A pocas semanas de la elección que definirá quien será el próximo presidente de Brasil, el uso de la religión como instrumento discursivo de los principales candidatos se presenta como un recurso para ganar al electorado evangélico.
El comienzo de la campaña electoral en Brasil el pasado 16 de agosto tuvo como dato sobresaliente la circulación de una noticia confirmada como falsa que ganó especial atención en los medios de comunicación del país. La misma denunciaba la intención del Partido de los Trabajadores (PT) de cerrar iglesias en caso de que su candidato, Lula Da Silva, sea electo presidente, algo que inmediatamente desde el entorno del ex mandatario se salió a desmentir por todos los medios posibles.
La fake news empezó a circular al mismo tiempo que se realizaba el acto de apertura de campaña del actual presidente Jair Bolsonaro, en Juiz de Fora, escenario del atentado que lo llevó a la presidencia en 2018. En un discurso con una fuerte impronta religiosa, la primera dama Michele Bolsonaro llegó a decir que esta campaña era un “milagro de Dios” y que temía que el país caiga en las manos de los “enemigos”, en referencia a la oposición encabezada por el expresidente Lula Da Silva.
«Que Dios dé sabiduría y discernimiento a nuestro pueblo brasileño para que no entregue nuestro país, nuestra nación tan amada por Dios, en manos de nuestros enemigos«, expresó la primera dama. Luego prosiguió: «Esta campaña, de nuevo, es un milagro de Dios. Comenzó en 2019, cuando Dios obró un milagro en la vida de mi esposo, porque quienes predican el amor y la paz atentaron contra su vida. Pero Dios es más grande, y se hará justicia». Michelle también llegó a referirse a la residencia oficial del presidente como un lugar que, antes de ser ocupado por su marido, era “consagrado a demonios”.
El tono religioso del discurso de la esposa del presidente no es un hecho aislado dentro del contexto de la actual campaña. Ya antes de comenzada de forma oficial, Bolsonaro se refería a la elección de este año como una lucha “del bien contra el mal”.
Si bien era de esperar una utilización oportunista de la fe cristiana por parte del actual mandatario, sorprendió el hecho de que un discurso similar fuera usado en el acto oficial de inicio de la campaña del ex presidente Lula. En la localidad de San Bernardo do Campo, donde inició su militancia sindical, el ex líder metalúrgico se refirió a Bolsonaro como un “fariseo que está intentando manipular la buena fe de hombres y mujeres evangélicos”.
Desde la campaña del expresidente se insiste en el hecho de que la idea no es entrar en un debate religioso. Respecto a la frase puntual de Lula sobre Bolsonaro, explican que el significado “fariseo” refiere una persona que pertenecía a un grupo religioso judío de la época de Jesús, el cual se caracterizaba más por la manifestación externa de los preceptos de la Ley mosaica que por seguir el espíritu de la Ley. Es decir, desde entonces se usa para referirse a personas hipócritas.
La intención es escaparle a la discusión que propone el bolsonarismo acerca de la supuesta existencia de un conjunto de convicciones morales, que serían superiores a otras, es decir, no evangélicas.
Por el contrario, la estrategia busca llamar la atención de ese elector para proponer un debate centrado en la cuestión económica, poniendo el foco en la situación que atraviesan las familias brasileñas con el aumento de la inseguridad alimentaria –que ya alcanza a 33 millones de brasileños-, la inflación de los alimentos y la falta de políticas públicas apuntadas a mejorar la calidad de vida del pueblo brasileño.
Dicha estrategia tiene en cuenta que el 48% de la población que se percibe evangélica en Brasil, recibe hasta dos salarios mínimos y es, por lo tanto, uno de los segmentos socioeconómicos más golpeado por la crisis.
A su vez, contempla el hecho de que la principal población evangélica se ubica donde el actual presidente vence la elección con ventaja. Según la encuesta PoderData publicada el último 18 de agosto, Bolsonaro tiene 52% de intención de voto entre los evangélicos, mientras Lula ostenta el 31%. A su vez, en un análisis más detallado, la última encuesta DataFolha mostró que el ex presidente aparece con una ventaja de 3 puntos sobre Bolsonaro entre los evangélicos que reciben hasta dos salarios mínimos.
Si se tiene en cuenta que el electorado evangélico representa alrededor del 28% de la población del país, queda claro el especial interés de ambos candidatos por ganar la simpatía de este segmento. Para Bolsonaro, se trata de fortalecerse dentro del ámbito en el cual se consolidó en 2018 y se sostuvo a lo largo de todo su mandato a partir de exenciones de impuestos y el perdón de deudas millonarias por parte del Estado a muchas de las iglesias evangélicas que funcionan en el país.
Para Lula, la intención no es sólo conquistar el voto de millones de electores indecisos sino también romper el cerco de intolerancia instalado y alimentado en los años del bolsonarismo.Mientras la elección presidencial es entendida por el actual gobierno como una guerra santa o, en palabras del presidente, como una “lucha del bien contra el mal”, la campaña de Lula busca instalar la cuestión económica en el centro del debate. Resta esperar para ver cual de las dos estrategias terminará condicionando el resultado de la elección del próximo 2 de octubre.
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