Eduardo Camín
El Objetivo de Desarrollo Sostenible 8 sobre Trabajo Decente para Todos es el único ODS que reúne metas sociales, económicas y medioambientales. Tiene un impacto en todos los demás objetivos de la Agenda 2030, pero ¿qué se necesita para garantizar su consecución? Ésta es la cuestión que se plantea la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Nos despertamos y el mundo parece enredado en algo peor, a pesar de que vivíamos en los entresijos del temor de una sociedad anonadada y, a la vez conformista, puesto si aquello que asusta revela hoy una determinada proporción, los pronósticos solo coinciden en el anuncio de que mañana crecerá la adversidad.
En realidad, asistimos a un mundo laboral que está experimentando profundos cambios. Automóviles que se conducen solos, drones que distribuyen medicamentos, inteligencia artificial que aumenta la creatividad humana, megaciudades que se recalientan. Todo esto hasta hace algún tiempo atrás era pura ciencia ficción. Hoy son las fuerzas tecnológicas, demográficas y relacionadas con el cambio climático que reconfiguran nuestra forma de trabajar.
Lo que no sabemos – con seguridad – es si estas fuerzas cambiarán nuestro mundo laboral para bien o para mal. Esta incertidumbre aumenta porque los cambios se están produciendo en un momento de enormes desafíos existentes y las desigualdades están alcanzando niveles sin precedentes: el crecimiento mundial del empleo será sólo del 1,0% en 2023, menos de la mitad que en 2022.
Se espera que el desempleo mundial aumente en unos tres millones en 2023, hasta alcanzar los 208 millones de desempleados, aunque algunos datos lo sitúan en torno a los 220 millones, ya que la crisis del costo de la vida está empujando a más personas a la pobreza, incluida la pobreza laboral. Entre los trabajadores más vulnerables hay 200 millones que viven en la pobreza absoluta y 2.000 millones en la economía informal, donde a menudo carecen de derechos legales o protección social.
Este panorama global también oculta importantes desequilibrios geográficos. Por ejemplo, en los países de renta baja no se espera que el empleo recupere este año los niveles anteriores a la pandemia. En aquellas regiones en las que el desempleo se encuentra ahora por debajo de los niveles anteriores a la crisis, el análisis de la OIT muestra que esto se debe principalmente a un desplazamiento hacia la economía informal, que probablemente aplaza -en lugar de resolverlos- los problemas de los trabajadores.
Entonces, ¿qué se puede hacer, cómo se puede garantizar que estas corrientes de cambio nos conduzcan al futuro más equitativo, sostenible, próspero y pacífico al que se comprometieron los Estados miembros de las Naciones Unidas cuando adoptaron la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en 2015? Esta será una de las cuestiones clave que se abordarán en la Cumbre sobre los ODS que se celebrará en Nueva York en septiembre de 2023.
Trabajo digno ¿para todos?
Aquí es donde el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 8 desempeña un papel crucial. El ODS 8 persigue el crecimiento económico inclusivo y sostenible y el empleo pleno y productivo, es decir, el trabajo digno para todos. Pero su impacto va más allá, porque es el único ODS que reúne metas sociales, económicas y medioambientales, un «objetivo multiplicador» de toda la agenda de desarrollo sostenible, ya que, si se alcanza, tendrá un impacto positivo en los otros.
Como ocurre con todos los objetivos, para cumplir la promesa del ODS 8 será necesario recuperar la fe en el multilateralismo y la cooperación mundial. En una economía globalizada, no se puede esperar que los países en desarrollo actúen solos. Se necesita de la solidaridad internacional si se quiere marcar una diferencia práctica.
La creación de sistemas universales de protección social es un ejemplo. Éstos pueden aliviar la pobreza, reducir la vulnerabilidad y las desigualdades y ayudar a gestionar los conflictos y las tensiones sociales. Para alcanzar este objetivo, la ayuda humanitaria debe orientarse de manera que apoye los sistemas de protección social y refuerce la capacidad de los Estados.
Es esencial un enfoque reorganizado y reequilibrado de la globalización. Aunque la preocupación por el impacto de la automatización en la pérdida de puestos de trabajo es válida, el progreso tecnológico también puede crear nuevas oportunidades de empleo en los mercados emergentes. Pero lo importante es que los beneficios lleguen a todos a lo largo de estas cadenas de suministro.
Para aunar todos los componentes de este enfoque debemos contar con políticas y acciones claras y transparentes, y asegurarnos de que se consideran justas. Por eso la OIT convoca una Coalición Mundial por la Justicia Social, que reuna a los mandantes de la OIT, la ONU y otros organismos multilaterales, instituciones financieras mundiales, el sector privado, la sociedad civil y otros socios.
Esta amplia gama de puntos de vista y conocimientos se espera que contribuya a garantizar que las políticas reflejen todas las facetas de los problemas a los que nos enfrentamos -económicos, sociales y medioambientales- y logren así una amplia aceptación. La Coalición también se basará en el trabajo del Acelerador Mundial del Empleo y la Protección Social para Transiciones Justas . Ambos se basan en una sólida base de derechos humanos, con un fuerte vínculo con las normas internacionales del trabajo y la promoción del diálogo social.
Mientras que la Coalición reunirá un amplio abanico de opiniones y experiencias, el Acelerador ayudará a canalizar las inversiones procedentes de una amplia gama de fuentes -nacionales, internacionales, públicas y privadas- hacia la ampliación de la protección social y la creación de empleo, incluidas las economías verdes, digital y de los cuidados.
La OIT señala que el mundo laboral será diferente para la próxima generación, y ésto es inevitable. De todos depende cómo dar forma a ese cambio. El ODS 8, centrado en el trabajo decente para todos, puede orientarnos hacia un futuro más equitativo, digno, productivo y humano.
¿El futuro es de los jóvenes?
¿Qué significa «todos»? ¿Hay grupos especialmente desfavorecidos a la hora de encontrar un trabajo digno? Sí, lo hay: los jóvenes de hoy -la generación mejor formada de la historia y nuestra esperanza de un futuro mejor- son el grupo de edad al que más le cuesta encontrar un trabajo digno. Algo se está haciendo mal.
En 2022 -últimos datos disponibles-, los jóvenes de 15 a 24 años representaban alrededor del 21% de la población total en edad de trabajar. Sin embargo, constituían menos del 13% del total de personas empleadas. Las cifras de desempleo son aún más crudas. El 33% del total de desempleados eran jóvenes, que son también quienes tienen más probabilidades de ocupar «malos» puestos de trabajo. Por ejemplo, tienen el doble de probabilidades que los adultos de vivir en la pobreza extrema, es decir, con menos de 1,90 dólares al día en términos de Paridad del Poder Adquisitivo (PPA).
También tienen muchas más probabilidades de tener un empleo informal, con escasa o nula protección social. Según los últimos datos disponibles sobre jóvenes con empleo informal, la tasa de informalidad juvenil era del 78% en 2021, frente al 58% de los adultos. Además, en tiempos de crisis, los jóvenes sufren de manera desproporcionada y se recuperan más lentamente que otros grupos de edad.
Lo vimos durante la crisis dela Covid-19 y lo seguimos viendo durante la actual «policrisis», es decir, los múltiples y múltiples desafíos a los que se enfrenta el mundo, como el cambio climático, los conflictos y la elevada inflación a escala mundial.
Un reciente informe de la OIT se pregunta si se ha recuperado el empleo juvenil y concluía que el periodo de crisis ha remitido a muchos niveles, pero que los mercados de trabajo de los jóvenes aún no se han recuperado del todo, lo que es especialmente cierto en las economías de ingresos bajos y medios, sobre todo en los Estados Árabes, Asia Oriental, África Subsahariana y Asia Meridional.
En 2022, a nivel mundial, casi una cuarta parte de los jóvenes del mundo no estudiaban, trabajaban ni recibían formación. Esto supone más de medio punto porcentual por encima del nivel anterior a la Covi-19, y equivale a unos 289 millones de jóvenes.
Morir en el Mediterráneo
Las tasas de ninis -ni trabajan ni estudian ni reciben formación- aumentaban entre los jóvenes africanos incluso antes de la pandemia. En 2015, la tasa NEET (porcentaje de jóvenes que no cursan la ocupación, educación o formación) se convirtió en la medida clave del progreso en la promoción del trabajo decente entre los jóvenes en el marco de la agenda de los ODS para 2030.
Casi 13 millones de jóvenes africanos están desempleados. Pero esto excluye a otros casi 60 millones de jóvenes que no están empleados ni estudiando, la mayoría de los cuales desearían trabajar, pero se enfrentan a obstáculos para buscar y/o conseguir empleo. La tasa NEET proporciona una mejor indicación de la magnitud de los obstáculos a los que se enfrentan los jóvenes en el mercado laboral que la tasa la desocupación.
Es decir, más de uno de cada cuatro jóvenes africanos, unos 72 millones, no cursan estudios ni reciben formación en la ocupación. Dos tercios de ellos son mujeres jóvenes. África se encuentra en la posición única de ser un continente relativamente joven, con una población juvenil en rápido crecimiento.
Desde 2005, las tasas de ninis han descendido ligeramente en todo el mundo, no así en el África subsahariana, que experimentó un aumento de 2,8 puntos porcentuales durante el mismo periodo, y ahora más de una cuarta parte de los jóvenes de la región ni trabajan ni estudian ni reciben formación.
Aunque las tasas de ninis aumentaron en todo el mundo y en todas las regiones en 2020 como consecuencia de la pandemia (y posteriormente se recuperaron), ya habían estado aumentando desde 2015 en África, incluida el África subsahariana. Las tasas de ninis entre los jóvenes (de 15 a 29 años) en los siete países estudiados oscilan actualmente entre el 14,4% en Uganda y hasta el 34,9% en Senegal.
Frente a las tertulias económicas sin fin, frente a los artículos de miles de analistas financieros y sociopolíticos, frente al mundo de las promesas incumplidas, frente a las agendas internacionales de la retórica, el mundo capitalista y la horrorizada “buena conciencia occidental” se pregunta el porqué de las pateras y el cementerio en el que se ha convertido el Mediterráneo.
*Periodista uruguayo residente en Ginebra, exmiembro de la Asociación de Corresponsales de Prensa de Naciones Unidas en Ginebra. Analista Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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