Eduardo Camin
El Director General de la OIT Gilbert F. Houngbo, en el marco del Día internacional de los Trabajadores., hizo un llamado para crear una Coalición Mundial por la Justicia Social y remodelar las políticas económicas, sociales y medioambientales para crear un futuro más estable y equitativo y particularmente necesario tres años después de la crisis de la Covid-19, a la que ha seguido una coyuntura de inflación, conflictos y crisis de abastecimiento de alimentos y combustible.
No obstante, destacó que las promesas de renovación y de «reconstruir mejor» realizadas durante la pandemia no se han cumplido hasta ahora para la gran mayoría de trabajadores de todo el mundo y señaló que, a escala mundial, los salarios reales han disminuido sustancialmente, la pobreza es cada vez mayor y la disparidad parece estar más arraigada que nunca.
Asimismo, las empresas se han visto afectadas de forma muy adversa. Muchas no han podido afrontar los efectos acumulados provocados por los recientes sucesos. Las pequeñas empresas y las microempresas se han visto particularmente afectadas, y muchas han tenido que cerrar.
Por otra parte Houngbo destacó también que muchas personas consideran que sus sacrificios para hacer frente a la pandemia no se han visto reconocidos, y mucho menos recompensados. Estiman que sus voces no se escuchan lo suficiente. Esta situación, unida a la percepción de falta de oportunidades, ha dado lugar a una inquietante desconfianza
Si queremos forjar un mundo nuevo, más estable y equitativo, debemos escoger una vía diferente. Una opción que confiera prioridad a la justicia social. Esto no sólo es viable, sino primordial para fomentar un futuro sostenible y estable. Pero ¿Cómo lo lograremos?
En primer lugar, las políticas y acciones deben centrarse en las personas, con objeto de propugnar su bienestar material y su desarrollo espiritual en una coyuntura de libertad y dignidad, seguridad económica e igualdad de oportunidades. Este enfoque no es nuevo, se estableció y acordó después de la Segunda Guerra Mundial, en el marco de la Declaración de Filadelfia suscrita en 1944 por los miembros de la OIT.
En ese documento visionario se establecieron los principios rectores de nuestros sistemas económicos y sociales, no para orientarlos exclusivamente a fomentar tasas de crecimiento específicas u otros objetivos estadísticos, sino para atender las necesidades y las aspiraciones de las personas.
Ello conlleva, en particular, abordar la desigualdad, mitigar la pobreza y fomentar una protección social básica. La forma más eficaz de lograrlo es proporcionar empleo de calidad para que las personas puedan subsistir por sí mismas y forjar su propio futuro, en consonancia con el Objetivo de Desarrollo Sostenible 8 sobre “trabajo decente para todos».
Esto significa afrontar de manera realista las transformaciones estructurales a largo plazo: garantizar que las nuevas tecnologías contribuyan a crear y promover el empleo; hacer frente de forma eficaz a los retos que plantea el cambio climático y ofrecer el trabajo, la formación profesional y el apoyo necesarios para facilitar la transición, con objeto de que los trabajadores y las empresas puedan beneficiarse de una nueva coyuntura con bajas emisiones de carbono.
Y, por último, considerar la transformación demográfica como un «dividendo» en lugar de un problema, mediante la adopción de medidas de apoyo que abarquen la calificación, la migración y la protección social, a fin de crear sociedades más cohesionadas y resilientes.
También se debe volver a evaluar la estructura de nuestros sistemas sociales y económicos a fin de facilitar este nuevo enfoque, fomentar la justicia social y evitar un «círculo vicioso» de desigualdad e inestabilidad y fortalecer las instituciones y organizaciones del trabajo para que el diálogo social sea eficaz y cohesionado. Y es necesario revisar las legislaciones y normativas que afectan al mundo del trabajo, para que sean pertinentes y estén al día, con miras a proteger a los trabajadores y fomentar las empresas sostenibles.
Para hacer que esto ocurra, dijo Houngbo, debemos comprometernos de nuevo con la cooperación y la solidaridad internacionales. Por eso necesitamos una Coalición Mundial por la Justicia Social que permitirá la creación de una plataforma que facilite la colaboración de un amplio conjunto de organismos internacionales y partes interesadas, y ropugnará la justicia social como elemento fundamental para propiciar la recuperación a escala mundial y le dará la prioridad necesaria en el marco de las políticas y acciones a escalas nacional, regional y mundial. ´
Esto permitirá forjar un futuro centrado en las personas, de transformar el mundo en el que vivimos en los planos económico, social y medioambiental. Aprovechemos esa oportunidad para avanzar en la creación de sociedades equitativas y resilientes que promuevan la paz y la justicia social a largo plazo.
Algunas reflexiones necesarias
Barajamos y damos de vuelta, pero en realidad, la metáfora tendría aún sentido si no fuera porque seguimos jugando la partida con las cartas marcadas. Las huellas de la prolongada estrategia neoliberal impuesta por muchos organismos financieros internacionales siguen generando décadas perdidas para el desarrollo con justicia social.
No deberíamos hablar de fracaso del neoliberalismo, ya que sirvió durante numerosos años a los intereses de las transnacionales y los grandes grupos económicos, y fue y sigue siendo, la base política e ideológica del contubernio de las clases dominantes.
En realidad, el pensamiento neoliberal autoproclamado como único, no es más que un conjunto de falacias que los monopolios y las oligarquías nacionales pusieron a su servicio y que los pueblos están pagando con sangre y sudor.
Hoy nadie duda que las tesis monetaristas, modernizadoras y globalizadoras, adoptadas no solo por los gobiernos conservadores sino incluso por la socialdemocracia eran y son simplemente falsas. El neoliberalismo – porque de eso se trata, aunque los informes se cuiden de ponerlos en clara evidencia- no puede superar las contradicciones en el originadas o agudizadas en su aplicación universal.
La violenta redistribución de la riqueza, el bloqueo de las políticas sociales de los estados, el aumento incesante de la pobreza, el peso de la ignominiosa deuda externa de los países dependientes, esta obscena rebelión de los ricos, de los inmensamente ricos, de la filantropía barata convencidos de que se han convertido en los apóstoles benefactores de la humanidad la cual no puede vivir sin ellos, todo esto se va agotando.
Estamos en una nueva y delicada fase del neoliberalismo de guerra que no busca persuadir sino amedrentar, un neoliberalismo fundamentalista, colonialista e imperialista, que defiende su invariable decisión de seguir la misma política de empobrecimiento y saqueo del mundo.
Una globalización neoliberal que encubre un “mercantilismo de la megaempresa” como dice Noam Chomsky, aupado en un “imperialismo colectivo” como afirma Samin Amir.
Un sistema político vacío de contenido democrático con una maquinaria bélica ferozmente destructiva, destinado a asegurar el dominio universal de una potencia armada hasta los dientes y en profunda crisis estructural, y de hegemonía mundial constituyen una bomba de tiempo enfilada contra la existencia de la humanidad misma. Como dijo Einstein, “no sé cómo será la Tercera Guerra Mundial, pero la Cuarta será con piedras y garrotes”
Esta es la contradicción que sigue sustentado el capitalismo, que navega por las aguas turbulentas de la globalización, arrasando a su paso todo lo que se le ponga en el camino. Las condiciones de la humanidad ya no son simplemente desiguales sino inhumanas: una conclusión que permite apreciar las diferencias del mundo virtual de la globalización, y el mundo real de sufrimientos, inquietudes y luchas.
Mucho nos tememos que las coaliciones mundiales con posiciones críticas al capitalismo nos proponen en realidad desarrollar formas de adaptación a él, combatir el mercado desde “dentro” un capitalismo con rostro humano fundamentado en las bondades del mercado para el desarrollo social, pero que no transcienden las fronteras de las ONGs y de las ayudas humanitarias.
*Periodista uruguayo residente en Ginebra exmiembro de la Asociación de Corresponsales de Prensa de Naciones Unidas (ACANU) en Ginebra. Analista Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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