país en el que el descanso y la recreación solo son para pocos.
Las condiciones de trabajo amplían la visión de estar viviendo la “esclavitud asalariada”, pero en muchos casos se trata de esclavitud pura y simple. Varios informes internacionales señalan que en nuestros días hay más esclavos que en ningún otro momento de la historia. Solo entre 2016 y 2021 hay un incremento de 2,7 millones de personas sometidas a trabajo forzoso que llevan a la OIT a reconocer que para el segundo año señalado existían 49 millones 600 mil personas viviendo en condiciones de esclavitud moderna. Saben cuántos son, saben dónde están, pero ¿hacen algo para evitarlo?
Lamentablemente, como sabemos, la situación de la mujer trabajadora es aún peor. En un promedio mundial por un mismo trabajo ganan un 20% menos por que los hombres. Y son los niños y niñas los otros grandes perdedores en las relaciones capitalistas actuales. Las estimaciones mundiales para 2020 indican que 160 millones de niños (63 millones de niñas y 97 millones de niños) se encontraban en situación de trabajo infantil, lo que representa casi 1 de cada 10 de todos los niños del mundo.
Y las cosas van para peor cuando, por ejemplo, en 2022 los inspectores del trabajo en Estados Unidos estimaron en 4.000 niños trabajando ilegalmente (en 2013 eran 1.400), pero no hay datos exactos desde 1970, ocultando el problema. Sin embargo, en 14 de los 50 Estados en los últimos años discutieron y al menos 8 aprobaron medidas que permiten mayor explotación al trabajo infantil.
En conjunto, lo señalado hace que se incremente la tasa de explotación laboral aún en los campos en los que no parecía que fuera tan grave, como entre los guionistas y actores de Hollywood. Un ejemplo es el de Kimiko Glenn, actriz reconocida de series de Netflix entre las que se encuentra “Black is the new Orange”. A pesar de los miles de millones que recibe la empresa de utilidades por esos programas, Glenn presenta el documento que demuestra que recibe 27 dólares al año por regalías. Con el uso de su imagen o su voz, con inteligencia artificial, no recibiría nada.
Este fenómeno se presenta también en la industria. Por ejemplo, en las maquiladoras de Sonora, México, donde la transnacional japonesa Yasaki, solo paga el 2% de sus ventas en salarios y queda con la ganancia casi total; allí mismo, otras empresas obligan a trabajar 60 horas semanales pero solo pagan por 40 con salarios reducidos.
Los cambios en las condiciones laborales, con o sin uso de la inteligencia artificial y nuevas formas de automatización, son formas de pretender que los trabajadores paguen por la crisis creada y que beneficia a los grandes patronos. Por ello, son ahora repetitivos los casos en que cambian las condiciones de jubilación, como en Francia o Ecuador, aumentando los años de trabajo o formas de flexibilización que llevan al inicio del capitalismo, como la pretensión de que los trabajadores solo puedan sobrevivir trabajando todas las horas que les permita su condición física.
De allí que los experimentos de reducción a trabajar de manera concentrada en 4 días a la semana que se llevan a cabo en países europeos tampoco estén pensados en la vida del trabajador. Lo que se busca es mayor productividad manteniendo los mismos salarios. Según el Foro Económico Global que concentra a los poderosos del mundo, las empresas han logrado de esta manera hasta un 8% más de ganancia manteniendo el gasto en mano de obra.
En estas condiciones es comprensible el fuerte incremento de huelgas en todo el mundo, especialmente en los países desarrollados y que la clase trabajadora busque protegerse y proteger a su familia. La agresividad de las clases dominantes encuentra resistencia en los hombres y mujeres que producen la riqueza del mundo, tan injustamente repartida y tan ligada a la crisis capitalista y sus múltiples manifestaciones.
* Académico y ex ministro de Medioambiente de Ecuador. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
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